Opinión
Del dicho al hecho ya hay poco trecho
Presidente, usted está alentando la violencia contra los medios y los periodistas. Usted ha alimentado un odio que ya pasó del plano virtual al físico. Una vez más, lo invito a que les baje el tono a las agresiones contra los medios y periodistas. Aún está a tiempo, antes de que tengamos algo que lamentar.
El presidente Gustavo Petro tiene un desprecio absoluto por la prensa. No lo oculta. No le interesa ocultarlo. Quiere que todos sepan que para él los medios son “instrumentos de manipulación del poder económico”. Diariamente tiene algún señalamiento frente a alguna nota publicada por los medios que él llama “hegemónicos”, es decir, los tradicionales, que se oponen a los “alternativos” que sí aplaude.
Esos medios alternativos que le gustan son los que replican lo que hace su Gobierno, que lo alaban como al embajador que camina desnudo mientras todos hablan de su hermoso traje. Por eso, cada vez que un medio grita que el emperador está desnudo y muestra casos de corrupción de su Gobierno, contradicciones en sus políticas o consecuencias de sus malas decisiones (como el desabastecimiento de gas o el querer una reforma tributaria cuando el gasto público crece 20 por ciento), el presidente enloquece, señala a los periodistas de vendidos al poder, mentirosos, manipuladores y crea una atmósfera de duda constante sobre los intereses “ocultos” que, según él, siempre hay detrás de cada información que lo perjudica.
La última de estas andanadas vino por cuenta del señalamiento a las mujeres periodistas como “muñecas de la mafia”, insinuando que algunas periodistas obraban por mandato de grandes mafias y poderosos. La afirmación le valió las críticas de distintos sectores, inclusive de la defensora del Pueblo, Iris Marín, a quien el presidente Petro estaba posesionando cuando dio el discurso en el que hizo esta afirmación. La defensora del Pueblo rechazó el “lenguaje discriminatorio o que estigmatiza a las mujeres. No somos muñecas ni instrumentos de nadie. Debatamos las diferencias, no violentemos a las mujeres”, puntualizó en su cuenta de X.
Pero lejos de retractarse, el presidente Petro insistió: “Claro que el periodismo está lleno de mujeres valientes, algunas asesinadas por decir la verdad. Pero el discurso es claro y ustedes lo manipulan. Cuando hablo de periodistas del establecimiento, hablo precisamente de quienes no están al servicio de la ciudadanía, sino de quienes están a sueldo de poderes oscuros, y su información depende del sueldo de quienes pagan”.
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Desde ese día, las redes sociales de las mujeres periodistas están llenas de mensajes en los que nos llaman “muñecas de la mafia”, donde sugieren que somos amantes de narcos o de poderosos o de lo que sea que pueda reiterar esa idea de que estamos al servicio de alguien que nos dice qué hacer.
El presidente Petro no se ha dado cuenta de que su discurso valida día a día la violencia contra los periodistas, pero especialmente contra las mujeres periodistas. Y prefiero pensar que no se ha dado cuenta, a creer que lo hace de manera consciente, aun a sabiendas de que es a él a quien constitucionalmente le corresponde velar por la vida, la integridad y el respeto por la prensa.
El nivel de agresión a periodistas ha subido de forma escalonada en este Gobierno. A las estigmatizaciones del presidente le siguen las de sus funcionarios, sus influenciadores y, por supuesto, sus seguidores. Día tras día, el lenguaje escala y el hostigamiento en redes se vuelve peor, sin que haya manera de parar esta bola de nieve.
El problema es que, de la mano de este hostigamiento, crecen también las mentiras que se construyen a través de la figura de los medios y los periodistas. Se elabora un discurso que se repite una y otra vez, y que busca acabar con la credibilidad de los periodistas y de los medios. En mi caso, se ha construido la narrativa de que perfilo líderes sociales, que luego son asesinados por paramilitares. En este discurso infame, me achacan la muerte de un líder social, Josué Castellanos, asesinado en Tame (Arauca), el mismo día en que dije en radio que en ese departamento los ciudadanos denunciaban la presencia de miembros del ELN en algunas organizaciones sociales. Desde ese día se creó el falso discurso de que yo había afirmado que Josué Castellanos pertenecía al ELN y por eso lo habían asesinado, cosa que jamás ocurrió. Pero las redes sociales, de la mano de funcionarios del Gobierno, han alimentado esta mentira que crece y crece. Todos los días recibo decenas y decenas de mensajes con el rostro de este líder asesinado, con la afirmación de que yo lo maté de la mano de los paramilitares y el cuestionamiento de si puedo dormir en paz. Pero esta es mi historia. A los demás periodistas de otros medios también les han construido narrativas de desprestigio iguales.
Desde hace mucho tiempo los periodistas venimos advirtiendo que la agresión va a pasar muy pronto del dicho al hecho, y que de la agresión de las redes sociales se va a pasar a la agresión física muy pronto. Todo alentado desde el mismo Gobierno.
Esta semana me disponía a moderar un foro en mi ciudad, Bucaramanga, como lo he hecho por años, sobre distintos temas. Pero esta vez algo distinto sucedió.
Cuando iniciaba mi panel, un grupo de personas, ubicadas estratégicamente en distintos lugares del auditorio, empezaron a gritar: sus argumentos eran los mismos que se replican en las redes. Los gritos iban desde asesina, perfiladora, homicida de Josué Castellanos, hasta defensora de la explotación minera, periodista al servicio de las multinacionales y, por supuesto, periodista al servicio de las mafias. Toda una réplica de las agresiones en redes, pero ahora en vivo y en directo. Eran gritos llenos de rabia y convicción. El nivel de agresión se hizo insostenible y no hubo más remedio que retirarse.
Presidente, usted está alentando la violencia contra los medios y los periodistas. Usted ha alimentado un odio que ya pasó del plano virtual al físico.
Una vez más, lo invito a que les baje el tono a las agresiones contra los medios y periodistas. Aún está a tiempo, antes de que tengamos algo que lamentar.