OPINIÓN

Deserción y decepción

El desafío sigue siendo garantizar que los estudiantes avancen a través del sistema y para ello es necesario que entendamos la educación de manera articulada con el resto de factores sociales que la atañen.

Ramsés Vargas Lamadrid, Ramsés Vargas Lamadrid
24 de mayo de 2017

Uno de los desafíos más grandes que enfrenta el país en materia de educación es luchar contra la deserción escolar. Sorprende que uno de cada cinco estudiantes en Colombia no continúe estudiando después de la primaria, que el 12 % quede por fuera en la básica secundaria y que solo 48 de cada 100 de las zonas rurales del país culmine la educación media.

Pero en la educación superior el desafío es mayor: solo la mitad de los matriculados se gradúan, según cifras de la OECD. Un estudio de la tasa de deserción por grupo concluyó que, en promedio, uno de dos matriculados no termina los estudios de educación superior. Según el mismo informe, la tasa de deserción alcanza el 33% al final del primer semestre y el 71% en el décimo semestre. Esto nos debe llamar a la reflexión. Pero además llama la atención el abandono por tipo de formación: las cifras del 2013 destacan que esta situación se presentó, durante el transcurso del programa, en universidades, en un 45%; en instituciones tecnológicas, 54% y en instituciones tecnológicas profesionales, 62%.

Así mismo, la tasa anual de deserción hace unas importantes diferencias según las regiones. En el Atlántico, por ejemplo, es de 10,7%, muy similar a la de Bogotá, que es de 10,9, pero en Casanare llega hasta el 16,8%.
Estas falencias de la educación también ocurren en América Latina y el Caribe, donde más de 20 millones de universitarios asisten a más de 10 mil instituciones que ofrecen más de 60 mil programas y donde, según el Banco Mundial, el número de estudiantes universitarios se duplicó en los últimos 15 años.

Que aumenten los matriculados no significa que ocurra lo mismo con el número de graduados. Si bien se duplicó el número de estudiantes universitarios, la mitad se va en el camino. Muy triste. Y esto sin contar que de los millones que entran, no todas acceden a opciones de calidad. Pocos, a juzgar por las cifras y los estudios existentes, cuentan con un plan de estudios atractivo que los retenga hasta terminar. Muchos se van de la universidad porque no tiene la capacidad económica de permanecer en ella. Miles, incluso, porque no tienen cómo sostener los gastos que implica estudiar en Colombia.

Al graduarse, tampoco están preparados para enfrentar las demandas del mercado laboral. Muchos llegan con marcadas desventajas y bajas competencias en temas claves. Y si logran ingresar al mercado laboral, no solo enfrentan un entorno hostil a la formalidad, sino que enfrentan una deficiencia profunda en materia de inversión en investigación, desarrollo e innovación.

Es claro que las causas del desbalance de la educación y la deserción inician mucho antes de la universidad: desde el preescolar que les hace falta a miles de niños colombianos, que llegan a primero de primaria con el único requisito de haber cursado el grado de kínder. Por lo general, un niño de escasos recursos no tiene ningún tipo de formación de primera infancia. Los primeros cuatro o cinco años de vida son cuidados por un familiar o un vecino, y el porcentaje que logra acceder a un preescolar lo hace a través de un hogar de bienestar, que no siempre cuenta con las herramientas pedagógicas de los prescolares privados, a los que asiste la minoría de los colombianos.

En el colegio las cosas no mejoran, porque la mayoría de los estudiantes solo tienen media jornada, mientras que los de estratos más altos cuentan con formación en jornada única y con una formación balanceada entre las áreas duras y el deporte, la ciencia, la tecnología y la innovación.
Por supuesto, ese mismo niño que se ha formado con notable desventaja, generalmente no cuenta con la información ni los recursos necesarios para tomar una decisión correcta al momento de elegir una carrera profesional. En muchos casos, elegir es una oportunidad única en la vida y equivocarse puede ser el final de una carrera, como lo advierte un informe del Banco Mundial.

Los nuevos, que provienen de familias con menores recursos, la mayoría de las veces no están preparados académicamente para enfrentar los desafíos de la educación superior, y eso explicaría muchas veces explica la deserción. Ese desbalance educativo entre estratos altos y bajos no es la única causa de la deserción, pero sí sirve para entender que en la nivelación de la cancha está buena parte de la solución para enfrentarlo.

Pero definitivamente el desafío sigue siendo garantizar que los estudiantes avancen a través del sistema y para ello es necesario que entendamos la educación de manera articulada con el resto de factores sociales que la atañen y que se deben resolver, como la falta de oportunidades educativas, la pobreza, la presión por empezar a trabajar, el conflicto y hasta la violencia. De lo contrario, seguiremos con notas apenas aceptables.


*Rector Universidad Autónoma del Caribe

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