Opinión
Desplazamiento forzado y salud mental
Los efectos en la salud mental de quienes han sido desplazados promueven deterioros que han sido descritos por la medicina y por la filosofía.
Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur, por sus siglas en inglés), en los primeros meses de 2022 el número de personas que se vieron forzadas a huir de la guerra, la violencia y la persecución; en todo el mundo, superó por primera vez los 100 millones y siguió aumentando hasta alcanzar los 103 millones a mediados de año. Este incremento fue impulsado por la guerra en Ucrania y las crisis aún sin solución en diferentes partes del mundo. La pérdida del entorno, el hecho de ser arrancados de su tierra y los periplos dentro de viajes, que en muchos casos no tienen destinos conocidos, hacen una profunda herida en la psique de las víctimas de desplazamiento forzado.
Al inicio de este siglo, Joseba Achotegui describió el síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple al que denominó el Síndrome de Ulises, haciendo una analogía con los recorridos y adversidades que experimenta Ulises en la Odisea. Este cuadro psicopático se presenta ante situaciones límite que no logran ser adecuadamente asimiladas por nuestros mecanismos de defensa psicológicos adaptativos. Esta tensión ante el estrés termina llevando a quienes lo padecen a duelos migratorios no resueltos o de difícil resolución. Es frecuente que aparezcan preocupaciones invasivas y recurrentes que se hallan en relación con la enorme complejidad de lo que implica el desarraigo. La presión emocional altera el ciclo sueño-vigilia y el insomnio se transforma en el compañero permanente de las noches. Lo que debería ser el momento de reposo opera como el momento más estremecedor del día: resurgen los recuerdos en medio de la crueldad de la soledad y de la distancia de los seres queridos. El Síndrome de Ulises puede tener variantes de acuerdo a la magnitud de los estresores que se presenten y, en la actualidad, los investigadores de la salud mental están discutiendo cómo tratarlo de la mejor manera dada su complejidad. Ulises, en la Odisea, viaja de regreso a casa a buscar a su familia, no es un migrante forzado. Tal vez, sería mejor denominar a esta condición clínica como el síndrome de Lágrimas de Sal, título de un desgarrador relato de Pietro Bartolo y Lidia Tilotta acerca de la tragedia migratoria en aguas del mar Mediterráneo, donde la condición humana oscila entre el ahogamiento y la supervivencia.
Los desplazamientos forzados son una realidad cada vez más frecuente e intensa. El mundo debe comprender la conexidad indisoluble entre este escenario y la salud humana. El negacionismo y la negligencia son autodestructivas para nuestra especie. La salud mental sigue siendo la hija olvidada de los sistemas de salud.