DIANA: SU VERDADERA HISTORIA

Lo que Diana sintió inicialmente en Carlos fue una irreprimible necesidad de que le plancharan las camisas.

Semana
21 de septiembre de 1992

WILLIAM Y HARRY, LOS HIJOS DEL príncipe Carlos de Inglaterra y de su esposa, Diana Spencer, se encontraban en una oportunidad discutiendo sus futuros. "Cuando yo sea grande dijo William, de 10 años- quiero ser policía". De inmediato, Harry, de ocho, replicó: "Pues no vas a poder, porque tú tienes que ser rey". Esta anécdota es apenas el reflejo de una de las muchas cosas que funcionan al revés en los círculos de la Corona inglesa. Que mientras los demás mortales queremos ser reyes, el heredero del trono de Inglaterra quiere ser policía. Y de ahí para abajo. No nos molestaría a los demás mortales vivir como príncipes y princesas, pero a la princesa Diana no le gusta, y ha intentado suprimirse ese título de manera definitiva con dos o tres intentos de suicidio que, para su infortunió pero para la suerte de todos sus adoradores alrededor del planeta, no le han funcionado. No producía el trono británico un hecho así de con movedor desde que Enrique VIII resolvió decapitar a sus mujeres.
Esta es apenas una de las revelaciones del libro de Andrew Morton sobre la vida de Diana Spencer, convertido en un auténtico best seller mundial con esa novedosa tesis: que ser princesa es como de suicidarse.
Seguramente por eso, un tío abuelo de los niños de Diana prefirió casarse con plebeya para abdicar. Y un tatarabuelo, más aburrido tadavía con los oficios de la Corona, se convirtió en Jack "El Destripador". Y fíjense que le resultó. Porque como rey no habría dado brinco en la historia. Pero como "Destripador" ha producido más prensa, más libros y más películas que los intentos de suicidio de Diana.
Claro que si uno se pone a analizar por qué está tan triste la princesa de Gales, da envidia su tristeza. Diana está triste porque su marido no la determina, y su marido no la determina porque ella tampoco determina las cosas que a él más le gusta hacer: cabalgar, cazar, pintar, leer, la arquitectura, la ecología y pasear por el campo con traje de Harrod"s especial para pasear por el campo.
El autor del libro sostiene que a Diana lo que le gusta son otras cosas muy distintas. Su matrimonio real truncó su verdadera realización profesional, que eran las actividades caseras.
Diana Spencer se encontró a sí misma el día en que se pasó a vi vir con cuatro amigas a un apartamento de solteras, y en tan propicio ambiente de independencia logró construir una verdadera clientela para su especialidad: limpiar apartamentos y planchar camisas. Como que a nadie le quedaban más limpios ni mejor planchadas. Tenía gran pedido entre los amigos aristócratas de sus dos hermanas, que jamás se habían visto tan bién servidos por la suma de dos dólares la hora. Y cuando no estaba trabajando, Diana estaba descansando, también muy a su especialidad. En compañía de sus amigas de apartamento iba por Londres timbrando en las puertas de las casas para luego salir corriendo. Y jamás regresaban a casa sin haberle aplicado media docena de huevos con harina al techo del vehículo de algún amigo a quien quisieran mortificar.
Pero luego vino el enamoramiento, básicamente porque Diana, sintió que Carlos era un hombre muy necesitado de que le plancharan las camisas. Desgraciadamente no es tan fácil limpiar los pisos de un Buckingham Palace, y Diana tuvo que abandonar su especialidad para tratar de interesarse por los caballos y los perros, los hobbies de su marido. Es evidente, por los intentos de suicidio, que jamás lo logró.
Su suegra, la reina Isabel, que poco a poco ha venido en tendiendo que Diana es distinta, por lo menos ya le admite a re gañadientes que quiera educar a sus hijos lo más manualitamente posible. Para comenzar, van a un colegio común y corriente, de esos donde los niños cuando grandes terminan siendo policías. A diferencia de la familia real, que de real tiene poco porque sus miembros nacen, crecen y se mueren inmunizados contra la vida real, a los niños de Diana les están enseñando a hacer colas en los cines, a pedir cortésmente un pedazo de chocolate en lugar de exigirlo con voz de futuro rey pero diciendo por favor, como los niños que no van a ser nunca reyes.
Lo único que Diana no ha logrado es que la respeten intelectualmente pues, por lo menos, el resto de la familia real ya mira con mezcla de admiración y envidia la adoración que el mundo le dedica. La otra noche, mientras cenaban, Diana tentativamente puso un tema sobre la mesa: el del futuro de la monarquía británica en una Europa federal. La reina, el príncipe Carlos y el resto de la familia real soltaron el tenedor y la miraron como si fuera loca. Después recogieron el tenedor y continuaron hablando sobre quién había cazado el último pichón del día, tema que ocupó el resto de la velada. (Esta anécdota es real. Viene en el libro).
Como dice Carlos Santos, hablando del mismo tema en Cambio 16, falta que alguien le explique a la desgraciada Di, que ser la mujer de un futuro rey no es un vínculo sentimental. Ni siquiera un estado civil. Es un simple oficio.
Yo, sinceramente, le propondría a Diana que cambiáramos de oficio: yo me dejo tratar como princesa, y que ella venga a plancharle las camisas a mi marido.

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