OPINIÓN

Diario de un soldado en la guerra contra Venezuela

Caos, devastación. Andenes destrozados. Ni una sola paloma cruza el cielo. Así encontramos a Bogotá antes de que iniciara la guerra. Son los horrores de Peñalosa.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
29 de septiembre de 2018

Son las 11:34 a.m. y estoy escondido en un socavón del recién derribado Monumento a los Héroes. Nunca, desde que se inició esta guerra con Venezuela, había sentido tanto miedo. El capitán Cabezas nos dio la orden de atravesar los escombros de esta zona (una bomba voló

toda la calle 76) para llegar al Parque del Virrey, que aún no está en manos enemigas. Pero me da miedo. En cualquier momento Enrique Peñalosa tumbará los árboles del parque y no servirá de nada nuestro camuflado. Son los horrores de la guerra.

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En buen momento sacrificaron el presupuesto de educación para asignar tres billones de pesos al gasto militar. Gracias a esa medida, el Ejército pudo firmar un multimillonario contrato para comprar baterías. Iban a ser antiaéreas, pero al final, pellizcando aquí y allá, quedó para comprar baterías triple A para el radiecito de cada uno. Es posible que asignen más recursos, al menos para alistar la flota militar que tenemos, incluyendo el tanque de guerra que está en un pedestal en la 106 con séptima.  Lo necesitamos urgentemente porque avanzar entre las trochas de la Autopista Norte resulta imposible. Incluso desde antes de la guerra. Son los horrores de la guerra.

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El presidente Duque ordenó crear un cerco en todo este sector del norte bogotano para que las tropas de Maduro no se tomen este bastión. Sería un golpe mortal para la moral de todos nosotros. Acá juega mucho la moral. Hace dos noches, en la guarnición militar de Usaquén, el propio presidente nos visitó para subirnos el ánimo. Pidió una pelota de fútbol y la durmió en la frente. Posteriormente sacó una guitarra y entonó canciones de Lucas Arnau. Aquella noche no dormimos. El capitán Cabezas fue incapaz de pedir que hiciera silencio para que pudiéramos descansar. Emprendimos misión al día siguiente, irascibles y con ojeras. Son los horrores de la guerra.

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El rumor de que el propio Maduro se encuentra en la zona ha agudizado nuestros nervios. Esta mañana viralizaron un video en que aparecía comiendo donde los Rausch, los obligaba a servirlo. Parece que si ganan la guerra, destinarán los tres billones del presupuesto a pagar la cuenta.

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El presidente Duque anunció que un francotirador había herido a un comandante venezolano, pero el general de la Fuerza Armada ni lo desmiente ni lo afirma. Es la hora en que no se sabe nada. Son los horrores de la guerra.

Caos, devastación. Andenes destrozados. Ni una sola paloma cruza el cielo. Así encontramos a Bogotá antes de que iniciara la guerra. Son los horrores de Peñalosa.

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Caos, devastación. Andenes destrozados. Ni una sola paloma cruza el cielo. Así encontramos a Bogotá antes de que iniciara la guerra. Son los horrores de Peñalosa.

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Tampoco es que las cosas ahora estén mejor. El Comandante Eterno de ellos ha invertido mucho en armanento y tienen un petardo de altísima potencia. Lo llaman Diosdado Cabello. Nuestro Presidente Eterno nos dirige vía Twitter, pero trina con mucha rabia y no sabemos dónde está. Nuestra única esperanza es que el capitán Cabezas proponga un plan. Es muy inteligente. De allí su apellido.

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Yo pensaba que al menos diez millones y pico de votantes que eligieron la mano dura se alistarían como voluntarios, pero han salido muy pocos. “Pocos pero valientes”, como decía el embajador Francisco Santos a Donald Trump mientras jugaban unos hoyos de golf en Mar-A-Lago, según oímos en el radiecito. Eso nos llenó de valor. A Estados Unidos se fueron a vivir muchos dirigentes políticos, pero desde allá nos mandan mucho ánimo. El propio embajador Pacho envió un video en que nos pedía electrocutar enemigos: “Uno le tira un voltio al venezolano, y el venezolano cae, lo achacan y se lo llevan las autoridades”, nos explicaba. Intentaremos hacerlo, aunque en Bogotá cortaron la electricidad. Son los horrores de la guerra. Menos mal tengo mi radiecito.

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Malas noticias: descabezaron a Cabezas, valga la paradoja. Al comando no le gustó su plan para derrotar al enemigo. La idea de mi capitán era fumigar el campo venezolano con glifosato, un químico letal que produce cáncer y causa abortos. Acabaríamos con generaciones enteras de venezolanos.

Pero tanto el ministro de Defensa como la estratega Paloma Valencia rechazaron la idea. Pensaron hacerle a Cabezas un juicio en una corte marcial, pero el gobierno reformó la justicia y de cortes solo quedan los de pelo de totuma del mismo embajador Pachito. Son los horrores de la guerra.

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La aviación venezolana bombardeó el centro de tecnología más importante del país, Unilago. Joyas arquitectónicas como la pirámide de la Gobernación de Cundinamarca o el Centro Comercial Atlantis ahora son ruinas. Escasea el agua, salvo en el deprimido de la 94, que se volvió a inundar. No queda ningún dirigente en Colombia, al menos no del Centro Democrático. Mi máxima compañía es mi radiecito, al que se le están agotando las pilas. Como al gobierno.

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Se esparció el rumor de que Maduro y nuestro Presidente No Eterno harán un duelo de guitarras o de hacer la 21 con el balón para resolver el conflicto. ¡Qué esperanza! Si es así, ganamos.

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Bogotá es una trocha. Todo está destruido. Los estrategas se fueron a Miami. Para rematar, se acabaron las pilas de mi radiecito. Ahora para oír música debo esperar a que el presidente nos visite. Son los horrores de la guerra.

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