Digo mú

La esposa y el coronel fueron condenados a sólo 19 meses excarcelables por narcotráfico y nadie ha dicho nada

Antonio Caballero
8 de mayo de 2000

Asombroso: un tribunal de Nueva York acaba de establecer la responsabilidad de dos ciudadanos norteamericanos en un caso de narcotráfico.

Se trata de una pareja: Laurie Hiett, que se disculpa diciendo que la volvieron drogadicta las malas compañías en la Zona Rosa de Bogotá, y su marido el coronel James Hiett, hasta hace pocos meses comandante de la misión norteamericana encargada de combatir el narcotráfico en Colombia; el cual se excusa diciendo que sólo pretendía proteger a su mujer. Ella exportaba droga a los Estados Unidos a través de la valija diplomática de su embajada. El se ocupaba de lavar las ganancias de la venta de la droga de su mujer abriendo cuentas pequeñas en numerosos bancos de su país.

¿Cadena perpetua? No. ¿Varias cadenas perpetuas y unos cuantos años más, como les sucede a los narcos colombianos en ciertos estados de la Unión? No. Dice la prensa norteamericana que la justicia norteamericana ha pactado con los dos inculpados una sentencia leve (19 meses de cárcel con beneficio de libertad provisional) gracias a que denunciaron a sus cómplices: su contacto en Nueva York, el colombiano Hernán Archila, y su contacto en Bogotá, el colombiano Jorge Alfonso Ayala.

El caso es vergonzoso.

No para los Estados Unidos, por supuesto, que no tienen vergüenza: tal como explicaba su presidente Bill Clinton, ellos fuman la droga, pero sin inhalarla. Lo de los Hiett será muy elocuente —coronel él, drogadicta ella— pero es apenas la ilustración en carne y hueso de un dato estadístico ya conocido: que la adicción a las drogas del 50 por ciento de la población adulta norteamericana (la señora Hiett) es mantenida por el 50 por ciento restante (el coronel Hiett), y que entre una y otro se reparten los costos y beneficios del tráfico prohibido por su propio gobierno. Ya se sabía. ¿O es que para saber cómo funciona la cosa se necesita que sea la propia señora Madeleine Albright quien en sus viajes lleve la droga en su cartera del Departamento de Estado, y el general Barry MacCaffrey en persona quien consigne la ganancia en la mismísima Reserva Federal?

El caso es vergonzoso para Colombia. Porque escribo esta nota cuando ya la noticia tiene tres días de vieja, y en Colombia nadie ha dicho ni mú. ¿Una noticia que ilustra en carne y hueso la responsabilidad norteamericana en el tráfico de drogas prohibido por el gobierno norteamericano, y en Colombia nadie dice ni mú? Qué vergüenza.

No van a decir mú nuestros gobiernos, claro. Pobres: siempre pendientes de un préstamo, de una visa, de una certificación, de una ayuda militar, de un cargo en el FMI o en la OEA. Ni lo van a decir tampoco nuestras Fuerzas Armadas, pobres: teniendo que acordarse de lo del Hércules de la FAC, de lo del buque Gloria de la Armada, de lo de aquellos generales que tuvieron que pedir discretamente su baja en el Ejército. ¿La Policía? Nuestro mejor policía del mundo, el general Serrano, se encontraba en una conferencia internacional sobre la lucha contra la droga en Buenos Aires cuando salió la noticia de la confesión del coronel Hiett, y no hizo comentarios.

¿Algún político? ¿Los de las narcocasetes? ¿Los de la narcocampaña? Tal vez podría protestar, de frente, alguno de nuestros narcos. Pues, la verdad, no hay derecho a que a todo un coronel norteamericano encargado de perseguir el narcotráfico lo condenen sólo a 19 meses con excarcelación cuando confiesa que se dedica al narcotráfico, y en cambio a un pobre narco de los nuestros, que ni siquiera es traidor como el coronel aquel, lo condenen a cadena perpetua. Pero no, tampoco: ni siquiera ninguno de nuestros narcos ha dicho ni siquiera mú.

Ni tampoco la prensa, que casi no ha dado la noticia. El Tiempo le dedicó tres líneas, en la página seis: El Tiempo, que tuvo un jefe de redacción secuestrado por los narcos, y ha sufrido la muerte de varios corresponsales regionales asesinados por los narcos. El Espectador —Guillermo Cano asesinado, sus instalaciones voladas— no le dedicó ni una línea. Ni tampoco Vanguardia de Bucaramanga. Ni El País de Cali. Ni El Colombiano de Medellín. ¿Tantos muertos, y ni un mú? La prensa colombiana, que tanta sangre ha puesto en la guerra obligada por los Estados Unidos contra los narcotraficantes, se entera de que los propios funcionarios de los Estados Unidos encargados de perseguir a los narcotraficantes son narcotraficantes, y no dice ni mú. Qué vergüenza.

En nombre de la dignidad de Colombia, desde aquí digo ¡mú!

Dentro de un par de años veremos la película: Demi Moore en el papel de la drogadicta señora Hiett, sometida a unos horrendos narcos colombianos que juegan con la vida de su hijo; Arnold Schwarzenneger en el papel del heroico coronel Hiett, desgarrado entre sus family values y la lealtad a la DEA. Tiemblo de sólo pensar en qué payaso de los antros latinos de Los Angeles irán a desencamar para que represente a nuestro presidente de la República. En fin: yo no mando en Hollywood. Pero desde aquí, aunque no sirva de nada, insisto en decir mú.

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