OPINIÓN
Discursos que matan
La democracia solo les gusta hasta cuando la justicia toca a su puerta y los increpa. En ese momento las cortes se vuelven mafiosas, auxiliadoras de la guerrilla y los magistrados unos monstruos del tamaño de Godzilla.
Dice Orwell que el lenguaje político está diseñado para lograr que las mentiras parezcan verdades; el asesinato, una acción respetable y para dar al viento apariencia de solidez. Orwell descubrió esa trampa en 1946, sin embargo hoy el mundo está volviendo a caer en ella y Colombia no es la excepción.
En nuestro caso, nos enfrentamos a un discurso del poder que cumple todas las máximas orwellianas: utiliza la mentira para manipularnos y el lenguaje pierde su función moral porque abandona las palabras claras y directas y las reemplaza por eufemismos y simbolismos que no reflejan realidades sino percepciones.
Por eso a las masacres las rebautizaron homicidios colectivos y a los abusos de la fuerza pública contra los civiles se les quiere vender como episodios irrelevantes que no ameritan mayor reflexión y que no pueden empañar el buen desempeño de nuestras Fuerzas Armadas. Para no hablar del último trino de Uribe, el gran arquitecto del discurso que hay en el poder, en el que sin ningún rubor responsabiliza a Santos de las muertes de Javier Ordóñez, de Dilan Cruz y de Juliana Giraldo.
Este discurso del poder lo ha construido Álvaro Uribe y funciona como un manual de comportamiento que se cumple sin que nadie tenga que dar la orden. Su primera premisa se basa en decir que es moralmente razonable matar. “La moral hay que diferenciarla del derecho”, dijo Uribe en un debate en el Congreso en 2016 y agregó que “cuando el derecho en sus normas jurídicas prohíbe matar, algunos han dicho que hay casos en que hay que matar por razones morales”. Aunque él trató de decir que lo habían sacado de contexto, en realidad esta frase se ha ido asentando de diversas formas en su discurso.
En 2018, Uribe fue un poco más allá al aclarar cuál debería ser esa frontera moral en que era permitido acabar con la vida de los otros y en un trino habló de los “buenos muertos”. La frase la introdujo luego de que fue asesinado Carlos Areiza, uno de los paramilitares que antes de ser ultimado confesó ante la justicia cómo la defensa de Uribe lo había presionado para que enlodara con mentiras a Iván Cepeda y dijera que este le había pagado 100 millones de pesos por declarar en contra del expresidente. “Carlos Areiza era un bandido. Murió en su ley. Areiza es un buen muerto”, trinó Uribe en esa ocasión. Aunque el expresidente aclaró que eso no lo había escrito él sino que era un mensaje de alguien que se lo había enviado, el trino tal como quedó puesto justifica el asesinato de Areiza y manda el mensaje de que para el uribismo los buenos muertos son todos aquellos que intenten desenmascarar a su jefe.
Esta varita mágica que se inventó el uribismo para justificar los buenos muertos la usa Uribe cada vez que puede. Cuando se denunció el bombardeo a un campamento de las disidencias de las Farc y se reveló que habían muerto varios niños que habían sido reclutados de manera forzosa, Uribe hizo un trino en el que desestimó las denuncias de reclutamiento forzado hecho por los padres de los niños asesinados y asumió que eran terroristas. “Si hay unos niños en el campamento de un terrorista, ¿Qué supone uno?”, trinó en su momento.
Sus trinos en los que se justifican las masacres cuando hay protestas también han sido leídos como una manera de incentivar los abusos policiales y el uso indiscriminado de la fuerza. Es cierto, él no ha dado ninguna orden, pero en su discurso sí ha puesto las palabras que se necesitan para que sus ideas se propaguen sin mayor reflexión.
En abril de 2019, el propio Uribe hizo un trino en el que justificó las masacres que luego llegaron. “Si la autoridad serena, firme y con criterio social implica una masacre es porque del otro lado hay violencia y terror más que protesta”. Es decir que bajo este prisma tanto los niños muertos en Llano Verde, los jóvenes acribillados en Samaniego, la muerte de Dilan Cruz, las 13 personas que murieron a causa de balas de fuego en el 9 y el 10 de septiembre, el asesinato de Javier Ordóñez, la muerte de Juliana Giraldo, y las de todos los que vengan en el futuro, son buenos muertos porque no estaban propiamente recogiendo café.
Estos discursos que matan hay de desnudarlos vengan de donde vengan. Nos los quieren imponer con el argumento falaz de que esa es la vía para defender la democracia, pero no es cierto. La democracia solo les gusta hasta cuando la justicia toca a su puerta y los increpa. En ese momento las cortes se vuelven mafiosas, auxiliadoras de la guerrilla y los magistrados unos monstruos del tamaño de Godzilla. “Los congresistas que nos han apoyado, mientras no estén en la cárcel, voten los proyectos de Gobierno”, fue la frase con la que Álvaro Uribe Vélez, siendo presidente de la república, demostró su desprecio por la investigación de la parapolítica.
En este mundo en que la manipulación nos está quitando la voluntad propia para pensar de manera individual, hay que estar atentos a los discursos del poder que, con la mentira y la manipulación, justifican lo injustificable, lo inadmisible y lo que no es ético. Esos discursos pueden esparcirse como pólvora sobre los funcionarios de un Gobierno, sobre la fuerza pública y terminar convertidos en un manual de conducta que funciona de manera soterrada sin códigos de ninguna clase.
Esos son los discursos que matan sin necesidad de que nadie dé la orden y que se convierten en una nueva aberrante forma de adoctrinamiento. Atentos, abran los ojos.