OPINIÓN

Roth historia alternativa

La novela retrata, situándolo en el pasado, lo que va a ser, lo que ya está siendo, el gobierno de trump. Es un ensayo de futurología

Antonio Caballero, Antonio Caballero
29 de enero de 2017

Como descubrió hace tiempos Oscar Wilde, la naturaleza imita al arte. La historia también. Este delirio pesadillesco del gobierno de Donald Trump que empezó hace ocho días es la copia exacta de una novela publicada en el año 2004 por el gran escritor Philip Roth con el título de The Plot Against America (La conspiración contra los Estados Unidos); y llevo dos meses, desde las elecciones de noviembre, sorprendido de que nadie en la prensa haya comentado la semejanza.

Se ha hablado mucho de la famosa l984 de George Orwell: el “doblepensar” de su “neolengua”, en el que guerra significa paz, verdad significa mentira, etcétera, es el que usan tanto el flamante presidente como sus asesores cuando mienten con toda la boca, y justifican sus mentiras bajo el nombre de “hechos (o verdades) alternativos”. Y se evoca a Orwell con razón: mucho de lo que se viene con Trump había sido previsto en su aterradora distopía escrita hace 70 años. Pero esta, en fin de cuentas, es una caricatura imaginaria, situada en el futuro. La novela de Roth es un relato realista y meticuloso de política ficción, o de lo que se llama “historia alternativa”, que retrata, situándolo en el pasado, lo que va a ser, lo que ya está siendo, el gobierno de Donald Trump en los Estados Unidos. Es un ensayo de futurología.

Lo que cuenta Philip Roth –a través de la voz de un niño judío de 10 y 12 años llamado Philip Roth– es la historia de un gobierno norteamericano de los años cuarenta del siglo XX presidido por el famoso piloto Charles Lindbergh. En la novela, Lindbergh, después de coquetear con el ultranacionalista y aislacionista America First Committee (tal como lo hizo el Lindbergh histórico), se presenta a las elecciones por el Partido Republicano y derrota la tercera candidatura de Franklin Delano Roosevelt en 1940. A continuación, en la exaltación de su victoria, instaura en los Estados Unidos un gobierno autoritario ultraderechista, pronazi, anticomunista y antisemita. Establece pactos de no intervención tanto con la Alemania nazi (el Acuerdo de Islandia) como con el Japón imperial (el Acuerdo de Hawái), y dicta leyes antisemitas que llevan a la reducción de los judíos de los Estados Unidos a ghettos urbanos o a su reeducación en el campo, si son niños, para renorteamericanizarlos. Entre tanto, Lindbergh mantiene a su país neutral en la guerra de los alemanes para conquistar Europa y de los japoneses para conquistar el Asia. América, como es obvio, para los norteamericanos.

Es una novela siniestra, pero perfectamente verosímil. Y no solo gracias al talento narrativo del autor, sino a la personalidad histórica del aviador Charles Lindbergh: desde sus 25 años el más admirado y aclamado héroe popular de su país por haber realizado el primer vuelo transatlántico sin escalas entre Nueva York y París; admirador de Adolf Hitler – de quien recibió una alta condecoración- y del creciente poderío bélico de Alemania; defensor de la superioridad de la raza blanca nórdica, de la cual él mismo – alto, rubio y de ojos azules – era un característico ejemplar, sobre los amarillos, los negros y los pardos; enemigo del “comunismo asiático” y predicador elocuente de una alianza de las potencias occidentales con la Alemania hitleriana para detener “la violación y el saqueo de Europa por la barbarie de la Rusia Soviética”. Un fascista nato, natural, como lo es hoy Donald Trump, del cual solo lo diferencia que la Presidencia de este no es imaginaria, inventada por un novelista, sino real, respaldada por la mitad de los votantes norteamericanos.

Pero la una inspira la otra. Como presidente, Trump está siguiendo al pie de la letra el guion escrito hace 13 años por Philip Roth en The Plot Against America. Denunciador de los chinos amarillos y de los pardos mexicanos, y en cuanto a los negros, despreciador hasta de Barack Obama, de quien durante sus ocho años de Presidencia negó que fuera un verdadero norteamericano, acusándolo de falsario en un temprano ejemplo de sus “verdades alternativas”. Y está actuando autoritariamente, llevado por su propio capricho dictatorial. No presenta leyes al Congreso, a pesar de que cuenta con las mayorías republicanas para aprobarlas, sino que prefiere el método menos democrático pero más expeditivo de las órdenes presidenciales: para construir el muro en la frontera de México, para denunciar los tratados internacionales firmados por sus antecesores, para desmontar el sistema de salud dejado por Obama, para apresar y deportar inmigrantes sin papeles, a los que llama delincuentes. No importa que no lo sean en realidad: basta con que él diga que lo son. Es reveladora en este aspecto su defensa de la tortura a los prisioneros de guerra: no dice que la tortura “funciona” porque tenga pruebas o testimonios al respecto, sino porque él “siente” (feels) que funciona. Y su acosado jefe de prensa renunció ya a defender lo que el presidente dice porque sea cierto, y se limita a asegurar que el presidente “cree” (believes) lo que dice. Esa creencia se convierte en argumento probatorio, como la fe en las religiones: fe es creer lo que no vemos, si la autoridad así lo manda.

Con lo cual volvemos al 1984 de Orwell y su Ministerio de la Verdad.

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Nota: También yo incurrí en un frustrado intento de futurología alternativa cuando metí aquí la pata la semana pasada al vaticinar para dentro de cuatro años una candidatura de Barack Obama que viniera a barrer los desaguisados de Donald Trump. Llevado por la insinuación del expresidente sobre su futura intervención si su sucesor actúa “en contra de nuestros valores y nuestros ideales”, y por mi propio deseo, pensé que la prohibición de un tercer mandato para los presidentes de los Estados Unidos se refería solo a un tercer mandato consecutivo. Les pido excusas a mis lectores. 

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