OPINIÓN

Dos meses con Duque

E Iván toma la guitarra, y canta una canción de Lucas Arnau, y otra de Carlos Vives. Incluso también la emblemática Como agua caliente, entonada, esta vez, como homenaje a los bonos de agua de su ministro Carrasquilla.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
6 de octubre de 2018

Se cumplen ya dos meses del gobierno de Iván Duque, y todavía me cuesta acostumbrarme a que es el presidente: por culpa de su lozanía (es decir, su cercanía a Juan Lozano) suelo verlo como el amigo de un amigo, un compañero de generación, el partner que uno quisiera toparse en una chimenea.

– Llegó Iván, saquen la guitarra.

E Iván toma la guitarra, y canta una canción de Lucas Arnau, y otra de Carlos Vives. Incluso también la emblemática Como agua caliente, entonada, esta vez, como homenaje a los bonos de agua de su ministro Carrasquilla.

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Así veo a Duque: organiza el asado, arma el picado de fútbol, eleva la cometa. Mi amigo ideal, me digo; el primo que siempre quise tener, protagonista envidiable de un comercial de la Fina Chifón: asa y además paga la carne del asado, bajo su principio selectivo de que el que la ase, la paga.

Pero aún me cuesta trabajo acostumbrarme a que ese mismo joven carismático y buena persona es el flamante jefe de gobierno. En asuntos de poder, me sigue resultando un advenedizo. Hace apenas un par de años, el 80 por ciento del pueblo colombiano ni siquiera sabía su nombre. Era el Lucas Arnau de la política. Y ahora alza la voz en escenarios reservados para Carlos Vives: habla en en el pedestal de la ONU; marcha al compás de los generales; estudia documentos con gafas de marco grueso en el avión presidencial. Se nos creció, mejor dicho: ya no es el chino del Rochester, aplicado y juicioso, sino el presidente Duque que trata de hacer solitos de gobierno, mientras su partido lo observa con recelo. El chino Duque que patenta un novedoso estilo de gobierno, en que nombra a una señora furibunda por aquí, la desnombra por allá, y la vuelve a nombrar más acá, como en el caso de Claudia Ortiz, la efusiva militante del Centro Democrático a quien por ahora ubicó en la Agencia de Desarrollo Rural, pese a que carece de los requisitos que la ley exige para el cargo. (No importa: recursiva, como es, doña Claudia acreditó ante notario la experiencia de que adolece. Y ante el mismo notario podrá juramentar que se encuentra preparada para el desafío laboral que se le proponga: dirigir la Selección Colombia, por ejemplo. O protagonizar un comercial de la Fina Chifón).

Pobre presidente Duque. A veces lo veo como el hijo de los ministros más adultos de su gabinete: el hijo de, digamos, la ministra de Justicia y el de Defensa, ante quienes debe asumir las insólitas medidas que plantea su propio gobierno.

–¿De dónde vienes, hijo? –indaga la mamá–. ¿Y por qué llegas con tu amigo Pinzón a estas horas?

–No es Pinzón. Es un policía. Debes convencerlo de que soy un adicto.

E Iván toma la guitarra, y canta una canción de Lucas Arnau, y otra de Carlos Vives. Incluso también la emblemática Como agua caliente, entonada, esta vez, como homenaje a los bonos de agua de su ministro Carrasquilla.

–¿Eres un adicto? Te vas ya mismo para tu cuarto…

Duque protesta; la mamá confunde su nombre y lo llama Álvaro y, en medio de la algarabía, se depierta su papá.

–Iván Enrique, ya oyó a su mamá: me hace el favor y deja de protestar que en esta casa la protesta está regulada y sus pataletas están siendo financiadas por la mafia.

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–Pero papá, yo no he hecho nada…

–Sópleme un ojo: ¡sí ve, huele a glifosato! ¡Eso es por meterse con el vago ese que lo está llevando por el mal camino!

–¿Jorge Mario?

–No, hombre: ese tal Carrasquilla: tiene una fama pésima, ¡quién sabe en qué malos pasos anda ese muchacho!

(Jorge Mario, para quien no lo sepa, es el inseparable secretario general del presidente: se conocieron cuando ambos eran dos polluelos cuyos papás trabajaban en el gobierno de Turbay, y forjaron una amistad ya no con frases propias de su generación, del estilo de “Te acuerdas cuando fuimos al concierto de conciertos, Jorge Mario, que tú tenías peinado de honguito, y yo estrenaba mis zapatos Addax”, sino con diálogos cargados de nostalgia de poder:

–¡Qué épocas aquellas en que nuestros papás trabajaban con Turbay, Jorge Mario, y recorríamos estos mismos pasillos de Palacio: ¡y pensar que regresamos, pero ya con pantalones largos!).

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El chino Iván, el presidente Duque. Convoca al país en torno a la lucha anticorrupción, pero regala puestos como político turbayista: que lo diga ante notario la propia Claudia Ortiz. Promueve el discurso de la innovación, pero nos conduce de nuevo a las infructuosas medidas del pasado, cargadas de glifosato y represión. Cree en la economía naranja, y a la vez sacrifica la inversión en educación en aras del presupuesto militar. Medio país lo observa con desconfianza por haber sido el que dijo Uribe, y al tiempo el uribismo radical lo irrespeta:

–Iván Enrique, vaya salude bien a su tía María Fernanda –le pide la mamá.

–¡Qué me va a saludar, Ivancito, si yo estoy es brava con usted!: nada que cambia esa inútil cúpula militar, usted sí es que no sirve es para nada…

–Pero tía…

–¡Nada de tía! Vaya, vaya cámbiela, Ivancito, sirva para algo.

Van apenas tres meses de gobierno y las canas le salen de manera natural. A lo mejor adolece de la experiencia que requiere el cargo, pero puede declarar ante notario que la tiene. Le haré fuerza generacional para que su gobierno no quede como un zapato marca Addax; para que los ministros se aprendan su apellido; para que nunca más lo manden al cuarto de castigo.

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