OPINIÓN

Duque grita la independencia

Es 20 de Julio de 2019 y el presidente Iván Duque convoca a reunión de emergencia a sus funcionarios de confianza: Alvarito García, zar de las comunicaciones; Jimmy Amín, alfil de temas políticos; Pachito Miranda, el rey de las selfis. Y sus ministros de confianza, los que le han permitido nombrar a él solito: el de Vivienda, el de Ambiente, la de Cultura. Y cositas así.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
20 de julio de 2019

Es 20 de julio de 2019 y el Presidente Iván Duque convoca a reunión de emergencia a sus funcionarios de confianza: Alvarito García, zar de las comunicaciones; Jimmy Amín, alfil de temas políticos; Pachito Miranda, el rey de las selfis. Y sus ministros de confianza, los que le han permitido nombrar a él solito: el de Vivienda, el de Ambiente, la de Cultura. Y cositas así.

–No cites a la de Justicia –le dice al oído su secretaria, María Paula Correa– porque esa ya no es nuestra. Es de Él.

La tarde cae en la ventana. Los colaboradores llegan a su despacho.

–Señores –informa, grave–: he pensado largamente y creo que allá, en esa mesita de centro, se vería divino un florero.

–Extraordinaria idea –aplaude Pachito Miranda.

–Desde épocas de Gaviria no se ven flores en Palacio –celebra la ministra de Transporte.

–Eso puede unir al país –sentencia Jimmy.

–El lío ahora –retoma el presidente– es que el único florero que queda en Palacio está en la oficina de Carlos Enrique Moreno.

Carlos Enrique Moreno, “el Cuñadísimo”, como lo llaman ciertos columnistas castrochavistas, es el hermano de Lina Moreno: temido superministro a la sombra que está instalado en Palacio en calidad de hermano de Lina Moreno. O de cuñado de Álvaro Uribe, como se quiera ver.

El presidente Duque no se amilana. Persistente como los emprendedores de la economía naranja a quienes tanto admira, no renuncia a su sueño:

–Nombraré una comisión para pedir el florero a Carlos Enrique.

Pero Moreno no recibe a los comisionados; apenas les manda la razón de que el florero está reservado para seguir poniendo margaritas: “Como Margarita Cabello Blanco”, pide que les digan.

Digno y lleno de carácter, el joven mandatario Iván Duque acusa el golpe y lanza entonces un nuevo grito de independencia. Organiza un grupo de chat con sus valientes. Les envía un largo audio con su memorial de agravios: impreca por autonomía, por respeto. Y se autoproclama presidente de Colombia.

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Que lo vean los Ipads de historia del futuro: este joven no será Andrés Felipe Arias, aquel Mandela antioqueño, aquel Alberto Einstein del Valle de Aburrá, perseguido políticamente por Alejandro Ordóñez, Viviane Morales y demás agentes encubiertos del castrochavismo.

Pero es Iván Duque, el Nuevo Libertador. No monta en Palomo Valencia ni ningún otro caballo; tampoco lleva en el cinto una espada de acero. Pero al cinto carga el estuche de unas gafas Rayban que desenfunda en caso de asado. Y en sus entrañas vibra la digna sed de la independencia.

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Contiene una lágrima al evocar a Jorge Mario Eastman, alias el Tocayo, a quien tuvo que enviar al exterior: “otra orden de Él”, susurra, resentido. Convoca de nuevo a los suyos, y, más mártir que nunca, lanza el anuncio:

–Llamaré al presidente. Y le diré todo lo que siento.

Sus leales aplauden y lanzan vivas. El presidente pide al Falcon que lo comuniquen con su patrón, mientras sueña despierto con la gloria que le espera: “Ojalá hagan una película sobre esta gesta, y ojalá sea un musical”, piensa; “y ojalá me interprete Pedrito Rico”.

Activa el altavoz. Sus fieles se arremolinan en torno a la bocina.

–¿A ver? –dice el bondadoso abuelo desde el otro lado de la línea.

Y entonces Iván Duque lanza su grito de independencia.

–Ejem, buenas tardes, presidente, ¿cómo va todo?

–A ver, Iván, hablá que estoy ocupado…

–Es que pensaba, lógico, si no le molesta a usted, que es el Presidente Eterno de todos los colombianos… ejem… Pensaba…. Mejor dicho: ¿puedo tener un florero para mí solito?

–Pedile a Carlos Enrique, home…

–Pero no me lo quiso dar…

–Decile que pida uno a El Éxito…

–Y por ahí derecho –se juega los restos el hombre que reescribirá la historia– ¿cree que pueda nombrar yo solito un nuevo ministro de Defensa, por ejemplo?

Un silencio se condensa del otro lado de la línea. Pero al prócer en ciernes ya nada lo detiene:

–Me gustaría poder nombrar un ministro de Gobierno; poder nombrar a la cúpula militar, poder nombrar al director de Inteligencia –dice, sin pausa–; ¡y poder ir a Hato Grande algún fin de semana!

El Presidente Eterno tarda en responder:

–Discúlpame, Iván, andaba recibiendo una llamada de Cadena por el otro celular… ¿Qué es lo que querés?

–Ejem… Que si puedo tener el florero de la oficina de Carlos Enrique. Y ya en esas nombrar yo mismo a los ministros más importantes.

De otro lado de la línea se oye un suspiro.

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–A ver, mi niño –dice, paciente, el doctor Uribe-: la patria te requiere para cosas grandes. Promové la economía naranja; proponé cosas contra los violadores de niños; ¡viajá! …Pero esas otras cosas aburridoras, Iván, home, dejámelas a mí…

–Pe, pe, pero…

–Pero nada, Iván: ¡recibí a los tenistas!, ¡goberná! Y ándate si querés a Hato Grande el sábado –remata, impaciente.

Cuelga entonces Iván, mientras los suyos estallan en gran alborozo, en júbilo inmortal. “!Quiero una selfi con los tenistas!”, exclama Pachito Miranda. “¿En Hato Grande hace frío?”, indaga Jonathan Malagón. La tarde cae en Bogotá. Los muchachos se abrazan. Esa noche, el señor Moreno les manda un florero comprado en El Éxito, mientras suena el himno nacional. 

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