Opinión
Duque: ¿Quiere ser otro Santos?
Confrontar los desastres naturales no es solo cuestión de plata, como demostró Santos. La tuvo y no dio la talla.
Puede pasar a la Historia como el que rescató el archipiélago o como su antecesor, que perdió el mar en el litigio con Nicaragua y no realizó nada significativo para compensar a los isleños. Con la diferencia, además, de que Juan Manuel Santos tuvo seis años para actuar y Duque solo cuenta con 22 meses. Y encima afronta la catástrofe en medio de una pandemia que aumentará en unos 7 millones el número de pobres. Providencia, por tanto, supone un reto mayúsculo para un gobierno-bombero con las arcas escuálidas y un gabinete débil. Porque confrontar los desastres naturales no es solo cuestión de plata, como demostró Santos. La tuvo y no dio la talla.
Su famoso Plan San Andrés, que pretendía “rediseñar el futuro” de las islas, según dijo en su momento, quedó en discursos.
Era evidente que nada sustancial pasaría bajo su administración visto lo sucedido en la costa norte tras las inundaciones de 2010. Recuerdo que Santos proclamaba que tamaña desgracia serviría para transformar la región poco menos que en la California criolla. Vayan a los pueblos afectados y quedarán descorazonados. Y si aún tienen aliento, sigan después a Mocoa y pregunten a los putumayenses qué les dejó aquel gobierno que, al margen de Cuba, solo sabía de locomotoras fallidas.
Ahora Duque asegura que levantará las casas caídas en Providencia antes de acabar su mandato y que recuperará rápido la infraestructura. Su ministro de Ambiente agrega que hará de la isla la primera de turismo sostenible del mundo, anuncios preocupantes por su semejanza con las rimbombantes promesas incumplidas de Santos.
Antes que nada deberían comenzar por lo más sencillo: entregar teléfonos satelitales a las autoridades locales y al Puesto Naval Avanzado de la Armada. Inaudito que militares y gabinete municipal anden tan desprovistos de equipos esenciales en una isla apartada, en medio del Caribe, que dejó al país 24 horas sin conocer la suerte de sus habitantes.
Y eso que Eta, la anterior tormenta tropical que devino en huracán de baja intensidad, hizo sonar las alarmas. Tuvieron una semana para preparar las islas con algunos elementos básicos y tomar medidas tales como cancelar los vuelos desde el continente un par de jornadas antes de la llegada de Iota. ¿Alguien entiende que permitieran nueve vuelos con turistas a San Andrés?
Duque debería analizar los infinitos errores de Santos, que vivía convencido de que los desastres se superaban a punta de promesas, mermelada y anuncios grandilocuentes, para no imitarlo. Está bien acudir al lugar de la calamidad, conocer de primera mano la magnitud de los daños y solidarizarse con quienes perdieron todo. Pero no basta con esos gestos y con reconstruir lo caído. La clave es mirar más allá, puesto que incluso, antes del huracán, el futuro del archipiélago ya era sombrío.
El orgulloso pueblo raizal, heredero de ingleses y africanos, posee una idiosincrasia muy diferente al continental, y en Providencia y Santa Catalina son aún más apegados a sus raíces y tradiciones. Pero siempre han admitido que requieren hallar soluciones inteligentes y duraderas a sus problemas estructurales, y hacerlo sin perder su esencia. De ahí que el papel de Lyle Newball será determinante.
En cuanto a eficacia en las ejecuciones, Duque no arranca con buen pie. Al segundo día de su posesión aterrizó en San Andrés y se comprometió a resolver de inmediato la pésima calidad de internet, y sigue igual.
Tal vez sea el momento para el presidente de repensar la manera de gobernar en lo que resta de mandato. Llegó la hora de dejar el programa televisivo diario de las 6 p. m., las inauguraciones de cualquier pendejada y, sobre todo, los foros inocuos que tanto apasionaban a su antecesor.
Los gravísimos problemas que enfrenta su gobierno requieren más de liderazgo, estudio y medidas audaces que de presencia diaria en diferentes escenarios. Los expertos en huracanes advierten que aumentará su número debido al cambio climático y serán más destructivos. Otros ambientalistas llevan tiempo alertando de que el San Andrés superpoblado es inviable. Sumado a que se evidenció que Providencia y Santa Catalina son muy vulnerables y deberán levantarlas de otra manera, así como pensar en alternativas al turismo, si es que existen. No olvidemos que dejaron la pesca después de perder la jurisdicción del territorio marítimo en favor de Nicaragua, y los subsidios que recibieron solo ayudaron a sobrevivir un tiempo.
Sin descartar que, si este gobierno no corrige el rumbo del anterior, muchos raizales, consumados navegantes, se echarán en brazos del narcotráfico para superar la desgracia. Antes de la devastación de Iota, contaban por cientos los isleños presos en Estados Unidos, así como los que se tragó el mar, a los que cabría agregar los que murieron asesinados en la Colombia continental por las mafias.
Providencia no es tierra de bandas criminales, sino una isla tranquila, acogedora, segura, de gente pacífica, poco bulliciosa y trabajadora. Pero ser un punto estratégico en el Caribe desde la época de los piratas y conocer el mar, los cayos y los arrecifes como la palma de su mano los convirtió en presa de los narcos, que necesitan de su destreza para transportar cocaína hacia Centroamérica.
Por tanto, no es solo devolverles las viviendas, escuelas, comercios e iglesias que perdieron. También hay que ayudarlos a buscar otros caminos de progreso. Duque tiene la palabra.
NOTA: Todo ello sin ignorar al Chocó y las crecidas del Atrato. Poblados míseros, cultivos anegados, familias sin hogar, caseríos olvidados.