OPINIÓN

El acto de matar… y ver morir

Se estrenó en Bogotá el documental 'El Acto de Matar'. La historia ocurre en Indonesia, pero las analogías con la situación colombiana son inevitables.

Nubia E. Rojas G., Nubia E. Rojas G.
12 de agosto de 2013

“La película dura dos horas y media, es bastante explícita y contiene dosis muy altas de violencia. Cuando la vi por primera vez, tuve que salir varias veces a vomitar porque las escenas me parecían chocantes; así que si ustedes deciden abandonar la sala porque no la soportan, es apenas comprensible”. Con estas palabras presentó el holandés Jan Willem Meurkens, director en Colombia del Festival Documental 'Beeld voor Beeld' ('Imagen tras Imagen', en holandés) y profesor de la carrera de Cine de la Universidad Central, la película 'The Act of Killing' ('El Acto de Matar'), del director estadounidense Joshua Oppenheimer. 

La película se estrenó –sin mucha promoción, hay que decirlo- el sábado pasado en un auditorio de la universidad lleno, en su mayoría, de estudiantes apáticos, distraídos con sus smartphones y obligados a madrugar por un deber académico.

'El Acto de Matar' es, efectivamente, un documental terrible que narra una historia que, no por suceder en Indonesia está lejos de la realidad colombiana: se trata de un retrato descarnado, protagonizado por personajes reales, de los líderes de los escuadrones de la muerte que operaban en el país asiático como grupos paramilitares que apoyaban la dictadura del general Haji Mohammad Suharto. 

El militar se tomó el poder en 1965 tras derrocar a Achmed Sukarno, primer presidente de Indonesia y reconocido líder de la revolución que veinte años antes, en 1945, dio fin a 350 años de colonialismo holandés. En menos de un año, los escuadrones de la muerte asesinaron a cerca de un millón de personas. 

El documental muestra cómo, desde el golpe de Estado, cualquiera que se opusiera al régimen era tildado de “comunista” y perseguido por ello, con la anuencia y el apoyo de los gobiernos occidentales. Suharto legitimó su ideología presentándose como salvador de la nación e, inconforme con tener a su disposición a las Fuerzas Armadas para destruir a sus opositores, reclutó a cientos de civiles que hicieron parte del trabajo sucio, colaborando con la consolidación de su poder. Entre ellos se encontraba, incluso, el director de un diario local cuya misión era “hacer que la gente odiara a los comunistas”, que recogía y manipulaba información en contra de los sospechosos, y participaba directamente en su asesinato.

Otro de esos civiles es Anwar Congo, uno de los fundadores de la organización de extrema derecha que surgió de esos escuadrones de la muerte, y personaje principal del documental. Quizá lo que resulta más indignante es ver el reconocimiento y admiración de que gozan él y otros de los antiguos matones del régimen, que presumen de sus crímenes, se mofan de sus víctimas y se han convertido en modelos a seguir por jóvenes paramilitares y otros sectores sociales que los ven como ganadores y ciudadanos ejemplares. 

La organización paramilitar que conformaron llegó a ser tan fuerte que sus líderes incluyen ministros de gobierno, parlamentarios y otros hombres poderosos, felices y presuntuosos de los dividendos resultantes de la corrupción, el fraude electoral y los actos de genocidio.

Congo y sus secuaces aparecen triunfantes en programas de televisión en los que cuentan con lujo de detalles las ejecuciones de sus víctimas, llevadas a cabo con técnicas que han “perfeccionado” según lo que han aprendido en películas estadounidenses, de las que son admiradores declarados. 

El propio Congo afirma orgulloso en el documental que inventó “un método más humano, menos sádico” y, sobre todo, menos sangriento, de matar (le molestaba untarse y oler la sangre): el estrangulamiento con alambre. 

La película muestra el miedo, pero también la sumisión de una sociedad que no se hace muchas preguntas sobre su historia y que ha permitido que esta sea escrita por los autoproclamados “vencedores”. También muestra el apoyo irrestricto de ciertos sectores y el poder del odio irracional como arma de guerra; la sumisión y el papel casi ornamental al que son relegadas las mujeres; las vejaciones de las que son víctimas; el adoctrinamiento y reclutamiento de niños y jóvenes a quienes desde la más tierna edad se les expone a la violencia más cruel y se les enseña a utilizarla como medio para conseguir sus fines, cualquiera que estos sean, adormeciendo su capacidad de indignarse, reaccionar y construir una sociedad diferente.

Lejos de ser apologético, el documental muestra el horror desde el punto de vista de los victimarios, con lo que los deja en evidencia. Conforme avanza la historia, sus reacciones son de lo más diversas: algunos se muestran reflexivos y arrepentidos por lo que han hecho, tras constatar sus consecuencias. 

A otros solo les preocupa la imagen que la sociedad tendrá de ellos después de su participación en la película. Algunos más afirman no tener el menor ápice de arrepentimiento y dicen vivir una vida tranquila, convencidos de haber hecho lo correcto. 

En lo que no difieren es en que ninguno de ellos teme ser perseguido ni llamado a rendir cuentas por sus crímenes: tienen al poder de su lado y han construido una base social que, aún a la fuerza, les apoya, les protege y les alaba. “Felizmente, las víctimas no pueden hacer nada. Saben que ni siquiera pueden intentarlo”, dice uno de ellos entre risas.

'El Acto de Matar' comenzó a filmarse en el 2005 y ha ganado, en apenas un año, varios premios y reconocimientos alrededor del mundo. Entre los más destacados, están una doble premiación en la Berlinale, el premio a la mejor película en el Festival DocsBarcelona y el premio a mejor documental en el Festival Internacional de Cine sobre la Dignidad Humana en Myanmar. Ha sido proyectado en varios festivales internacionales como el propio “Beeld voor Beeld”, con sede en Ámsterdam, y que se lleva a cabo actualmente en Bogotá. 

El Consejo para la Investigación en Artes y Humanidades del Reino Unido ha creado, con el material filmado, un vasto archivo audiovisual sobre las masacres en el país asiático que es la base de su proyecto sobre “Genocidio y Género”. Raúl Moreno, profesor de la Universidad Central, afirma que el documental hace parte del proceso de reconciliación en Indonesia. 

“Sentimos que las historias que estábamos escuchando sobre crímenes contra la humanidad –que nunca antes habían sido grabadas- eran de importancia histórica mundial”, afirma, por su parte, el director de 'El Acto de Matar', Joshua Oppenheimer. “Después de todo, esta no es solo una historia sobre Indonesia, sino sobre todos nosotros”, dice en su página web.

Curiosamente, durante la primera proyección en Bogotá, muchos de los asistentes han reído o murmurado algún chiste en los momentos más sórdidos o de clímax de la película. Se detienen en detalles nimios. Están cansados. Están aburridos. Algunos salieron, como preveía Meurkens; pero, al parecer, ninguno fue a vomitar. 

Están acostumbrados a ver violencia todos los días. Están habituados a que los mafiosos y los matones sean héroes nacionales, aparezcan continuamente en la televisión y se les muestre como modelos a seguir. Les parece que Indonesia está en otro planeta, que la historia que narra el documental no tiene nada que ver con la colombiana. 

El público del estreno era una pequeña Colombia: indiferente, anestesiada, distraída. El profesor Moreno ha intentado llamar su atención diciendo que estas cosas también han ocurrido el Colombia. Él lo sabe porque ha trabajado en procesos de resocialización de paramilitares. La respuesta es el silencio. La sensación que queda en el aire recuerda aquella caricatura de Mafalda en la que Susanita lee los titulares de prensa y piensa “¡Ah, por suerte el mundo queda tan lejos!”.

'El Acto de Matar' aún puede verse en Bogotá  los próximos martes y miércoles 13 y 14 de agosto a las 6:30 p.m. Puede consultarse la programación en www.beeldvoorbeeld.org

*Periodista especializada en temas de paz y asuntos sociales, políticos y humanitarios.
En Twitter: @NubiaRojasblog

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