Opinión
El camino de mi héroe
Cuando Dios te llame de este mundo, héroe mío, Alberto Jesús Alfredo Ballén Turriago, no dudes en ir a Él, pues en este mundo tu camino ha sido labrado y las cosechas, recogidas. A nadie le debes nada y nada debes de temer.
¡Qué vida la tuya, padre amado! ¡Qué honor y cuántas enseñanzas ves cuando pones el retrovisor y haces el balance de lo que ha sido tu existencia! Yo, tu hijo Santiago, te veo y sigo viendo que me dejas el listón muy alto. Eso, por demás, me alegra demasiado. El cáncer –esa infame enfermedad que como médico combatiste armado de experiencia y sapiencia, ese mismo mal que se llevó a tu madre (mi abuela) y a tu segunda amada esposa– hoy te tiene entre sus fauces y con la vida a cuentagotas.
Me refugio en estas letras para desahogarme, para anestesiar –si es que así se le puede llamar– lo que siento en mi alma. Y no busco generar pesar, porque un supermegahéroe como tú jamás generará esa sensación; lo hago para decirte, con los alientos de vida que hay, que fuiste y serás siempre un ser humano genial. Más allá de ser mi papá, cosa que de por sí me enaltece, has sido una persona que tocó la vida de otras. Eso es un don de pocos.
Te forjaron cosas duras, como el hecho de ver muy joven morir a tu padre (mi abuelo) por culpa de un vehículo pesado que lo arrolló en Zipaquirá. Eso te inspiró a cambiar de rumbo y entender que lo tuyo era ser médico y luchar por la vida de los demás. Tu madre (mi abuelita) quedó viuda y con su profesión de maestra, a punta de tesón y con la frente en alto, sacó adelante a sus cinco hijos: mis tíos Carlos, Yolanda, Clara, Guillermo y tú, mi héroe.
La vida militar fue tu otro gran norte. Mira, padre, cómo es el destino: formar parte de la Fuerza Aérea Colombiana y ser al tiempo un gran médico. De niño, te lo confieso, eso era como si fueras un doble héroe con doble capa y más poderes. Esa visión la conservo y corroboro hasta hoy.
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En el prestigioso Jackson Memorial Hospital de Estados Unidos estudiaste más acerca del cáncer y en especial cómo combatir el cáncer de seno. Tu relación con el mundo castrense despertó ese gen por la docencia que heredaste de tus padres Jesús Ballén y Beatriz Turriago. Como profesor, polinizaste muchos corazones de alumnos de la Universidad Militar y de muchas otras instituciones en que enseñabas sobre el cáncer. Muchos de esos estudiantes, que hoy son ya profesionales y que incluso han ayudado en tus tratamientos, nos han llamado, nos han dejado mensajes y todos preguntan por tu salud y por tu bienestar. Todos te llenan de cariño. Como tu hijo, les quiero agradecer profundamente esos gestos de amor hacia ti.
El cáncer es un viejo conocido tuyo. Te golpeó –como lo mencioné anteriormente– llevándose a tu madre y a tu segunda esposa y, ahora, decidió visitarte. Es curioso, padre querido, tú lo conoces bien, tú lo miras a los ojos y ambos se respetan. Incluso le hablas duro y consideras que es una infamia que aún la ciencia no termine de entender esto para derrotarlo definitivamente.
Qué sensación hermosa siento cuando –a pesar de lo duro que ha sido esto en cuanto a tu enfermedad– caminamos por los jardines del club de oficiales de la Fuerza Aeroespacial Colombiana (otrora Fuerza Aérea) y sentimos el respeto y cariño que te profesan. La forma en que te tratan en el alojamiento del Club Militar y cómo ha sido de profesional, atento, cuidadoso y bondadoso el tratamiento –con todos los detalles del caso, sin escatimar en nada– que te han dado en el Hospital Militar, el lugar en donde trabajaste durante 20 años. Aprovecho, y en nombre de mi familia le quiero agradecer, por tanto, a todo el personal del hospital y a su director, el mayor general Rincón.
El asma y los acordes del vallenato que tanto te gusta te llevaron en estos últimos tiempos de Bogotá a Valledupar. Allá decidiste tener una vida más sosegada sin dejar de lado las ganas de trabajar. Ese uso de “buen retiro” vino acompañado de una mejor alimentación y del gusto por montar en bicicleta. Doy fe de que dejabas atrás a otros corredores más jóvenes que tú, y doy fe también –y lo confieso– de que un día en la zona norte de Cartagena nos fuimos a montar juntos y el fuerte viento que pega sobre el viaducto de la ciénaga no fue impedimento para que me dejaras regado. De ese día me queda una bella foto que nos tomamos y que con orgullo usas en tu perfil de WhatsApp.
Cómo una cosa lleva a la otra. Mis recuerdos van a los momentos en que me enseñaste a montar en bicicleta y a nadar. En ambos casos, la tesis del “volar solo” fue la clave para aprender.
Hoy soy lo que soy por ti, porque hoy puedo “volar solo” con la fuerza que les diste a mis alas con tu esfuerzo, con el hecho de no tener solo un trabajo, del embarcarte a punta de sacrificio por una serie de empleos para poder patrocinar mi formación. No importa que ya estuvieras pensionado, igual atendías a más pilotos, igual hacías más cirugías de seno y otros procedimientos. Todo para que yo pudiera tener lo mejor, todo para que yo hoy pueda decir que estudié en Estados Unidos y luego hice mi maestría en Londres. ¡Qué titán eres, padre mío!
Así como hoy encaras al cáncer, también hablas con Dios. Lo has estudiado y sabes que la oración es un canal bello y directo para pedirle que no vayas a sufrir en las fases finales de esta enfermedad y que tus buenas obras te garanticen un lugar en la eternidad con Él.
Estas letras son para ti. Estas letras van con amor, desgarran también mi corazón, pero le dan sosiego a mi alma. Es lo mínimo que puedo hacer ante tanta gratitud que te debo. Es que la misma independencia y autonomía que me inculcaste, el gran apoyo que me diste, el nunca juzgarme, el no cambiar mis deseos ni mis decisiones, es algo invaluable para mí de ti. Nunca forzaste nada, ni una carrera, ni una pareja. Fueron todas muestras de gran amor inmensurable e incondicional, respeto que tiene mi héroe hacia mí.
Esta dura prueba de tu enfermedad genera sentimientos de rabia, pero también he aprendido que la pregunta correcta es: ¿para qué pasa todo esto? Y no: ¿por qué? Ese ‘para qué' me muestra que necesito contarle al mundo sobre mi héroe, que si un solo ser humano entiende su legado, la misión se cumplirá. Yo te elegí antes de nacer, padre mío, y adiciono a mi madre también. No pude tener una mejor decisión de vida antes de la vida misma…
Cuando Dios te llame de este mundo, héroe mío, Alberto Jesús Alfredo Ballén Turriago, no dudes en ir a Él, pues en este mundo tu camino ha sido labrado y las cosechas, recogidas. A nadie le debes nada y nada debes de temer.
Te honro a ti padre amado y tengo la confianza de que cuando ambos dejemos de estar en esta dimensión, nos reencontraremos en el cielo. Te amaremos hoy y siempre.
Con amor, tu hijo.