OPINIÓN

El caos venezolano

Al término de su año como presidente de la Asamblea Nacional –y por lo tanto como presidente interino constitucional de Venezuela—Juan Guaidó enfrenta su peor momento en el camino hacia la recuperación de la democracia en su país.

Camilo Granada, Camilo Granada
8 de enero de 2020

El aire de esperanza que se sentía hace un año, se desvaneció. El llamado cerco diplomático no funcionó. La comunidad internacional que ha apoyado a Guaidó como presidente interino tras las elecciones presidenciales fraudulentas de 2018, no logró su objetivo de dividir al chavismo en el poder. Tampoco logró –como se empecinaron muchos—que las fuerzas armadas le dieran la espalda al régimen ilegítimo de Maduro. Más allá de unos pocos casos aislados de oficiales militares sin mando que dieron el paso, la gran mayoría y la totalidad de la cúpula militar y la guardia  se mantuvo del lado de Maduro, por conveniencia o por temor. Las sanciones económicas, si bien han golpeado a Maduro y su primer círculo, no han generado la movilización ciudadana ni del empresariado contra el régimen.

Por el contrario, el que pareciera haber metido una cuña profunda en el campo adversario es el mismo Maduro. Hoy la oposición está más dividida que nunca. Luis Parra, diputado de oposición trató de posesionarse como presidente de la asamblea. Y logró, con maniobras poco santas y sin el quorum necesario, que una minoría de los diputados de oposición, junto con los chavistas, lo designaran. Parra y los que fueron elegidos con él, afirman que Guaidó es el pasado. Que la situación venezolana está bloqueada y que hay que buscar una nueva alternativa, sin Maduro, pero también sin Guaidó y los dirigentes tradicionales de la oposición.

Poco importa si fueron sobornados o no. Lo que importa es que esta rebelión dentro de las filas de la oposición devela su fragilidad y su falta de unidad alrededor de unos objetivos políticos claros. También desnuda la ausencia de un derrotero claro que permita salir de la situación actual y avanzar hacia unas elecciones realmente libres y el restablecimiento de la democracia.

Y mientras el caos político se profundiza, la situación de los venezolanos de a pie, sigue siendo extremadamente difícil. La economía sigue cayendo como piedra al fondo del rio. Las proyecciones del Fondo Monetario Internacional indican que Venezuela sería el país con el desempleo abierto más grande del mundo, incluso superando el 50%. La producción también seguirá en caída libre. La economía venezolana es ya una sombra de los que fue hace tan solo 6 años: ¡si en el 2013 el PIB era 100 hoy es apenas de 35! Y la perspectiva para el 2020 es igual de pesimista, con una inflación que seguirá desbordada. Lo que hoy cuesta 10 a finales del año costará 30 mil.

En una economía tan precaria y una moneda que no vale el papel en el que se imprime, el dólar se convirtió de facto en la moneda de intercambio para un segmento de la población venezolana. Según la consultora Ecoanalítica, más del 53% de todas las transacciones en Venezuela se hacen en dólares.  Esa economía paralela, permite aliviar un poco las angustias cotidianas de hacer mercado, conseguir los bienes más básicos, desde alimentos hasta medicinas.

“Gracias a Dios existe la dolarización, es una válvula de escape” dijo Maduro en una entrevista de televisión hace unas semanas. ¡Que enorme paradoja! Maduro, que hasta muy poco combatió y sancionó a los que usaban dólares, que se presenta como el gran opositor a los Estados Unidos,  hoy ve en la dolarización salvaje (señal incontrovertible del fin de la economía), su tabla de salvación.

Pero esa es una tabla de cemento. Es una falsa ilusión. Ratifica la formación de una economía paralela de supervivencia, que también se convierte en el paraíso del lavado de dinero del narcotráfico. Sin control de ninguna especie, pero con aceptación generalizada y apetecida, el dólar de la droga entra a rodos en Venezuela.

Pero la mayoría, los más pobres, no reciben dólares de familiares y no tienen acceso a esa economía dolarizada que permite enfrentar la escasez y la hiperinflación. Tampoco aceptan los bolívares que no les sirven de nada. Ellos se encuentran en la situación más crítica de todas, y están teniendo que recurrir al trueque para conseguir lo mínimo para medio subsistir. Esa es la imagen perfecta del caos económico. Dólar, Bolívar, trueque. Tres sistemas parcelares coexistiendo, pero ninguna esperanza de reactivación y orden. Por ello, a pesar de que la migración se ha hecho cada vez más difícil pues las perspectivas en Colombia, Ecuador o Perú son cada vez más complejas y poco halagüeñas, serán muchos los venezolanos que seguirán huyendo del caos y la desesperanza. Claramente el 2020 no apunta a ser el año de la democracia en Venezuela ni del fin de la caída de la economía. ¡Que tragedia!

Mientras tanto, la comunidad internacional, empezando por Estados Unidos y Colombia, se quedó sin ideas ni herramientas para contribuir a una solución. Los venezolanos son los que siguen pagando los platos rotos de haber cerrado todas las puertas y no tener un plan B.

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