Columna de opinión Marc Eichmann

OPINIÓN

El carácter

Esta columna se refiere a algo que poco a poco se ha perdido en Colombia y que termina reflejándose en múltiples aspectos de nuestra vida diaria. Es sobre una atribución que en muchos países se da por sentada, como la de que los humanos tenemos que respirar, comer, beber y dormir, una característica sin la cual la vida en sociedad se vuelve difícil.

27 de julio de 2021

Existen muchas definiciones de carácter. Nuestra definición del término como sociedad es muy cercana a la de la Real Academia Española, es decir, la fuerza y elevación de ánimo natural de alguien, su firmeza o energía. Una persona de carácter en Colombia es muchas veces identificada como aquella que es capaz de expresar su berraquera y su poder por medio de palabras, ese estereotipo muchas veces machista de quién por la fuerza de su personalidad es capaz de influir en otros. Para muchos, carácter era el de Serpa y su vibrato, el de Gaviria y su apertura, el de Hugo Chávez en la ONU. Personalmente prefiero la definición de carácter que un alumno de secundaria le dio a John Matone, un gurú de los recursos humanos: carácter es la disposición a hacer lo correcto aunque nadie te esté mirando.

En mi vida profesional me he encontrado con grandes líderes que poseen esta característica. En lo político debo resaltar a los difuntos Juan Mario Laserna y Roberto Camacho, y entre los vivos, a Aníbal Gaviria, Enrique Peñalosa y Jorge Enrique Robledo. De tendencias políticas opuestas, reconozco en ellos una grandeza de carácter común que pasa por la coherencia personal. En el ámbito empresarial he conocido a múltiples líderes con carácter, pero también a muchos en que esa característica escasea. En mi ramillete de preferencias de amistad intento que este sea un atributo ineludible.

Hoy nos hemos acostumbrado a líderes con falta de carácter, de acuerdo con la definición del alumno. Otros atributos seguro compensan en la popularidad de estos personajes, una inteligencia superior, una capacidad de influir en las personas, la belleza, la simpatía o el discurso beligerante. El caso de políticos con aspiraciones presidenciales, cuyas acciones y discursos se enfocan muchas veces en lograr un efecto mediático en vez de un compromiso con lo correcto, se repite en demasiados colombianos con aspiraciones políticas para quienes el atajo de la popularidad pasa por encima de los valores. Caben adicionalmente en este aparte las estratagemas para seguir en el poder de parte de ciertos expresidentes, las decisiones de despliegue de infraestructura que benefician a funcionarias públicas, la utilización de entidades públicas para beneficio propio a costa de las sinergias con el sector privado, las acciones de algunos magistrados de las altas cortes y desgraciadamente, el actuar de muchos empresarios.

A diferencia del poder, el carácter se construye a lo largo del tiempo por medio de la convicción de que siempre es preferible dejarse guiar por el bien colectivo. Hay en él una declaración de transparencia, aquella que permite persistir en caso de que las cosas no salen bien. En Hidroituango, a diferencia que en el cartel de la toga, el tema del hacker, la Bogotá de Samuel, las 4G de las enamoradas, el caso Odebrecht, los escándalos de alimentación escolar, los falsos positivos y muchos más, se actuó con carácter, buscando el bien en todas las decisiones, independientemente de que los resultados no hayan sido satisfactorios. Lo mismo se puede decir del caso Reficar, en el cual, a pesar de existir un detrimento patrimonial por las actuaciones del contratista, difícilmente se puede asignar a los directores de la entidad una falta de carácter.

En cuanto al presidente Duque, ha demostrado en sus desempeño una alta dosis de carácter, en la cual muy pocas actuaciones no pasarían una auditoría pública. Sus intenciones han sido positivas, no guiadas por su necesidad de fama, ni el reconocimiento internacional, sino por llevar el país a buen puerto. No quiere decir esto que todo lo que hace el presidente salga bien, muchas cosas en su gobierno no han salido como se quisieran, pero el resultado no se puede endilgar a ninguna falta moral. No se puede decir lo mismo de muchos de sus opositores que, en su rencilla, no podrían aceptar abiertamente que en muchas de sus actuaciones su intención no era hacer lo correcto.

El carácter es la base con la cual una sociedad crea confianza. Es bienvenido en tanta gente como sea posible, es ineludible para aquellos que ostentan el poder, ya sea desde lo público o desde lo privado. La única salida a nuestra crisis como país, hacia un sociedad más unida es que escojamos de líderes a gente con carácter. Sin líderes que lo encarnen justificamos a aquellos que ven la causa de todos sus males en los demás. No demos más papaya.

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