OpiNión
El complejo de Adán
Un escenario difícil, pero lo que escucho en la calle me da vigor, valor y optimismo, pues el ciudadano tiene claro que lo que defendemos es la democracia y el futuro de nuestros hijos. Que otros se dediquen a la política electoral. Eso está bien y es necesario. Pero yo, como ha sido mi historia, me quedo con la calle. Esto apenas está empezando.
Imposible encontrar una mejor manera de definir este concepto, el complejo de Adán, que el que nos dio la ya famosa –o infame, dirán otros– directora del DPS, Cielo Rusinque, en un trino de ayer: “Independientes desde 1810, pero la verdadera independencia para la amplia mayoría de los colombianos comenzó a forjarse el pasado 7 de agosto y radica en la verdadera conquista de las libertades y derechos fundamentales. ¡Nadie dijo que sería fácil!”.
El presidente Gustavo Petro también sufre de ese complejo, al igual que gran parte de su gabinete, cuando dice que es la primera vez que un presidente lidera un desfile del 20 de julio en San Andrés, o después en su discurso agrega que “desde Bogotá pensaban que San Andrés era un balneario, para comprar equipos de sonido”.
Rusinque y Petro creen, ambos, que el mundo, la nación, San Andrés y la democracia se crearon el pasado 7 de agosto. Para Rusinque, la Constitución del 91, donde su jefe participó y el partido que su grupo terrorista amnistiado con gran generosidad por la sociedad colombiana sacó una tercera parte de los votos, no existe. Ese gran proceso democrático en el que Álvaro Gómez y Antonio Navarro –secuestrado y secuestrador– trabajaron hombro con hombro para profundizar la democracia colombiana en un ejemplo inédito en el continente, para Rusinque fue una farsa. Claro, como Petro no fue un gran protagonista de ese proceso constitucional, la Rusinque, en un acto de lambonería universal, descarta ese momento histórico de Colombia. ¡Y eso que esta señora se dice constitucionalista y máster en Estudios Políticos, que tal que no lo fuera!
Petro igual. Nada era bueno antes. Y si bien no fue tan contundente como la Rusinque, también cree que la democracia colombiana empezó con él, y nos lo ha dejado ver en múltiples ocasiones. Antes, el Ejército solo mataba inocentes, mintió con descaro, pero ahora no. Antes de la Ley 100 había gran salud, ahora el sistema es pésimo y hay que retroceder 30 años. “Soy el jefe del fiscal y debe seguir mis órdenes”, dijo en contravía al ordenamiento legal. Esa mirada institucional y política en la que sus conceptos son los únicos válidos forman parte de esa enfermedad que en el caso de Petro, como de los otros populistas y dictadores del continente, no tiene cura, la megalomanía.
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La definición es sencilla. Megalomanía es la obsesión con el ejercicio del poder, y en especial con la dominación de los otros, y se caracteriza por fantasías delirantes de poder, relevancia, omnipotencia y grandeza. El megalómano tiene una autoestima excesiva y se siente omnipotente. Por eso mienten sin problema y reinterpretan la realidad a su manera e interés para lograr sus objetivos. El megalómano fuerza su verdad en los otros y no tiene capacidad de autocrítica. Y, como si fuera poco, tiene cero empatía.
Gustavo Petro no es el único, pero sí el más extremo caso, de megalomanía en nuestra clase política. Bogotá, en las últimas cinco administraciones, ha tenido exceso de complejo de Adán y por eso no tenemos un TransMilenio terminado y varias líneas de metro diseñadas y en ejecución. Cada alcalde llegó con su propia idea y su ego no lo dejó construir sobre lo construido. La Séptima es el mejor caso. Pasó de TransMilenio con Peñalosa, a tranvía con Petro, a TransMilenio de nuevo con Peñalosa (por lo menos es coherente) y a corredor verde con Claudia López. Y eso que es la vía más importante del corredor oriental de movilidad de la ciudad.
Ni hablar del nivel nacional en el que Santos, para no parecerse a Uribe, dejó de lado la política de seguridad y se embarcó en un proceso de paz que dividió al país y le pasó cuenta de cobro en el plebiscito. Pero sin duda lo que hoy vivimos con Petro y su corte de áulicos, otra de las características del megalómano es que se rodea de gente inferior que no le genere competencia intelectual, es de otra dimensión que necesita ser confrontado.
Pero muchos se preguntan ¿cómo se confronta si es el presidente? Lo primero es establecer límites claros. Las marchas son un buen comienzo y Petro ya sabe que la ciudadanía está activada. Pero él todavía piensa, primero, que tiene poder de convocar –que no lo tiene– y segundo, que quienes marchan contra él son apenas unos pocos burgueses, que tampoco es cierto. La capacidad de movilizar no se puede perder, debe crecer y debe estar lista para aumentar la presión cuando cruce las rayas rojas institucionales que afecten la libertad, el modelo económico y la democracia.
Obviamente, también están los mecanismos legales, que, sumados a la presión popular, pueden evitar los desbarajustes que puedan venir y, de paso, reforzar los límites que un presidente como Petro y sus acólitos necesitan. Decisiones de las Cortes y su reacción a la declaración sobre el fiscal son buenos ejemplos.
Finalmente, hay que tener claro que sin empatía no hay consensos posibles. Y esta característica de la egomanía se vio en todo su esplendor en los discursos de Petro en San Andrés y en el Congreso. Eso solo quiere decir una cosa, la presión en la calle para defender la democracia se debe mantener y no perderles el ojo a esas milicias que quiere crear, o colectivos, como les dicen en Venezuela, pues ya vemos cómo actúan contra la oposición hoy en Venezuela y cómo pueden actuar acá.
Un escenario difícil, pero lo que escucho en la calle me da vigor, valor y optimismo, pues el ciudadano tiene claro que lo que defendemos es la democracia y el futuro de nuestros hijos. Que otros se dediquen a la política electoral. Eso está bien y es necesario. Pero yo, como ha sido mi historia, me quedo con la calle. Esto apenas está empezando.