OpiNión
El discurso presidencial
Aunque el presidente Petro, con ínfulas de estadista, es antipático, impreciso y sus afirmaciones no son acompañadas con los hechos, es menos dañino que el Petro de balcón.
Gustavo Petro tiene dos discursos. Uno de balcón, que es agresivo, y otro como el del jueves, mucho más moderado, pero lleno de conceptos económicos y sociales complejos, salpicados de una seudointelectualidad difícil de comprender; ideas sin terminar y rodeos para subrayar iniciativas etéreas y, por lo tanto, de compleja aplicación. Los discursos del presidente son el espejo de su ejecución.
Aunque el presidente Petro, con ínfulas de estadista, es antipático, impreciso y sus afirmaciones no son acompañadas con los hechos, es menos dañino que el Petro de balcón. Este último tiene las mismas imprecisiones de su versión de estadista, pero se encarga de prender el fuego del resentimiento de las calles sin medir las graves consecuencias de un discurso de odios, ataques a la prensa y la guerra de clases.
La versión del presidente del jueves es lo que se podría también considerar una conciliadora. Es la interpretación del jefe de Estado de lo que significa tender puentes con otros movimientos políticos para lograr respaldo en el Legislativo y poder sacar adelante sus proyectos. Sin embargo, el tono, muchas veces soberbio, propio de alguien que considera ser dueño absoluto de la verdad y de tener una superioridad moral que le permite mirarse al espejo como un refundador de la nación, realmente lo aleja de una verdadera posibilidad de sumar.
El discurso del presidente Petro estuvo carente de logros tangibles. Intentó, fallidamente, dar explicaciones sobre la actualidad económica global, intentando, por partes, hacer un repaso de la historia económica global, pero no logró mostrar avances tangibles ni mucho menos hacer una exposición coherente de la historia económica, sus debates o conceptos académicos. Lejos de ser un John Kenneth Galbraith, combinó una chapuza de conceptos carente de sustento o resultados. Mucha palabra, poca realidad.
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La presentación del presidente es un cuadro de lo que es esta administración. Una amalgama de dogmas sin tener en cuenta el pasado ni la aplicabilidad de las ideas. En una reciente conversación para mi pódcast con el autor de La economía del descontento, Jean-Michel Paul (uno de los escritores de economía más leídos de los últimos tiempos), este pinta, sin mencionarlo, perfectamente al mandatario. Al describir a los populistas como nuestro presidente, asegura que se presentan como los poseedores de una fórmula mágica para solucionar los problemas de las naciones, cuando en realidad sus acciones, justificadas con que tienen la supuesta aprobación del pueblo, son una fórmula para empeorar las condiciones de vida de sus electores. Todos votantes descontentos por el estado de las cosas que fueron a las urnas con la esperanza de un cambio. Uno que termina siendo mucho peor. Tal cual.
Entre las cosas más inverosímiles del discurso del jefe de Estado estuvo decir que la guerra en Colombia se acabó. La afirmación corresponde a otra realidad que no es la del país que gobierna. Mientras Petro aseguraba que ya no había guerra, atacaban con explosivos a miembros del Ejército en Meta y aterrizaba con heridos un helicóptero militar en el Valle del Lili, reviviendo una escena solamente propia de los peores años de la violencia en nuestro país.
La frase, más que equivocada, es preocupante. No solamente porque muestra que el presidente vive un mundo diferente al que la mayoría de los colombianos, sino porque también denota su frecuente ánimo de cambiar las narrativas del país. Al asegurar que la guerra entre el Estado y la insurgencia se acabó, abre la puerta para que la nación profundice la violencia, pero con otros actores. ¿La guerra de los narcos contra los narcos? Si es así, terrible.
Se supone que las FF. MM. están para defendernos de todos los que transgreden la ley, no para sentarse a ver cómo en la guerra de los narcos caen familias, inocentes, mujeres, niños, periodistas y políticos. Al sacar al Estado de la guerra contra los narcos, que evidentemente es lo que se intenta hacer, se abandonan las garantías de seguridad y legalidad que construyen las democracias y el imperio de la ley.
Empieza ahora un nuevo periodo legislativo y el país ya sabe cuáles son los objetivos del mandatario. Vale la pena recordarles a los congresistas que su responsabilidad es con sus constituyentes, la constitución y la ley. Dejarse hipnotizar por el discurso florido del jefe de Estado o por la mermelada, tiene grandes riesgos y uno de ellos es que nadie se va a olvidar de las profundas heridas y retrocesos que potencialmente puede dejar esta administración.
Bienvenidos al segundo año de Gobierno.