OPINIÓN
El domingo: ¡A derrotar el odio!
Gustavo Petro y su discurso es la mayor amenaza a la democracia colombiana en 50 años. Desde hace décadas se consideraba superado el sectarismo entre quienes concurrían a la contienda electoral. El fanatismo e intransigencia en la defensa de una idea o una ideología fue el principal elemento que definió la afiliación de los ciudadanos a los partidos Liberal y Conservador, hasta que la fórmula consociacionalista del Frente Nacional lo cambió por la repartición milimétrica del Estado. Ese sectarismo escribió una historia de guerras civiles y la llamada “violencia”.
Gustavo Petro y su discurso es la mayor amenaza a la democracia colombiana en 50 años. Desde hace décadas se consideraba superado el sectarismo entre quienes concurrían a la contienda electoral. El fanatismo e intransigencia en la defensa de una idea o una ideología fue el principal elemento que definió la afiliación de los ciudadanos a los partidos Liberal y Conservador, hasta que la fórmula consociacionalista del Frente Nacional lo cambió por la repartición milimétrica del Estado. Ese sectarismo escribió una historia de guerras civiles y la llamada “violencia”.
¡Ahora, vuelve el sectarismo! No emerge de la sociedad, sino, como en el pasado, es resultado de un tipo de liderazgo y de discurso basado en el odio y que asume la política como una lucha entre enemigos irreconciliables. No es nuevo. Es el mismo punto de partida del nacionalsocialismo y del comunismo. Las extremas, derecha o izquierda, saben utilizar las pasiones y las explotan para llegar al poder, controlarlo, ejercerlo y renunciar a abandonarlo.
El núcleo duro del petrismo retomó el discurso de odio. En realidad, Gustavo Petro nunca lo dejó. Para asesinar, invocando razones políticas, se requiere primero odiar y odiar mucho. Para secuestrar, poner una bomba o masacrar magistrados y justificar esas atrocidades, igual. El terrorismo, que es político, requiere del odio como motor y de deshumanizar a quien se considera enemigo. No hay contradictores, hay enemigos que se deben destruir. Quienes han militado en ese tipo de organizaciones saben que el miedo es indispensable, atemorizar, amenazar, doblegar por la fuerza y representar y arrastrar emociones. Eso es Petro, eso es lo que está en la médula de la Colombia Humana.
El nazismo y el comunismo asaltaron el poder enarbolando una causa que divide a la sociedad. Ambos consideraban por supuestas razones socioeconómicas o raciales que tenían la verdad y que sólo su triunfo y la eliminación del oponente acababa con los problemas colectivos. Ambos vendieron ilusiones, estafaron a los ciudadanos, fomentaron el odio y ahondaron los conflictos. El judío era enemigo del género humano y quien tiene propiedad privada es el explotador del género humano, sólo procede extirparlos.
El liderazgo de Petro se enmarca en esa misma lógica. Reencaucha, como Chávez y Maduro la lucha de clases. No es un liderazgo democrático, así participe en elecciones. Su discurso repugna a una sociedad democrática, pues en ella es esencial la diferencia y el disenso se premia, no se estigmatiza. Eso en Petro no existe, sí, en cambio, la división de la sociedad entre buenos y malos. Buenos los que aceptan sus planteamientos y los apoyan, malos quienes piensan diferente: ignorantes en el mejor de los casos, engañados o criminales, corruptos, mafiosos, en síntesis, una peste que se debe erradicar. Como dijo Petro: “Y hay siete millones y medio de colombianos que votaron por Popeye”, sí, habla del sicario del Cartel de Medellin y de quienes votaron por Duque.
Una idea siempre encuentra adeptos, por descabellada que sea. Mucho más si es una idea hábilmente elaborada para explotar el resentimiento y la frustración. Es sencillo identificar los males de la sociedad con personas, razas, grupos poblacionales, partidos o doctrinas políticas. Los ciudadanos no tienen por qué discernir siempre, más bien, siempre terminan prevaleciendo las percepciones y las emociones. Petro lo sabe y los que se reclaman “intelectuales” y “académicos” que lo acompañan también, cómplices del odio. Éstos tiene una responsabilidad superior. Por eso, su discurso es simple: criminalizar al contradictor, caracterizarlo con todos los males que la sociedad repudia y deshumanizarlo para ganar la elección y después para eliminarlo desde el poder.
Esa racionalidad está en la esencia del chavismo, que tanto excita a Petro. La cuestión es generar odio, odio y más odio. El odio produce sectarismo, fanatismo y desemboca en la violencia y en sociedades dividas y pobres. Esta elección dejará avances en nuestra democracia, por ejemplo, la libertad de los electores frente a las viejas maquinarias políticas y liderazgos tradicionales, pero, al mismo tiempo, enciende una alerta roja: el fanatismo volvió para acabar con la democracia utilizando las elecciones.
El próximo domingo los colombianos debemos no sólo elegir un buen gobierno con un liderazgo democrático genuino, sino atajar el populismo. Se requiere un mandato claro para Iván Duque, pasar la página y recomponer las cosas, con sensatez, prudencia y buen juicio para evitar que Colombia se vaya al abismo.
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