OPINIÓN
El efecto bumerán de la protesta
Si los estudiantes no logran reinventar con creatividad su protesta, ponen en peligro la supervivencia del movimiento universitario y la gente puede dejar de apoyarlos.
La primera vez, todos celebran: ¡que vivan los estudiantes! Una sociedad en la que su juventud se levanta para protestar pacíficamente por el tema que más determina su futuro como es el de la educación es una sociedad con esperanza. La segunda vez, la gente sigue aplaudiendo. Está dispuesta a incomodarse un poco en su vida cotidiana porque reconoce justeza en las pretensiones del estudiantado, pero comienza a desear que las marchas no afecten mucho el transcurso natural de las cosas.
La tercera vez, los ciudadanos piden dejar de lado el vandalismo que ya se ha apoderado de algunas calles en las movilizaciones y los propios líderes estudiantiles salen a rechazar estos hechos. Sin embargo, ese llamado resulta insuficiente, de manera que la cuarta vez los habitantes pierden definitivamente la paciencia y cambian su percepción frente a los estudiantes.
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A las imágenes de madres solteras y humildes caminando desesperadas en busca de un transporte público que las lleve de regreso con sus hijos, se suman otros hechos de violencia, que aunque son desplegados por una minoría, afectan inevitablemente la reputación del movimiento universitario en su conjunto. Si hubiera una quinta vez, como se dice que habrá el próximo 28 de noviembre, y el volumen de los protestantes sube, los estragos aumentan y el colapso es total, los ciudadanos se habrán mamado definitivamente de la situación y por mucho que continúen resultando justas las pretensiones de los muchachos, no quedarán colombianos, distintos a los marchantes, que apoyen esta movilización.
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“La calle” es legítima expresión de inconformismo y ha sido la única y más efectiva ruta que han encontrado sindicatos y colectivos sociales a lo largo de la historia para que los poderosos les paren bolas. Pero “la calle” se agota y el peligro de no darse cuenta de eso a tiempo es perder la legitimidad, perder el apoyo ciudadano y, sobre todo, perder la capacidad de impedir que los políticos y los vándalos se tomen con más fuerza estas concentraciones y que quienes abogan auténticamente por más recursos para la educación pública terminen siendo usados por los populistas de turno y los que quieren pescar en río revuelto.
Si los estudiantes no logran reinventar con creatividad su protesta, ponen en peligro la supervivencia del movimiento universitario y la gente puede dejar de apoyarlos.
Mucho me temo que jóvenes tan pilos como Alejandro Palacio, Sara Abril o Jeniffer Pedraza, que tienen por delante el poder de los argumentos y los exponen con frecuencia en los medios de comunicación, se quedaron ya sin herramientas para aislar a los ‘Petros’ que se han intentado colar con oportunismo desde el primer día y más me temo que no puedan poner a raya a las células urbanas del ELN que, según datos de inteligencia, estarían detrás de los sucesos violentos que han ocurrido en las marchas.
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Si los estudiantes no logran reinventar su protesta, ponen en peligro la supervivencia del movimiento universitario. Para ello necesitan una dosis de creatividad, archivar la vieja teoría de “todas las formas de lucha” y echar mano de plataformas digitales y redes sociales para que la gente, sin verse perturbada, los quiera y apoye en su causa. Hoy por hoy una tendencia sostenida en el tiempo, con líderes de opinión e influenciadores soportándola, también puede lograr acorralar a un gobierno, resulta menos costosa socialmente y, lo más importante, evita que la empatía de los colombianos con los universitarios y sus reclamaciones se pierda.
Los jóvenes también tendrán que meterle coherencia a su narrativa. Uno no puede pedir más plata y al mismo tiempo negarse a nuevas opciones para conseguirla. “Queremos más recursos, pero no estamos de acuerdo con las técnicas de exploración de yacimientos no convencionales que pueden dejarle al Estado más dinero y ayudar a acortar la brecha”. O “exigimos más recursos, pero no queremos ampliar la tributación de sectores que pudiendo hacerlo hoy no ponen nada”. O “queremos que el Estado gire más, pero no pedimos que se acabe la politiquería y el mal manejo de los recursos de algunas directivas de universidades públicas”. Hay que meterle pragmatismo a la discusión o los colombianos terminaremos con la idea de que simplemente están pidiendo lo imposible.
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Ojo, jóvenes: el efecto bumerán de la protesta social cuando se abusa y se desgasta puede significar el fin de su causa que yo también creo que es justa y necesaria, pero que está corriendo ese grave riesgo. El país necesita una generación que le dé la vuelta a la tuerca y no que replique los modelos fallidos de sus padres y abuelos.