Opinión
El Ejemplo de James
La redención de James es una de esas historias que tanta falta nos hacen como nación. Es la demostración de que, cuando nos lo proponemos como James, nada ni nadie nos detiene.
El Kintsukuroi es un arte japonés que consiste en arreglar cerámicas con metales preciosos como oro, plata o platino, en el cual la grieta del recipiente se convierte en protagonista. Es una técnica milenaria en la que la reparación de un objeto, que de otro modo sería considerado sin valor, destaca sus fracturas y lo convierte en una pieza única e inconmensurable.
Cuando los trozos de las vasijas llegan a los maestros del kintsukuroi, son solo piezas astilladas de un rompecabezas que fácilmente habría terminado en la basura. Por eso, la obra final, llena de hermosas cicatrices, es en realidad un bello renacimiento y una segunda oportunidad de vida para algo que ya había sido descartado.
La filosofía detrás de esta milenaria práctica es que el ser humano es como la vasija reparada: al comprender y aprender de sus errores, es capaz de renacer en algo más bello y con más valor. De ninguna manera esto significa que los individuos debamos avergonzarnos de nuestras cicatrices; por el contrario, ellas son el testimonio de que somos capaces de reconstruirnos a partir de los errores que nos hacen más fuertes, sabios y valiosos.
El James Rodríguez de esta Copa América es una hermosa vasija kintsukuroi, un hombre maduro que aprendió de sus momentos difíciles y de las complejas presiones de manejar la fortuna y la fama, algo que cualquier joven encuentra difícil de enfrentar. Tras su paso por el Real Madrid, el trayecto de nuestro 10 fue toda una tómbola de emociones, de aquí para allá, sin poder echar raíces, cuando todos veíamos de lo que era capaz, en el momento en que estaba en forma y enfocado.
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Pero esos defectos forman parte del pasado. Este equipo, que hoy nos llena de orgullo y alegría con la posibilidad de ser campeones, tiene su impronta y es producto de su liderazgo dentro y fuera del campo. El capitán de Colombia es hoy un titán que corre, mete, pelea, marca y, además, tiene una zurda que hace pases con la precisión de un láser. Es, sin duda, el mejor jugador del torneo.
La redención de James es una de esas historias que tanta falta nos hacen como nación. Es la demostración de que, cuando nos lo proponemos como James, nada ni nadie nos detiene. El gran pecado que tenía Rodríguez era que Dios le había dado una apariencia y las condiciones para ser el mejor de los mejores, pero él no estaba haciendo lo suficiente para explotarlas. Soy de los que creen que no hay mayor pecado que el de dilapidar los dones que el Todopoderoso nos da por culpa de la pereza, el ego o la complacencia. Al contrario, si Dios te otorga algo especial, eso no debe ser considerado un activo, sino una gran deuda que se tiene con el cielo y que se debe pagar con todos los intereses.
Ganemos o perdamos, Colombia tiene en James una figura que emular. Un ejemplo de redención y de superación, de esfuerzo y de tesón, de convicción y ejecución. James ha crecido frente a los ojos de nuestra generación. Él representa a los colombianos que aprenden de sus errores, se reivindican y avanzan en su carrera como gladiadores que no dejan nada en la batalla.
James, hoy rendimos tributo a tus cicatrices, que te han hecho un ejemplo a seguir. Termina hoy la epopeya en nombre de todos los niños y niñas que sueñan con pegarle a un balón como tú y que duermen con la camiseta amarilla que tiene tu apellido en la espalda. Frente a Argentina no estarás solo; no solo tienes a otros diez titanes, sino a 50 millones de colombianos que hoy, más que nunca, necesitamos sonreír y recordarnos que, tras la noche y el invierno, si hacemos la tarea, llegará el sol. ¡Vamos a ganar, carajo!