Luis Carlos Vélez Columna Semana

OpiNión

El escudo Nobel

Los Premios Nobel de Paz son parte de la estrategia global progresista para sacar adelante su agenda y representan un escudo protector sin parangón.

Luis Carlos Vélez
3 de febrero de 2024

El Premio Nobel de Paz, antes que un reconocimiento a los logros, es un escudo político para alcanzar un objetivo, incluso, por encima de la ley. Me explico.

El importante y polémico reconocimiento ha estado rodeado durante décadas por múltiples postulaciones. Mussolini, Hitler, Stalin y Milosevic también fueron presentados para ganarlo en su momento.

La mecánica para elegir el Premio Nobel de Paz se diferencia del resto de los premios con el mismo nombre. Mientras que la mayoría son escogidos por un grupo colegiado para ser tenido en cuenta, para el Premio Nobel de Paz basta con ser postulado por un asambleísta noruego. La mera presentación no tiene mérito y es un ejercicio meramente político.

En el caso de la nominación, no postulación, de Gustavo Petro, vale la pena entender por dónde le entra el agua al coco.

Tal como lo recordó el veterano periodista Ignacio Greiffenstein, esta postulación es el resultado de un trabajo dedicado por parte del Gobierno Petro. Según recuerda el exproductor de CNN, la propia primera dama, Verónica Alcocer, viajó a Oslo para otorgarle la Cruz de Boyacá al exembajador noruego John Petter el 17 de septiembre de 2022. ¿Para qué tenía que ir hasta allá la persona más cercana al presidente? ¿No lo podía hacer el embajador nacional allá? ¿Cuota inicial?

¿Quién es Rasmus Hansson, el parlamentario noruego que ha postulado al presidente?

Es uno de los tres diputados del Partido Verde en el Parlamento noruego. También es activista ambiental. Nació hace 69 años. Desde los años setenta hasta los noventa trabajó en el Instituto Polar Noruego, donde se especializó en los osos polares, las morsas y otras especies propias de los países bálticos. Como activista, construyó una pequeña represa en un arroyo frente a la Dirección de Recursos Hídricos y fue acusado de vandalismo. Además, cuando era estudiante formó parte de una sentada que bloqueó una vía en protesta por la construcción de una central hidroeléctrica en el río de Alta, en el norte del país. Fue condenado a pasar 30 días en prisión por desobediencia civil. Una joya.

Del lado positivo, Hansson fue el hombre que el año pasado nominó a Narges Mohammadi, quien efectivamente terminó ganando el Nobel, por lo que la postulación de Petro nace en tierra firme.

Pero volvamos al tema de para qué sirven los Nobel de Paz, más allá del reconocimiento internacional. El verdadero valor del reconocimiento ante de cualquier logro en el tema de paz subyace en el escudo que representa para que aquel que lo exhibe tenga cierta inmunidad política y moral por parte de la comunidad internacional para llevar a cabo su voluntad, así esta esté viciada desde su concepción.

La izquierda ha creado todo un esquema de validación global que ha permeado la academia, los medios y, por supuesto, los premios internacionales. El mecanismo le ha otorgado la posibilidad de avanzar sólida en la materialización de sus propuestas venciendo a los rivales con el respaldo de credenciales otorgadas por grandes instituciones.

¿Cómo puede estar alguien equivocado si tiene artículos favorables en el NYTimes, tiene grados en Harvard, reconocimientos en la ONU y un Premio Nobel de Paz? O para ponerlo en términos de la comarca, ¿si lo aplauden en ciertos medios y le dan un Simón Bolívar? Difícil. Esos aplausos son, sin duda, un escudo de protección ante la opinión pública. Pero si se detiene a observar cuál es la tendencia de pensamiento político de cada uno de los entes que hacen esos reconocimientos, se puede decantar también que se trata de los autores de las canciones aplaudiendo a quienes las bailan.

Así las cosas, los Premios Nobel de Paz son parte de la estrategia global progresista para sacar adelante su agenda y representan un escudo protector sin parangón. Así lo entendió el presidente Juan Manuel Santos, quien desde el principio de su administración elaboró todo un esquema de validación internacional que respaldara su iniciativa de paz con las Farc. Eso le permitió tener el peso suficiente para justificar el avance del proceso, incluso por encima de la voluntad de los colombianos que decidieron decirle “No” en el plebiscito. 

Un buen amigo, con quien suelo tener diferencias en muchos temas, pero no por eso dejamos de ser amigos, me dijo: “Pienso: nada más genuino que un exguerrillero que se desmovilizó, fue alcalde de Bogotá, senador y presidente, sea el mejor ejemplo de paz. Digo”. Tiene razón, el problema es que todo sería de ese tenor si Gustavo Petro hubiera encaminado esta oportunidad para significar la unión, la reconciliación, el entendimiento, la pacificación y el diálogo. No todo lo contrario, como todos los días lo hace.

Gustavo Petro tiene una carta firme para ganarse el Premio Nobel, que es, a todas luces, un concurso entre intereses parlamentarios de corte progresista en un país nórdico con poco conocimiento de los detalles nacionales. Para ellos da igual que el proceso de paz que apoyan tenga implicaciones con el narco o de impunidad total. Para su abstracción e hipersimplificación del juego, lo que importa es la intención de paz, cosa que, como sabemos, a veces puede dar como resultado una peor guerra.

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