OpiNión
El Estado soy yo
Nunca antes en la historia reciente del país un presidente había dado tantas muestras de pretender acabar con el sistema de pesos y contrapesos y sustituir a los poderes públicos de forma tan agresiva.
Muchos colombianos que votaron por Gustavo Petro y creyeron en su propuesta de cambio hoy no solo están decepcionados, sino aterrorizados por cuenta de la radicalización del presidente. El discurso de un líder que posaba de progresista ha quedado atrás para darle paso a un gobernante que, en lugar de unión, promueve división, enfrentamiento y odio.
Dice el presidente que es respetuoso de la Constitución Política de 1991, pero sus actuaciones demuestran lo contrario. En la pelea que tiene cazada con el fiscal general de la nación, Francisco Barbosa, expresó que él era su jefe. No solo se “despiporró”, sino que dejó ver qué espera de sus candidatos en la terna a fiscal que presentará ante la Corte Suprema de Justicia, en febrero del próximo año, cuando termine el periodo de Barbosa. Petro dejó claro que será el jefe de la Fiscalía y que, a pesar de no haber criado a Nicolás Petro, está dispuesto a defender a su hijo, así se lleve la institucionalidad del país por delante. Es que con el escándalo de los supuestos dineros del narcotráfico que entraron a la campaña presidencial y que habría recibido Nicolás comenzó la gran decepción de los votantes petristas. ¿No que era el “cambio”?
Los colombianos que creyeron en el discurso de la transparencia, la lucha contra la corrupción, la politiquería y la repartición de mermelada han comprobado que el presidente y sus ministros están dispuestos a hacer lo que sea necesario con tal de sacar adelante las reformas que van en contra de la salud, el trabajo y las pensiones de los colombianos.
Por alguna extraña razón, el presidente cree que él es el Estado. Incluso, que la modernidad y la salvación llegaron a Colombia después de su elección, desconociendo la historia republicana y subestimando los logros que se han alcanzado como sociedad. El discurso petrista vendió que el país estaba destruido, que vivíamos en una dictadura y que la olla estaba raspada; es más, que ni siquiera había olla. Pero lo cierto es que las instituciones funcionaban, la extrema izquierda llegó al poder por medio de unas elecciones democráticas, y Francia Márquez, quien pudo hacer política y llegar a ser vicepresidenta de Colombia, hoy goza de los privilegios del cargo y se la pasa de paseo en paseo, entre helicópteros y aviones.
Pero lo más grave que está ocurriendo es que el presidente Gustavo Petro cree que todos los poderes públicos se encarnan en él. Es decir, hacer las leyes y ejecutarlas, señalar, juzgar y condenar a las personas, alterar la independencia del Banco de la República, de la organización electoral y hasta controlar el precio de los servicios públicos. Lo que sí es cierto es que el presidente tiene funciones y límites constitucionales y legales que protegen al país de algún intento de abuso de poder. Petro quiere imponer un modelo en el que él mismo es todo el Estado, o mejor, que el Estado es suyo.
Pero se ha encontrado con la resistencia de un país que valora las instituciones y la ley. Un país que necesita acciones y no obstinados debates sobre los principios mínimos de la democracia.
La pelea con el fiscal, el llamado de atención de las altas cortes, la urgencia de desbaratar los sistemas de salud y pensional, y la vocación de acabar con los empresarios tienen un impacto económico que se siente en el bolsillo de los colombianos. Nunca antes en la historia reciente del país un presidente había dado tantas muestras de pretender acabar con el sistema de pesos y contrapesos y sustituir a los poderes públicos de forma tan agresiva. El presidente debe recordar que dejar de lado estos principios genera inestabilidad, miedo y, sobre todo, desconfianza.
La economía va mal, las inversiones están paralizadas y los votantes que apoyaron a Petro temen que, de radicalizarse más, no respete la democracia y se lleve por delante principios constitucionales que orientan la administración pública, como la eficacia, transparencia, economía, eficiencia y, sobre todo, la colaboración armónica entre los poderes públicos.
El país no va bien y se ve reflejado en las encuestas. El liderazgo que esperaban los votantes de Petro quedó reducido a su obsesión por estar trinando, peleando, buscando enemigos en los medios de comunicación, en Nayib Bukele, siendo incumplido al dejar a la gente esperando por horas y tal parece que ahora ni siquiera madrugando a trabajar, como si todos los problemas creados y reales del país pudieran esperar.