EL EXTRAÑO MUNDO DE SUBUSO
"LA VERDAD, DESCARNADA Y SIN GORDANAS, ES QUE EL PRESIDENTE NO DIJO NADA"
Escribo estas líneas acabándome de levantar, una soleada mañana de domingo, mientras afuera el viento de Bogotá arrastra las hojas podridas del patio. Es una curiosa mezcla de invierno y otoño este clima indeciso y voluble.
Hoy me desperté más temprano que de costumbre, porque desde ayer el diario El Tiempo había anunciado su gran reportaje con el Presidente Betancur. El resumen de dos años de gobierno. Soy un adicto ferviente de estos balances, inventarios y cortes de cuentas desde los años en que estudié contabilidad para no ejercerla jamás. Es un oficio infame que no le deja nada a la imaginación ni al talento. Todo está resuelto de antemano, porque la cifra que aparece en la columna del debe tiene que aparecer en la del haber. Abandoné la profesión de contador porque, como decía Alzate Avendaño, cogí miedo de morirme el día menos pensado con el alma pegada con un clip a un comprobante de caja.
Total: madrugué este domingo a leer las primicias del Presidente. Lo cual significa -y valga la aclaración-, que escribo antes que haya salido la segunda parte de su entrevista, en la cual, según anuncian Samper y Enriquito, se hablará exclusivamente de asuntos económicos. Pero es que me pican las manos por confesarles a ustedes toda la cantidad de sentimientos, de opiniones, de emociones contradictorias que me produjo la primera entrega de este parto de los montes.
Empezaré por formular en público la misma pregunta que los periodistas nos hacemos en privado todos los días, desde que Dios amanece: ¿Qué se necesita para hacer un buen reportaje?. La respuesta no es fácil. Ni siquiera es difícil sino compleja. Ya se sabe -lugares comunes del oficio- que para lograrlo se requieren algunos ingredientes especiales y balanceados, como en las recetas de cocina: un buen interrogador, unas buenas preguntas, un buen contestador, mucha gracia y algo de picaresca en ambas Partes. "Picaresca", digo en el sentido viejo y juicioso de la palabra, a la manera de Cervantes o, más todavía, como Hurtado de Mendoza.
Bueno: para no darle más vueltas al asunto, y para suspender este rodeo de vaguedades, debo decir que la entrevista de los dos mejores periodistas escritos de este país con el jefe del gobierno no fracasó por culpa de ellos sino de él. Jamás en mi vida había visto tanta cantidad de preguntas buenas aplastadas por tantas respuestas inocuas. La verdad, descarnada y sin gordanas, es que el Presidente no dijo nada. Así de simple es la causa que provocó la muerte de este reportaje. Podríamos decir, parodiando al que sabemos, que ésto fué la muerte de una cronica anunciada.
Me viene a la memoria Subuso, ese hombrecito de corbatín y sombrero que se ha convertido en un insólito testigo del absurdo, una especie de Woody Allen silencioso. Porque este país, en el que solían ocurrir cosas serias pero no graves, ha agarrado ahora la costumbre contraria: están sucediendo cosas graciosas contra la voluntad de sus autores. Lo cual, naturalmente, no es ni serio ni grave. A Dios gracias, digo yo acá, porque si además de pobre este país se nos vuelve solemne, entonces terminaremos convertidos en pobres de solemnidad.
Miren ustedes lo que ha pasado, ni más ni menos, con la telenovela "El Faraon". Los señores de Inravisión la multan porque atenta contra la moral, las buenas costumbres, las mejores tradiciones nacionales, todo ese montón de pendejadas. Y se arma, entonces, un debate todo solemne y majestuoso sobre nuestro pueblo y sus hábitos, sobre la vagancia y la prostitución en nuestras aldeas, sobre las diferencias de clases. Pamplinas, majaderías. Lo que había que hacer, en nombre de la verdad era sancionar a "El Faraón" no por inmoral sino por mala, y así la cosa hubiera quedado en su tamaño exacto sin salir a buscar lo que no se nos había perdido y sin enfrascarnos en peloteras bizantinas que no vienen al caso.
Porque no es la ética sino la estética la que tiene juzgar a una telenovela pobre, sin imaginación y sin talento en la que no pasa absolutamente nada. De la misma manera en que no es a razones políticas sino periodísticas a las que hay que atribuírles la pro funda decepción que ha producido el reportaje del Presidente, por lo menos en el ánimo de este madrugador frustrado y de algunas personas a las que él acaba de pedirles su opinión sobre el tema.
Hay una cosa que me preocupa. Y la voy a decir. La tradición colombiana del "sol a las espaldas presidenciales" es cierta. Al cabo de dos años, cuando el hombre Presidente llega al primer gran recodo del camino, a la mitad de la ruta, el país cambia de actitud hacia él. La gente se vuelve más crítica. La clase política pierde su sonrisa de dentífrico y arranca a pelear contra el poder. Las encuestas tambalean. Eso es verdad.
Uno espera, en consecuencia, que la nación cambie de actitud hacia el Presidente. Pero lo que yo no esperaba es que hasta el Presidente cambie consigo mismo. Y menos un Presidente como el señor Betancur, que le metió a ese oficio árido los versos de Kavafis, la música que Teodorakis compuso para el "Canto General" de Neruda, la sabiduría de los arrieros antioqueños, la palabra hecha música de los últimos poetas brasileros.
Nada de eso se ve en la lánguida entrevista de El Tiempo. Parece que un viento de olvido hubiera arrasado, como los huracanes de arena de la Guajira, la imaginación y la gracia del Presidente y su manera original de responder a la prensa. ¡Pero, caramba, si apenas diez días antes contestó en Quito una pregunta citando unos versos de De Greiff!.
La conclusión es triste: si Pastrana dijo, a propósito de las famosas reuniones de Panamá, que López necesitó un reportaje de dos horas para resumir un dialogo de 45 minutos, ahora hay que decir -con todo el respeto del caso- que el Presidente necesitó dos páginas de periodico para no decir nada.
El extraño mundo de Subuso, qué duda cabe...
(P.D.: Acabo de leer la segunda parte de la entrevista y concluyo -lastimosamente que el Presidente no necesitó dos páginas, sino tres...)