Opinión
El gran enemigo de las Farc
Herbin dejó la radio, pero siguió con las viejas batallas y emprendió nuevas para desgracia de los senadores de las Farc, casados con la mentira.
¿Qué esperaban? ¿Que le dejarían indiferente 24 años sufriendo junto con cientos de secuestrados y sus familias? ¿Que saldría a abrazar a los criminales?
Al margen del vacío que sentimos muchos, el país pierde un relator imprescindible en el cuadro completo de la verdad. No niego que trazara sus pinceladas con rabia. Pero las pintaba apegado a la realidad.
Era lógico que acumulara enormes cargas de impotencia y de ira hacia las Farc, los mayores secuestradores. Pero también le dolía la indolencia de una sociedad que ignoró durante lustros a tantas víctimas.
Por eso le dieron un programa a una hora intempestiva (sábados medianoche a seis de la mañana), y Herbin, que combinó el periodismo con la defensa de los derechos humanos, conquistó la frecuencia para ofrecer un rayo de esperanza a un sinnúmero de desesperados.
Hasta que se volvió incómodo para el santismo y le cerraron el espacio.
Pero se equivocaron quienes creían que silenciarían su voz. Entre sus muchas y muy buenas fuentes, contaba con exguerrilleros que habían sufrido todo tipo de abusos y maltratos, y temían que sus jefes jamás aceptarían los hechos tal y como ocurrieron.
De ahí que en cuanto dejó la radio siguió con las viejas batallas y emprendió otras nuevas para desgracia de los senadores de las Farc, casados con la mentira.
De su cosecha es la Corporación Rosa Blanca, agrupación de mujeres que pasaron décadas en las Farc y se sentían abandonadas por la sociedad. Con el relato de sus trágicas experiencias dejaron en evidencia a la cúpula guerrillera y a las falsas feministas. Demostraron que hay mucha ONG que defiende el aborto, pero se espanta cuando unas jóvenes denuncian que las obligaron a abortar. Que alaban a la senadora Sandra Ramírez, cerebro de incontables torturas, e ignoran a las niñas reclutadas y violadas por sus comandantes.
Si no fuese por Herbin, sus voces jamás habrían sido escuchadas. Y no se quedaron en las declaraciones públicas, denunciaron ante la Fiscalía a algunos culpables.
Si Rosa Blanca no creció más, fue por falta de recursos. Herbin sentía que la comunidad internacional favorecía solo a las ONG proguerrilla e ignoraba a estas chicas que reciben amenazas y padecen traumas por lo vivido.
También le enfermaba el sesgo de la JEP y soñaba con la quimera de acabarla, pese a lo cual envió su informe sobre secuestro, quizá porque era el que más sabía en este país acerca de ese espantoso delito, igual que de reclutamiento de menores.
Su último campo de acción fue lo relativo a los “falsos positivos”. No es que Herbin negara su existencia, que sería absurdo, sino que ponía en duda, entre otros, los famosos hallazgos de la JEP en Dabeiba. Se murió probando que Édison Lezcano, el caso emblemático de dicho camposanto, usado por el magistrado Ramelli para protagonizar un show mediático, nunca estuvo desaparecido. Es más, dijo que denunciaron a la viuda por cobrar dos veces una indemnización y pretender recibir una tercera. Y eso que no alcanzó a leer el reciente informe en el que el tribunal, creado en La Habana, triplica el número de muertes y llega al punto de escribir que dos terceras partes de las bajas de las Fuerzas Militares fueron ejecuciones “extrajudiciales”. Si viviera, estaría replicando la cifra de 6.402 entre 2002 a 2008. Porque supone afirmar que más que combates con las Farc hubo matanzas de civiles por parte del Ejército. Alegaría indignado que varias fuentes utilizadas por la JEP no son confiables dada su trayectoria.
Recordaría que el Colectivo José Alvear ya engañó a la Justicia con la masacre de Mapiripán. ¿Qué credibilidad puede tener una entidad que cobró millonadas por falsas víctimas? Mientras que algunos de sus clientes fueron condenados por el fraude, ellos ni se inmutaron. Por cierto, ¿devolvieron los 3.000 millones que recibieron en nombre de las hermanas Pinzón López?
En tono irónico Herbin agregaría que otra fuente, la Corporación Colombiana de Juristas, dejaría a Petro en la extrema derecha. Y de Minga, ONG que también aportó datos a la JEP, sería yo quien le contaría mis dudas acerca de su veracidad. Recuerdo que organizó con el ELN una caravana por la paz, que surcó parte del Magdalena, hace unos 18 años. En ese viaje constaté que sus nexos eran más estrechos de lo necesario para trabajar en territorios bajo control subversivo.
Y ni decir del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos. Su solo nombre indica de qué lado están. No existen reclusos en Colombia por pensar diferente y sí por complicidad con bandas terroristas. El llamado “delito de rebelión”, que ningún Gobierno se atreve a abolir, supone justificar el crimen para alcanzar fines. Una de esas cobardías institucionales que a Herbin le revolvían la sangre.
En esta columna no pretendo decir que murió santa Teresa de Calcuta. Herbin cometió errores. Pero ya quisieran muchos de los que se autoproclaman defensores de derechos humanos, como esas ONG, haber hecho por los demás la mitad de lo que él hizo. Descansa en paz, incansable luchador.