OPINIÓN

El hijo del Sol y la Luna

En la cultura amazónica, el jaguar llega a este mundo encargado de mantener y regular el orden de la Tierra.

María Angélica Raigoso Rubio
17 de diciembre de 2020

Dice la tradición amazónica, según me relató mi amigo el antropólogo Carlos Castaño, que las impresionantes terrazas de cientos de metros de alto, conocidas como tepuys, que se erigen en la mitad de la selva en el Parque Chiribiquete y que asemejan gigantescos estadios de paredes de roca con selva en su interior, son las marcas del báculo del padre Sol, quien enamorado de su hija y más bella creación, la Luna, decide contraer nupcias en el lugar más especial de la Tierra, un lugar donde ese bastón no proyectara sombra. Escoge esa serranía en la mitad de la selva y de su unión con la Luna nace el ser más poderoso que pisó la jungla, amarillo como su padre en la espalda y blanco como su madre en el vientre: el jaguar. 

En la cultura amazónica, el jaguar llega a este mundo encargado de mantener y regular el orden de la Tierra. Recientemente celebramos su día, que conmemora una manera de ver el mundo diferente a la nuestra, que ubica al hombre en horizontal hermandad con los otros seres, con quienes comparte deberes y derechos y a quienes debe respeto. 

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Para sorpresa, la versión amazónica sobre el origen del mundo y su orden ha viajado desde hace 20.000 años registrada en el arte rupestre del Chiribiquete, plasmado con belleza por creadores de la cultura Karijona. Quién no quisiera haber tenido la suerte única de observar y entender la porción más llena de vida y de mayor complejidad del planeta por tanto tiempo, e inmortalizarla en un lienzo hecho de rocas que lo han visto todo en miles de millones de años.

Por su magnitud y belleza, pedagógicamente se ha llamado al Chiribiquete la capilla sixtina de la Amazonia, pero cronológicamente sería más indicado decir que, en su espíritu, Chiribiquete no solo ha sido reproducido en el Vaticano, sino en todas las manifestaciones posteriores de arte monumental como un conjuro humano para decir “aquí estuvimos”. Obviamente, el Vaticano no es una maloca, y nosotros, los habitantes de ese otro mundo, no tenemos el respeto por la naturaleza eje de la jaguaridad. 

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Tuve la fortuna de formar parte del equipo de exploración a Chiribiquete que por años recopiló la información que derivó en su declaratoria ante la Unesco como doble Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad. Ese equipo de trabajo multidisciplinario, conformado por científicos de varias instituciones, en apoyo a la labor de Parques Nacionales, no ha parado en su propósito de proteger este lugar sagrado y la vida que resguarda, incluidos los grupos étnicos en aislamiento voluntario, que con toda razón no quieren un contacto con la manera occidental de ver el planeta y su vida. 

La protección es necesaria porque en los alrededores de esta serranía sagrada, las motosierras, los tractores y la ambición desmedida de nuestra manera de ver el mundo, han destruido miles de hectáreas del lugar con mayor vida en el universo conocido. Sin jaguares y felinos que regulen el número de especies con cargas virales potencialmente transmisibles al hombre, aumenta. Sin que lo sepamos, por encargo divino los felinos nos protegen.

Como homenaje al jaguar y a los felinos, seres que en todos los ecosistemas del mundo cumplen esa función ordenadora del medio natural, la fundación Omacha lanzó el libro “Felinos”, de distribución gratuita y disponible en su enlace: https://omacha.org/.../libro-felinos-2020-11-23-final-web Una obra que reúne aportes de trece autores y más de veinte instituciones que respetuosamente nos identificamos con esa visión amazónica del mundo, donde todos somos parte de este hogar azul, que invitamos a consultar y disfrutar con los ojos sensibles e inteligentes del jaguar.