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Pablo Federico Przychodny JARAMILO Columna Semana

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El honor de ser policía

Cuando no hace mucho yo les escuchaba decir “es un honor ser policía”, pienso que lo decían de verdad, que lo decían con honestidad; hoy, cuando por políticas internas no lo hacen, estoy plenamente seguro de que ellos aún lo sienten así, pues el orgullo no se lleva sobre los hombros.

Brigadier general (r) Pablo Federico Przychodny Jaramillo
10 de septiembre de 2024

La sociedad, en todos sus ambientes, ha sufrido cambios importantes en virtud de todos esos elementos que se han venido incorporando, que surgen desde las nuevas formas de expresión de la individualidad y que son asimiladas de manera natural, en su gran mayoría, y otras impuestas por sentencias administrativas y judiciales, como reconocimiento a derechos particulares de los grupos poblacionales o sociales que por años buscaron se les fueran concedidos. Se resalta que las tendencias, que llegan a todos por la masificación de las redes sociales, tienen una alta incidencia en la velocidad en que los ciudadanos reciben los efectos de los cambios que se van incorporando a ella.

Es innegable que la vida en comunidad se hace cada vez más compleja, especialmente en una sociedad como la nuestra, en que los ciudadanos consideran que tienen muchos derechos y pocas obligaciones; que los derechos les abre la facultad de manifestarse sin interferencia y sin límite, de tal forma que cualquier intento de regular su uso y disfrute es considerado una violación, especialmente si quien lo hace es un agente del mismo Estado que se los ha reconocido. Se suma a esto que hay una tendencia creciente a desprendernos de nuestra comunidad y a alejarnos de nuestros vecinos, a quienes cada vez conocemos menos.

En una comunidad, cercana al borde de la anarquía como la de Colombia, la solidaridad como valor supremo de sus integrantes se hace necesaria, pues con ella la empatía, la resiliencia y la tolerancia son manifestaciones que la hacen posible, El sentir lo que afecta a otro como propio, motiva a actuar en función de ayudar; esa es la esencia misma del espíritu de servicio que caracteriza a muchas personas.

Hoy mi escrito está orientado a resaltar a aquellos hombres y mujeres que abrigaron el espíritu de servicio como su forma de vida, especialmente en una institución tan necesaria para la armonía de todos, como es la Policía de los colombianos. Durante las más de tres décadas de servicio público, en el único ejército de los colombianos, el Ejército Nacional, conocí a muchos miembros de la Policía y compartí con ellos un gran número de actividades propias de las operaciones, pero debo confesar que poco conocí de su parte humana; hoy, como ciudadano normal, miembro activo de la comunidad en la que habito, he podido conocer a un pequeño grupo de policiales con una tarea enorme sobre sus hombros, y por ello este necesario reconocimiento y mi pedido a quienes leen estas letras para que entiendan y apoyen la titánica labor asumida por estos funcionarios, cuyo eje central de su vida personal y profesional es el servicio hacia los demás, vocación que supera con creces a lo que se podría compensar con el salario que les paga el Estado, ellos no esperan nada más.

Los miembros de la institución, asignados a la policía comunitaria, además de vigilar y enfrentar todos los factores que atentan contra la seguridad ciudadana, les corresponde una tarea aun más desafiante y es precisamente la de despertar —en una sociedad apática— el sentimiento de solidaridad y motivarla para que sean transformadores de su propia comunidad, contribuyendo con el sostenimiento de la tranquilidad en sus entornos; parece sencillo, pero no lo es.

El reto es grande, pues estos efectivos policiales, armados de una paciencia religiosa y un carisma muy especial, deben entender todas esas tendencias y cambios que se vienen incorporando socialmente, y lo más complejo, lidiar con los temores que agobian a los ciudadanos, especialmente a los que habitan en sectores donde los delincuentes tienen mucha influencia o dominan; romper con el temor para que una persona dé el primer paso en su autocuidado y en el de sus vecinos, desafiando —en no pocos casos— a criminales peligrosos, implica generar un ambiente de confianza entre ellos como representantes de la institución policial y la comunidad.

Su trabajo, materializado en la conformación de una amplia red de ciudadanos, que entendieron la necesidad de romper el silencio y con la apatía, para convertirse en personas solidarias, se ha venido extendiendo con los frentes de seguridad y eso exige la integración de los vecinos, quienes ya comienzan a dejar de ser los desconocidos de al lado, para ser reconocidos —más que por su rostro— por el nombre y el apellido. Cuando yo escucho a los políticos hablar sobre la construcción del tejido social, de manera inmediata pienso en un intendente Pulgarín, en los subintendentes García y Vidal, en las patrulleras Rincón, Guzmán y en Vargas, quienes sin hacer espuma, de manera silenciosa, armados con una sonrisa, con la mano extendida y en sus impecables uniformes, nos enseñan a ser corresponsables en la búsqueda de la seguridad y de la paz, construyendo entornos seguros en los que todos puedan tener las mismas oportunidades para desarrollar sus proyectos de vida.

Cuando no hace mucho les escuchaba decir “es un honor ser policía”, pienso que lo decían de verdad, que lo decían con honestidad; hoy, cuando por políticas internas no lo hacen, estoy plenamente seguro de que ellos aún lo sienten así, pues el orgullo no se lleva sobre los hombros, se lleva y se siente en el corazón. El espíritu de servicio, esa vocación, no es para todos, ya que exige muchos sacrificios. Los fines de semana y las noches tempraneras para el descanso son un privilegio escaso para ellos, pues son precisamente esos tiempos los que facilitan llegar a las comunidades. De mi parte, me atrevo a decir a nombre de muchos compatriotas que estamos orgullosos de nuestros policías, y especialmente a estos líderes de la policía comunitaria les decimos: gracias.

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