MARIA ANDREA NIETO Columna Semana

Opinión

El lavadero de Petro

Hay gente que llega tarde a todo, como es el caso del presidente colombiano, Gustavo Petro, que no se dio cuenta de que el tren que lleva al comunismo salvaje a su final ya partió.

María Andrea Nieto
23 de noviembre de 2024

Esta semana la Corte Penal Internacional dictó orden de captura en contra del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, por presuntos crímenes de guerra y en contra de la humanidad que habrían sido cometidos en la guerra entre Israel y Hamás.

Siempre me ha llamado la atención que el alto tribunal de vocación universal y complementario respecto a las jurisdicciones nacionales quede en La Haya, capital administrativa de Países Bajos, un país que durante tres siglos cometió uno de los peores crímenes en contra de la humanidad. Les hablo, por supuesto, del comercio triangular, del cual los holandeses se lucraron a la par de otros reinos europeos con el sufrimiento del pueblo africano al ser cruelmente esclavizado. Pero así es la historia, en La Haya reside la sede del tribunal que curiosamente hasta hoy, y después de una década de investigaciones, no ha sido capaz de emitir una orden de captura en contra del criminal de delitos de lesa humanidad, el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro. ¿Conveniencia “progre” de los estrados judiciales tan suaves con los criminales de extrema izquierda?

El comunismo salvaje se tomó la agenda del mundo occidental, y usando el disfraz de la democracia y elecciones “libres”, esconden su verdadera esencia dictatorial.

Pero los tiempos están cambiando y los vientos de libertad parecen estar llegando a América Latina, que está harta de la dictadura de Maduro, Díaz-Canel y Ortega. En Argentina ya sacaron a la impresentable corrupta Cristina Fernández de Kirchner, y en tan solo 11 meses de mandato, Javier Milei ha logrado revertir las políticas arcaicas keynesianas para poner a andar la economía de ese gigante del sur, bajo la bandera de la libertad.

Pero hay gente que llega tarde a todo, como es el caso del presidente colombiano, Gustavo Petro, que no se dio cuenta de que el tren que lleva al comunismo salvaje a su final ya partió. Por eso es lamentable que aún siga insistiendo en lavarle la cara a Nicolás Maduro delante del Grupo de los Veinte en el encuentro de esta semana.

Venezuela y Cuba están arruinadas por el bloqueo al que esas dictaduras han sometido a sus pueblos. Es tan evidente el desprecio de los venezolanos por Maduro, que 8 millones de ellos han preferido huir de su país que quedarse bajo el yugo del genocida de Miraflores. Si Nicolás Maduro se va con su recua de delincuentes, la sociedad y la economía venezolana prosperarán. Lo mismo sucede con Cuba. Ninguno de esos pueblos, aparte de los enchufados a la dictadura, quiere seguir viviendo de la caridad, buscando comida entre las canecas de basura, sin salud, educación y oportunidades de crecimiento y desarrollo.

¿Cuál es el logro real de estas dictaduras? ¿Cuál es el resultado que tiene para mostrarle al mundo el castrochavismo? Ninguno. Arruinaron la economía venezolana y Cuba se dedicó a vivir de la caridad internacional. Primero de la Unión Soviética hasta la caída del Muro de Berlín (1989), y luego del petróleo de Venezuela hasta destruirla. Ahora Cuba va por la economía mexicana, tristemente.

Los únicos que se han enriquecido son los tiranos castrochavistas. O dicho mejor en el argot colombiano, los que viven sabroso, son los dictadores que, con su corrupción, ambición y violación sistemática a los derechos humanos, bloquearon el desarrollo y la prosperidad de sus naciones.

Y digo que Petro llegó tarde a la historia del castrochavismo, porque es un modelo que se está cayendo a pedazos como la ciudad de La Habana, esa que habitan los cubanos de verdad (no los turistas).

Argumentar que Netanyahu es un criminal y ser incapaz de condenar a Nicolás Maduro, como lo hizo Petro ante el G20, es una vergüenza histórica.

Pero se entiende que lo haga porque el proyecto político del “cambio” tiene la aspiración de quedarse en el poder pasando por encima de las elecciones de 2026. El plan de tomarse la Corte Constitucional y la Registraduría para controlar las elecciones es un hecho.

Mientras tanto, los colombianos adormecidos por los escándalos de corrupción, evidenciado cómo el “cambio” elevó el costo de la vida, entregó la seguridad del país y destruyó lo que funcionaba del sistema de salud, no se dan cuenta de que el peligro latente de sufrir una eventual dictadura de Gustavo Petro está más vigente que nunca.

A los inteligentísimos les molesta que se digan las cosas como son. En 2020 advertimos que, de ganar Petro, su nula capacidad técnica y gerencial demostrada en la Alcaldía de Bogotá, haría mucho daño desde la Casa de Nariño. No nos creyeron, pero los hechos demuestran que teníamos razón.

Ahora empezó la fase de tomarse el poder resquebrajando el orden institucional y por eso sigue siendo uno de los pocos presidentes del mundo que defienden al dictador Maduro, quizás con la esperanza de que, en un futuro, sea el dictador el que lo defienda a él. ¿Qué más necesitan los colombianos para darse cuenta de la existencia del PETROCHAVISMO?

Lo único que juega a favor de nuestro país es que la dictadura de Maduro tiene sus días contados.

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