El mal ejemplo indígena
El genocidio de la Conquista, el sometimiento de la Colonia, el expolio de la República, tal vez se pueden explicar, o aun defender. Pero no negar.
El presidente Uribe dice mentiras con gran frescura. Y al día siguiente las reconoce con igual frescura. Resulta que lo que pasa es que lo han engañado sus subalternos, y todo ha sucedido (como dijo su antecesor el presidente Samper en frase que se hizo célebre por su desfachatez) "a sus espaldas". Resulta así que sí, que sí se habían usado ilegalmente emblemas de la Cruz Roja en la Operación Jaque de rescate de secuestrados, cuando, pública y reiteradamente interrogados sobre ese detalle por el Presidente, sus ministros y generales habían respondido una y otra vez que no, como loritos amaestrados. (A propósito de esa operación: nadie ha explicado de dónde salió la filmación hecha por los guerrilleros de las Farc que muestra el despegue en la selva del helicóptero con los rescatados a bordo transmitida hace ocho días por National Geographic. ¿Será que les volvieron a pagar a las Farc por el video, como antes por los rehenes?)
Y resulta también que sí, que el DAS sí espiaba ilegalmente a los dirigentes de la oposición del Polo para probar que tienen relaciones con organizaciones terroristas. Y resulta igualmente que sí, que altos funcionarios del gobierno sí buscaban testimonios contra los magistrados de la Corte entre los narcoparamilitares, y por eso estos entraban a Palacio por el sótano.
Todo resulta que sí, pero sólo al final: cuando se filtran a la prensa unas conversaciones telefónicas o un video, o una confesión ante un fiscal. Pero siempre resulta al final que el Presidente no sabía: él, que lo sabe todo y que está en todas partes. Así que sale entonces, tan frentero, tan fresco, a reconocer con franqueza o con frescura lo que ya ha sido demostrado por las grabaciones o las filmaciones y a tapar la mentira de la víspera con una mentira nueva.
Ahora lo estamos viendo con la marcha de protesta indígena, la "minga", como llaman los indios del Cauca a sus acciones de beneficio colectivo (el "convite", traducen los campesinos de otras regiones más hispanizadas: pues se trata de convidar a la gente a un esfuerzo común que es además una fiesta). Después de haber dicho que era "una infamia" acusar a la Policía de abrir fuego contra la marcha, y de haber conminado a los indígenas a "pedir perdón" por haber dicho mentiras, el Presidente salió en televisión con todos sus generales y ministros, silenciosos como perritos amaestrados, a reconocer que sí: que la Policía sí había disparado. Pero sin que él lo supiera: a sus espaldas. Y al aire. Y una sola vez. Y con toda la razón. Y sin herir a nadie. Los indígenas muertos, dijo, se habían matado ellos mismos en una acción terrorista.
Me acordé de una frase de su antecesor el presidente Turbay, también célebre por su desfachatez, de cuando las torturas de la Escuela de Caballería: "Los torturados se autotorturan para desprestigiar al gobierno".
A continuación, el presidente Uribe aseguró que en este país, "respetuoso de la diversidad", los únicos latifundistas son los indígenas, que son sólo el 2,2 por ciento de los habitantes y son dueños de un tercio de los 115 millones de hectáreas de campo que hay en Colombia. Tienen los desiertos guajiros, las selvas amazónicas, los páramos del Huila, los nevados, los volcanes, los desfiladeros de la Sierra: ¿de qué se quejan? A los pobres blancos como el Presidente no les han dejado sino las tierras ubérrimas del valle del Sinú (¿queda algún indio zenú?), donde el ciudadano Álvaro Uribe Vélez tiene una finquita de dos mil hectáreas.
Daba un poco de risa, mezclada con la rabia. El genocidio de la Conquista, el sometimiento de la Colonia, el expolio de la República, todo lo que aquí les hemos hecho los blancos a los indios, son cosas que tal vez se puedan explicar, o aun tal vez defender. Pero no negar.
Y luego vino ya no sólo la negación en redondo de la historia, sino la mentira frontal para justificar que se siga repitiendo la historia: la acusación a la minga indígena de ser inspirada y dirigida por "terroristas" (financiados con "dineros del exterior", había afirmado Juan Manuel Santos, el ministro de Defensa). Por lo visto los indios, además de latifundistas (lo fueron: todo lo que hoy se llama América era suyo), son mercenarios. Y terroristas, claro.
El presidente Uribe y su Ministro amaestrado saben que eso es una falsedad. Saben que las organizaciones y los cabildos indígenas -del Cauca, del Huila, del Tolima, de la Sierra Nevada- son los únicos que en este país se han enfrentado al terrorismo sin recurrir ellos mismos a un terrorismo "de autodefensa". Saben que el caso trágico del policía con las manos arrancadas por una papa explosiva es una única excepción. Saben que es con hondas y con bastones, y no con cilindros de gas ni con motosierras, como los indígenas se han enfrentado y en muchos casos derrotado al terrorismo de ambos lados: el de las guerrillas y el de los paramilitares. Mejor: al de los tres lados, contando ese que el gobierno de Uribe y su bancada en el Congreso (iba a decir "su bandada") se niegan a reconocer en la Ley de Víctimas: el lado de los agentes del Estado. Y saben que en esa lucha inerme han tenido, en los seis años de gobiernos de Seguridad Democrática, 1.253 muertos.
Por eso, porque su resistencia es pacífica y sus reclamos son justos, hay que calumniar a los indígenas llamándolos terroristas cuando organizan marchas de protesta. Dan mal ejemplo.