OPINIÓN

El misterio venezolano

Todo es como una danza silenciosa y congelada en la que los danzantes no se mueven de su sitio, y no pasa nada. Porque en Venezuela “nada de lo que parece es”.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
11 de mayo de 2019

¿Por qué no pasa nada en Venezuela? Es decir: pasan muchas cosas –marchas de protesta, tentativas de golpes de Estado, apagones, represión policial, éxodos multitudinarios, amenazas de invasión armada– pero ninguna tiene consecuencias. Sin entrar a discutir la absurda acusación de nuestro canciller Carlos Holmes Trujillo de que Nicolás Maduro quiere matar a nuestro inofensivo presidente de inflar Iván Duque, tan absurda como la acusación paralela de Maduro de que Duque lo quiere matar a él, las demás cosas que pasan, aunque a veces dejen muertos, no tienen consecuencias políticas.

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Y son cosas rarísimas. Hay dos presidentes, ambos autodesignados, que son Nicolás Maduro y Juan Guaidó: el uno por fraude electoral y el otro por abuso de funciones. O tres, si contamos al también autodesignado Duque, que gobierna a Venezuela desde la frontera de Cúcuta. O incluso cuatro, con el recién liberado de su prisión domiciliaria Leopoldo López, jefe político de Guaidó y también autoproclamado futuro presidente de una Venezuela libre de chavismo. Pero entre tanto parece haber chavismo para rato. Hay dos parlamentos en funciones: la Asamblea Nacional, elegida en 2015 y presidida por Guaidó, que es el segundo de López; y la Asamblea Nacional Constituyente, elegida en 2017 y presidida por Diosdado Cabello, que es el segundo de Maduro.

Las dos sesionan al tiempo, y se declaran mutuamente ilegítimas. La de Cabello levanta la inmunidad parlamentaria de los diputados de la de Guaidó, y la de Guaidó responde buscando asilo en distintas embajadas. Guaidó echa discursos desde el techo de un automóvil en las calles de Caracas, y Cabello lanza amenazas desde un programa de televisión; pero ni el uno ni el otro pasan a los hechos. Al primero lo reconocen cincuenta países, encabezados por los Estados Unidos, y al otro solo cinco o seis, pero de los cuales dos tienen presencia militar en el país, que son Cuba y Rusia, y un tercero, que es la China, tiene una enorme presencia económica. El Gobierno de los Estados Unidos sigue amagando casi a diario con una intervención armada, pero tampoco pasa nada. El opositor preso Leopoldo López sale de su prisión domiciliaria sin que nadie se lo impida, y tras recorrer Caracas pide refugio en la Embajada de Chile y acaba en la de España, pero no como asilado político sino en calidad de huésped del embajador.

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Y hay un cuarto hombre en danza, que al parecer es el fiel de la balanza: el general Vladimir Padrino, ministro de Defensa y comandante de las Fuerzas Armadas Bolivarianas, de quien el secretario de Estado y el consejero de Seguridad Nacional de los Estados Unidos dicen que era partícipe del intento de golpe del 30 de abril, aunque él dice que no.

Alguien miente.

Pero no pasa nada. Todo es como una danza silenciosa y congelada en la que los danzantes no se mueven de su sitio, y no pasa nada. En las calles de Caracas siguen a diario las manifestaciones de protesta contra Maduro y las de respaldo a Maduro, que a veces dejan, repito, algunos muertos. Pero nadie, salvo el hiperbólico periodista colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, dice que los muertos pasen de la asombrosa cifra de 400.000 (cuatrocientos mil). Y el prestigioso periodista venezolano Moisés Naim, que hoy vive en Washington pero fue ministro en la Venezuela de antes del coronel Hugo Chávez, le confía a la periodista María Isabel Rueda que en realidad nadie sabe lo que pasa ni lo que va a pasar, porque en Venezuela “nada de lo que parece es”.

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