OPINIÓN
El momento de la juventud
En este momento, más allá del caos, los bloqueos y el vandalismo de algunos, en nuestras calles existe un descontento generalizado que ha sido abanderado por la juventud colombiana, aquella, que con escepticismo ve los panoramas políticos e institucionales, parece que llegó el momento de oírlos, interpretarlos e incluso aprender de ellos.
La verdadera dimensión de la problemática que debe entender y luego enfrentar el Gobierno nacional en las calles de Colombia durante estos complejos momentos en los que parece que la movilización no da rienda, está lejos de cualquier escenario de comprensión previsto por los asesores y expertos en negociación y manejo de crisis en el palacio de Nariño, más allá de una problemática social, estamos ante un inédito escenario de declaración colectiva, que lejos de los desmanes, los bloqueos y los episodios de reproche penal, estamos frente a un movimiento de juventud, que supo descifrar las debilidades del Gobierno nacional y supo estructurar un contundente lenguaje de resistencia contra todo aquello que durante su infancia, niñez y adolescencia fue el pan de todos los días; una Colombia sumida en la desigualdad, la injusticia y el caos, donde la absurda violencia cobra la vida de millares de jóvenes que no alcanzan a cumplir su mayoría de edad, porque sencillamente, desde el momento en que nacieron estuvieron condenados a la indolencia y lejanía de un Estado que distante de ayudarles y socorrerles, solo los contempló en el momento de pagar los impuestos para sus honras fúnebres.
La juventud desplegada en las calles de las principales ciudades de Colombia y en especial de Bogotá, es aquella misma que ha tenido que formarse e ingeniosamente ha logrado sobrevivir en medio de las dificultades propias de un Estado apático y soberbio, que nunca pensó en inclusión o en un real cierre de brechas sociales, una organización institucional, que al mejor estilo del Estado gendarme, dejó pasar y dejó hacer sin ninguna contemplación, con tal que unos pocos intereses prevalecieren sobre la infinita mayoría de los menos favorecidos.
Nuestra visión no se cimienta sobre una diatriba contra el capitalismo o sistema económico, no, todo lo contrario, se trata de una fundada crítica a nuestro sistema de gobierno, que consuetudinariamente le cerró los caminos a los menos privilegiados, cercenando de tajo toda posibilidad de participación de la juventud en la construcción de un país más justo, más ecuánime, o qué decir del drama que desde el año 2018 venimos denunciando en este espacio de opinión: los estudiantes que vienen a homologar sus títulos en Colombia luego de haberse graduado de prestigiosas instituciones académicas del exterior, es increíble que después de tantas denuncias, de tantos pronunciamientos, la situación hoy, en momentos en que más que nunca se necesita reactivar nuestra economía, sea igual o incluso peor, el mismo Estado mediante su inoperancia es el responsable de que miles de jóvenes no puedan desempeñarse profesionalmente por una absurda interpretación de la realidad, es claro que deben existir normas que busquen a toda costa la imperativa aplicación de buenas prácticas profesionales para aquellos que llegan de cursar y aprobar sus estudios en entidades académicas ubicadas en el exterior, pero, dichos controles no pueden volverse en una herramienta de laceración de sueños u oportunidades, no en vano, gran parte de los indignados protestantes en las calles estén esgrimiendo la consigna de solicitar a toda costa una solución inmediata para la homologación de títulos universitarios obtenidos fuera de Colombia, así mismo, en las calles se encuentra el deudor del Icetex, esa persona que desafortunadamente por las graves circunstancias por las que atravesó, se vio obligado a financiar sus estudios superiores a través de este instrumento crediticio, el cual con suerte terminó pagando muchos años después de haber completado los complejos requisitos académicos, sin embargo, el Estado, miope y sustraído de cualquier contexto de realidad no contempló que esa persona a quien le dio un crédito educativo, y que aún no tiene los elementos suficientes de liquidez para pagar sus cuotas puede que no tenga cómo cumplir con sus obligaciones, y de ahí que ese cobro ejecutivo, amparado casi siempre en la fianza de algún familiar cercano, termine convirtiéndose en una debacle, y qué hablar de los reportes a centrales de riesgos por la mora en el Icetex, son una invitación a la absoluta exclusión bancaria y financiera.
Nuestra juventud se agotó, y no va a dar el brazo a torcer, esta generación a diferencia de otros movimientos del pasado no come entero y no va a cambiar por una tenue participación o figuración política, o por la redacción de un inane acuerdo, esta generación tiene la capacidad de transmitir la información a un ritmo diferente, de convocar, de cuestionar mediante herramientas que para nosotros aún son ajenas, los jóvenes cuentan con una capacidad de penetración inimaginable, y precisamente, lo que no hemos entendido es que desde el año 2019, estábamos advertidos de esto, sin embargo, giramos nuestra mirada hacia otro lado, cuando en realidad el problema estaba en nuestras narices y seguía pronunciándose. El año 2020, equívocamente cerró el espectro y atención del Gobierno nacional hacia la pandemia de covid y sus inclemencias, escondiendo la compleja realidad social que pendía de un hilo para revelarse ante cualquier pretexto, tal y como aconteció en septiembre de 2020 con unas jornadas impregnadas de violencia y desconsuelo.
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El Gobierno nacional subestimó por completo la capacidad del grito de la juventud, y al mejor estilo de la novela El alumno aventajado, de Stephen King, el esqueleto yacía en el armario, esa aterradora imagen de una juventud descontrolada, contestataria y a veces brutal, esa misma que en 2019 había detenido al país, estaba ahí, en la cara del presidente de la república, quien pese a toda recomendación y observación decidió presentar una reforma tributaria que solo pudo ser interpretada como un desafío para la clase media y para todo el sector productivo del país.
Acá la solución no puede ser otra que la de incluir a la juventud, otorgar y estructurar soluciones que puedan reivindicar el futuro de un país que aparentemente nos pasó cuenta de cobro a nuestras generaciones, en donde las reiteradas equivocaciones del pasado se hicieron insostenibles, los jóvenes en las calles no tienen nada que perder, pues desafortunadamente ante nuestra indolencia nunca les dimos nada, tal vez es momento de entender que sus consignas al margen de la absurda y reprochable violencia de algunos, se estructuran sobre una base de justa reivindicación, la cual durante décadas nunca hemos querido siquiera contemplar.
Llegó el momento de oír a los jóvenes, de convocarlos, de ofrecerles soluciones más allá de un confuso anuncio de gratuidad de educación, que no se sabe dónde empieza y dónde termina, es momento de que entendamos que las movilizaciones multitudinarias en la plaza de Bolívar y en el monumento de los Héroes, tienen una connotación más allá de detener el tráfico, se trata de una movilización permanente y constante, que no se detendrá hasta cuando sus consignas sean atendidas por el Gobierno nacional.