OPINIÓN

El negacionismo embrutecedor

No se trata en esta ocasión de estar a favor o en contra de Álvaro Uribe.

Semana
13 de mayo de 2011

A finales de los años setenta, Robert Faurisson, profesor de literatura en la Universidad de Lyon (Francia), fue retirado de su cargo debido a que negaba la existencia de las cámaras de gas durante la Segunda Guerra Mundial.

El episodio adquirió relevancia internacional porque un grupo de reputados intelectuales de todo el mundo, entre los cuales se contaba Chomsky, firmó para la época una carta de apoyo a la libertad de expresión de Faurisson. Evidentemente, no es que Chomsky estuviera de acuerdo con un desaguisado histórico negacionista de tan asombrosas dimensiones, sino que defendía, recordando a Voltaire (“Defenderé mis opiniones hasta la muerte, pero daré mi vida para que usted pueda defender las suyas”), la posibilidad de que el inefable profesor expresara sus absurdas opiniones.

A pesar de que Álvaro Uribe lo puso de moda por estos días en el país al negar la existencia del conflicto armado colombiano, el “negacionismo”, esto es, “la distorsión ilegítima del registro histórico de tal manera que ciertos eventos aparezcan de forma más favorable o desfavorable”, no se lo inventó el expresidente, ni mucho menos su lacayo pseudointelectual José Obdulio.

No, el negacionismo es una aplicación premeditada de la ley fundamental de la propaganda nazi, enunciada por Goebbels: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Es además recurrente en contextos totalitarios porque es útil para evadir discusiones incómodas para el gobierno de turno, o para estigmatizar a los enemigos del régimen (recordemos que durante el mandato de Uribe quienes criticaban al gobierno eran catalogados de “terroristas vestidos de civil”).

Hace poco, durante “la noche de los nazis criollos” que documentó Semana, asistimos a otra de las manifestaciones tradicionales del negacionismo en cabeza de los continuadores postmodernos de la doctrina nacionalsocialista, para quienes el holocausto judío fue apenas un “holocuento”. Cualquier parecido con la doctrina uribista…

Hay un derecho fundamental que no figura expresamente en la Constitución pero es trascendental para cualquier democracia, y se incluye dentro del amplio radio de cobertura de la libertad de expresión. Se trata del derecho a ser imbécil, es decir, a pensar y decir imbecilidades, cosas abiertamente ilógicas y absurdas, que están en contra de la evidencia histórica, como por ejemplo que el conflicto interno armado más antiguo y descarnado del mundo, no existe.

Ahora bien, negar un fenómeno desde el punto de vista jurídico no resulta idóneo para desvirtuarlo desde una perspectiva sociológica. Hay que preguntarle a Álvaro Uribe cómo fue posible que, a pesar de no existir conflicto armado en Colombia, aumentó el pie de fuerza de 260.000 efectivos a 445.000 entre 2002 y 2008, año durante el cual su gobierno llegó a dilapidar el 6% del PIB en el sector defensa, y cuando 459.687 (el 81,2%) de los 566.084 empleos públicos con cargo al presupuesto nacional que existían, fueron ocupados por servidores públicos asignados a tareas de defensa, seguridad y policía. Es decir que el 58,4% de los salarios pagados correspondieron al Ministerio de Defensa.

Pero ni siquiera desde una perspectiva jurídica (leguleya, en realidad) es defendible semejante especie tan absurda. Mientras Uribe reclama como otro de sus grandes éxitos la desmovilización definitiva y total de los grupos paramilitares (que hoy sabemos que fue una farsa, colmadamente desmentida por los estragos que están causando las Bacrim y los neoparamilitares), ésta solo fue posible gracias a un instrumento jurídico de justicia transicional (la Ley 675 de 2005 o Ley de Justicia y Paz), y quien dice justicia transicional necesariamente reconoce un escenario de conflicto armado.

El gran argumento esgrimido por el exmandatario para negar la existencia de lo obvio es que lo contrario equivaldría a reconocerle estatus de beligerancia a la guerrilla. Cualquier alumno de primer año de derecho sabe que este es un acto distinto y discrecional de los gobiernos, que nada tiene que ver con que el país reconozca o no su propia realidad histórica.

No se trata en esta ocasión de estar a favor o en contra de Álvaro Uribe. Como decía el abate Galiani: “Je ne suis pour rien. Je suis pour qu'on ne déraisonne pas”, o en una traducción libre: “no estoy a favor de nada en particular, sino en contra de las imbecilidades”.

* @florezjose - http://iuspoliticum.blogspot.com

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