OPINIÓN
El negocio universitario
No hay mejor negocio en Colombia que la educación. basta con ver que en solo Bogotá el número de universidades privadas compite con el de las de toda Europa.
Los estudiantes tienen razón en sus protestas, y nadie se la niega. Nadie se atreve a negársela. A lo sumo les critican sus formas de protesta –las manifestaciones callejeras, que incomodan a los automovilistas–; pero es que sin sus formas agresivas nadie les haría caso. Y esto es cierto con respecto a toda protesta que se haga en Colombia, cualquiera que sea el tema o el motivo. Para justificar, para legalizar ese derecho de las autoridades a la indiferencia ante la protesta de los ciudadanos, el ministro de Defensa, Guillermo Botero, declaró al estrenar su cargo que haría pasar una ley que “regule” la protesta social para que solo sea permitida cuando represente “el interés de todos” y no la financien “bandas criminales”, como, en su opinión, sucede con la de los estudiantes. Y sin duda con todas las demás, ahora que vienen la de los maestros y la de los camioneros, y las que faltan.
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Pero por no protestar, o por sofocar o ignorar la protesta, es que en Colombia todos los conflictos desembocan en violencia. Ahí está la raíz de todas nuestras guerras, cuya existencia muchos niegan todavía. Con el argumento de rábulas de que, como no han sido formalmente declaradas, no han existido en realidad.
Pero volvamos a lo de los estudiantes, que ahora protestan porque no hay plata para la educación pública. Es cierto: no la hay. Pero vale la pena indagar por qué.
Pues no hay mejor negocio en Colombia que el de la educación: mejor aún que el de la salud. Al lado de los colegios públicos, que por supuesto no dan abasto, son miríadas los colegios privados que estrangulan a las familias con el costo de las matrículas, los libros y los útiles. Pero en las universidades las ganancias son todavía mayores, como lo muestra la cresta de la ola: los escándalos sucesorales entre sus rectores, que a veces llegan hasta los crímenes de sangre. Basta con ver que en solo Bogotá el número de universidades privadas compite con el de las que existen en todo lo ancho de Europa, donde se inventaron hace diez siglos: desde Coimbra a Praga, saltando por Salamanca y Oxford y la Sorbona de París y Bolonia y Nápoles. Bogotá, ella sola, puede enfrentarles treinta o cuarenta. Para empezar, las públicas son siete, en solo Bogotá; digo, empezando por la Nacional y contando no una, sino dos universidades militares: la Escuela de Cadetes José María Córdova y la Universidad Militar Nueva Granada, e incluyendo a la que se llama Abierta y a Distancia, que sin duda por hacer honor a su nombre tiene una sede en Miami. Y las privadas son más de treinta, de todas clases y de todas las categorías, buenas, malas y pésimas, sin contar instituciones reconocidas como de educación superior, que no se llaman universidades sino corporaciones o fundaciones universitarias, que son otras tantas.
No hay mejor negocio en Colombia que la educación. basta con ver que en solo Bogotá el número de universidades privadas compite con el de las de toda Europa.
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Son raros los fracasos en este fértil campo de negocios. Se recuerda el del ex fiscal general Luis Eduardo Montealegre, que quiso montar una universidad con recursos de la Fiscalía y no le alcanzaron, o no le alcanzó el tiempo: no recuerdo muy bien qué pasó, pero el caso es que el proyecto no llegó a florecer. Los hermanos Rodríguez Orejuela, cabecillas del cartel de Cali, también quisieron tener la suya, junto a su Banco de los Trabajadores. Y está el caso de la universidad Elite, de ambicioso nombre, fundada con gran bombo por el expresidente Álvaro Uribe con la promesa del respaldo financiero de la empresa petrolera Pacific Rubiales, que se marchitó cuando se hundió la empresa, y tiene hoy –leo en Google– solo 170 estudiantes de los 200.000 (el cuádruple de los que tiene la Universidad Nacional) a que aspiraba en sus dos sedes: una para estudiantes del norte de Bogotá y otra para los estratos del sur. El propio Uribe iba allá a dictar clases de liderazgo –a las cuales parece evidente que no asistió el hoy presidente de la república, Iván Duque–, acompañado a veces por sus emprendedores hijos, Jerónimo y Tomás, que daban cursos de emprendimiento y cuyas fotografías se usaban para promocionar el establecimiento, y a veces por Paloma Valencia. Creo que ya no va ninguno: Paloma tuvo un bebé, Uribe volvió, los otros se casaron con reinas de belleza, Uribe volvió a su primer amor de la politiquería veredal, los venezolanos de Pacific Rubiales quebraron la empresa y se fueron sin dejar su dirección. En fin: un desastre.
De modo que no se entiende por qué no hay plata para las universidades públicas.
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Alguien me sopla:
–Es que se la roban.
Debe ser cierto. Si uno mira los periódicos, últimamente casi toda la plata pública en Colombia se la roba alguien.