Opinión
¿El nobel de guerra?
¿Le ha importado en algún momento a Santos el triste destino de los venezolanos, que han padecido la criminal dictadura del Hitler latinoamericano?
Muy llamativa resultó la propuesta que le hizo el expresidente Juan Manuel Santos al Gobierno del “cambio”, frente a la vergonzosa posición cómplice de Gustavo Petro con el dictador de Venezuela, en un comunicado que el exmandatario le entregó a la Cancillería indicando en el punto 11 que: “Toda autocracia acorralada suele buscar enemigos externos. Ya lo vivimos. Como simple medida de precaución, sería recomendable una completa revisión y análisis de nuestras capacidades militares en caso –muy remoto y Dios no lo quiera, pero no imposible– de un conflicto con Venezuela”.
El nobel de paz que usó la dictadura venezolana para ganarse el premio, ahora invoca la posibilidad de una guerra con el vecino país.
Los brincos traicioneros de Santos no sorprenden. Cuando el expresidente ejercía como periodista y columnista de El Tiempo, dedicó varias columnas a señalar la dictadura de Hugo Chávez, que llegó al poder usando la democracia de su país en 1999 solo para apoltronarse en el poder y establecer, por medio de una asamblea nacional constituyente, una dictadura democrática. Santos lo sabía y por eso fue tan crítico. Luego, Santos se convirtió en ministro de Defensa del Gobierno del expresidente Álvaro Uribe Vélez y, aprovechándose de la exitosa política de seguridad democrática del presidente más popular en la historia, se hizo elegir para, dos días después de su posesión, el 7 de agosto de 2010, anunciar el restablecimiento de las relaciones con el tirano de Chávez, que había sido denunciado por Uribe de proteger a los criminales de las Farc en el vecino país.
Fueron los cancilleres de los dos países quienes, en ese momento, facilitaron el restablecimiento de la relación para hacer de cuenta que la dictadura castrochavista no era mala. Les hablo de Nicolás Maduro y de María Ángela Holguín.
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Muerto Chávez, entre Santos y Holguín desplegaron una estrategia diplomática para ayudar a que Maduro, que en 2013 se robó su primera “elección”, fuera reconocido por la comunidad internacional como presidente legítimo de Venezuela. Pero en ese momento ya era claro que la revolución castrochavista había arruinado la economía y comenzaba a expulsar a los primeros ciudadanos venezolanos.
Las actuaciones de Santos como presidente y de Holguín como canciller fueron cómplices en su momento de lo que se gestó en Venezuela y que hoy parece imposible de erradicar. Sin embargo, se sirvieron de esa dictadura para llevar a cabo, en nombre de la manoseada paz, el proceso con las Farc, que luego le sirvió a Santos para ganarse su Premio Nobel de Paz. ¿Y solo hasta ahora Santos se rasga las vestiduras diciendo que Maduro es un presidente ilegítimo, que hay violaciones a los derechos humanos, que se cometen delitos de lesa humanidad y que Colombia debe revisar su capacidad militar en caso de un conflicto?
¿Volvió Santos a ser el antichavista de la primera década de los años 2000, cuando buscaba ser elegido presidente de Colombia? ¿Qué busca ahora? ¿Legitimar sus posibles aspiraciones como secretario general de las Naciones Unidas?
¿Le ha importado en algún momento a Santos el triste destino de los venezolanos, que han padecido la criminal dictadura del Hitler latinoamericano? ¿Si tanto le importan los derechos humanos, por qué le entregó a la dictadura al joven Lorent Saleh siendo presidente de Colombia para que lo torturaran por ser opositor? Santos sabe que no logrará bajo ninguna circunstancia cambiar la posición de Petro frente al respaldo que le brinda al fraude cometido por Maduro, pero debe desmarcarse ante la comunidad internacional porque no tiene presentación que un premio nobel de paz no se oponga a la violación sistemática de derechos humanos que comente el régimen en contra de un pueblo oprimido y esclavizado, que solo implora recuperar su libertad. ¿Pero dónde estaba Santos en la segunda década del siglo XXI? ¿Negociando con las Farc, los socios de Maduro?
Lo cierto es que cuando Santos proclamó a Chávez como su “nuevo mejor amigo” en agosto de 2010 (Chávez ya llevaba diez años en el poder), firmó ante la historia su complicidad con un régimen autoritario y opresor. Hoy el nobel reclama que se respeten los resultados del pasado 28 de julio –en los que ganó Edmundo González– sin ninguna autoridad moral, porque cuando perdió el plebiscito de los acuerdos de paz actuó como un dictador y le torció el cuello a la democracia.
Por culpa de estas traiciones a los valores democráticos, por cuenta de los débiles egos narcisistas de los políticos, es que los pueblos sufren. En Venezuela llevan padeciendo el desastre de la dictadura de Chávez-Maduro 25 años y en Colombia apenas van dos años tortuosos del “cambio” castrochavista. Un gobierno al que, conveniente y estratégicamente, también apoya el premio nobel de paz.