OPINIÓN

El origen

La corrupción no solo está en la paga o en el cobro. Sino, más profundamente, en la desaparición del sentido moral que permite distinguir entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el mal.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
15 de diciembre de 2018

¿Es más corrupta Colombia ahora que antes? Hace cincuenta años –o bueno: setenta– teníamos aquí el corrupto gobierno de Rojas Pinilla y su binomio Pueblo-Fuerzas Armadas. Y hace cien, la oleada de dineros de la compensación por el zarpazo de Panamá con su consiguiente “danza de los millones”. ¿Y hace doscientos? Los empréstitos ingleses, con los cuales se hizo rico el prócer de la Independencia don Francisco Antonio Zea, y supongo que alguien más. ¿Y hace quinientos?

A principios de este mes saqué yo en esta revista una caricatura copiada de otra que había publicado veinte o treinta años atrás: un señor rico, sentado en su sillón, dice, pensativo: “Pues cuando mis abuelos se hicieron ricos con la política, la política no estaba tan corrompida como ahora…”.

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La corrupción política, es decir, pública, y la corrupción privada han existido aquí no ya desde los albores de la República, sino desde los albores de la Conquista y la Colonia. Tal vez la trajeron los conquistadores de la corrupta España. No podría asegurar que también fueran corruptas las sociedades indias que encontraron aquí, pero el hecho de que muchos de sus jefes se brindaran a colaborar con los recién llegados para combatir a sus vecinos me hace pensar que sí, que también. Tan corrupto es el que recibe como el que da. Para ponerlo en términos actuales: tan corrupta es la empresa brasileña Odebrecht que compró contratos como los funcionarios del Estado colombiano que los vendieron. O, para decirlo en los términos barrocos del famoso poema de sor Juana Inés de la Cruz: tan culpable es “la que peca por la paga como el que paga por pecar”.

Lugares comunes, ya lo sé. La corrupción es universal, y es eterna.

Y sin embargo me parece que sí: Colombia es más corrupta ahora que nunca: más que hace cincuenta, doscientos o quinientos años. Y la razón, me parece, está en el narcotráfico. Más exactamente: en la prohibición del narcotráfico, que ha convertido lo que en el peor de los casos debiera ser un negocito de contrabando, pintoresco, marginal y romántico, en el negocio más rentable y asesino del mundo.

La corrupción no solo está en la paga o en el cobro. Sino, más profundamente, en la desaparición del sentido moral que permite distinguir entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el mal.

Las oleadas de corrupción de los países vienen, como es natural, cuando hay dinero. Y nunca en la historia de Colombia había caído sobre estas tierras un chaparrón de dinero comparable al del narcotráfico, que por añadidura es ilegal. Pero la corrupción, aunque se manifiesta fundamentalmente a través del dinero, no está solo ahí, en la paga o en el cobro. Sino, más profundamente, en la desaparición del sentido moral que permite distinguir entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el mal. Así que lo de las coimas de Odebrecht, que hoy nos escandaliza justamente, es un juego de niños junto a lo que ha sido la empresa corruptora de las drogas prohibidas. En los gobiernos, los parlamentos y los tribunales de justicia, en las Fuerzas Armadas, las guerrillas insurgentes, los reinados de belleza, la educación universitaria, las iglesias constituídas, el periodismo, el deporte, la música. Simplificando: desde el cantante Maluma hasta el presidente Duque y su criminal glifosato. Con la punta de lanza del dinero fácil, el narcotráfico ha corrompido de arriba abajo toda la sociedad colombiana, y recuperarla va a tener que pasar por la eliminación del narcotráfico. Más exactamente: por la eliminación de la prohibición del narcotráfico.

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La corrupcíon no se combate con consultas ciudadanas para votar sí o no contra ella. ¿Once millones de votos la condenaron hace un par de meses? El mismo número de los que tuvo el candidato Iván Duque unas semanas más atrás. Y eso que, como se ha señalado, no había corrupción a favor de votar contra la corrupción: ni compra de votos, ni mentiras. Pero ¿quién va a votar a favor de la corrupción? No me consta, pero estoy seguro de que no lo haría ni el fiscal general Néstor Humberto Martínez.

Irónicamente, los promotores del virtuoso referendo decidideron vestirse ese día con camisetas de la Selección Colombia de fútbol: como si no hubiera nada más corrupto que el fútbol profesional colombiano.

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(Y a propósito: ¿eran camisetas legítimas, de las de 300.000 pesos? ¿O chiviadas de las de 30.000? Porque nunca se sabe…).

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