El oso polar
Petro detesta los 'consejos comunales' pero adora los 'Aló Presidente' . Reprocha el delfinismo colombiano pero acepta que un hermano de Chávez sea embajador
Desde luego es una verguenza, pero sobre todo es un ridículo colosal. El pacto del gobierno con el Polo Democrático, en cabeza del representante Gustavo Petro, para aprobar la llamada ley de garantías, demuestra que ninguno de los contratantes tiene escrúpulos.
No los tiene el gobierno que para legitimar la reelección acuerda lo que sea, con quien sea. Firma con los que hace unos días, en una universidad de Miami, el presidente Álvaro Uribe llamó "terroristas". Los mismos que en asocio con el narcotráfico -según el mandatario- incendiaron el Palacio de Justicia.
Tampoco tiene escrúpulos el Polo Democrático, ni su elenco en las comisiones primeras del Congreso. Antonio Navarro Wolf que, al mejor estilo de Teodolindo, desaparece la semana de la traición y niega en la escalerilla que exista un acuerdo suyo con el gobierno. Germán Navas Talero, ese cómico abogado que les decía lisuras a las modelos del programa Consultorio Jurídico y que ahora vota como se lo indican por el celular. Y sobre todo Gustavo Petro que, justo una semana después de denunciar los vínculos de políticos y paramilitares, se pasa al bando de los denunciados a cambio de una platica.
La única razón del vistoso volantín es el dinero. El ministro Sabas Pretelt, comerciante por vocación, descubrió el precio de los ex guerrilleros y sus amigos: 4.000 millones de pesos.
Son baratos, valen un poco menos de dos millones de dólares. Esa es la plata que esperan recibir del Estado como anticipo no reembolsable para su campaña. Por esa módica suma votan con el gobierno y se prestan para vestir de imparcialidad un proceso de reelección que, como va, sólo le brindará garantías al Presidente.
Gustavo Petro, el hombre que consumó el contrato, ha sido valiente a la hora de denunciar la infiltración paramilitar, pero le han podido la ambición y la doble moral en otros episodios.
El representante que critica -o por lo menos criticaba- el uso de recursos públicos para el proselitismo a favor del presidente Uribe, justifica las mismas conductas en la casa del lado.
Detesta los 'consejos comunales' de Colombia, pero adora los 'Aló Presidente' de Venezuela. Reprocha el delfinismo en la diplomacia colombiana -que alcanza para Santofimio y para Holguín- pero encuentra normal que un hermano de Hugo Chávez sea ministro y después embajador.
Lamenta que la Fiscalía no sea independiente en nuestro país, pero aplaude que en Venezuela el Presidente nombre fiscal a su vicepresidente Isaías Rodríguez, para que lo libre de todo mal.
Pero ahí no acaba el asunto, por una parcela de poder Gustavo Petro le vende el alma al diablo. Eso quedó en evidencia en la elección más reciente del comisionado de Televisión.
El candidato de Petro fue Fernando Álvarez Corredor. Un pobre hombre que primero escribía odas a Pablo Escobar y un tiempo después le recibía dinero a sus archienemigos los Rodríguez Orejuela.
Para lograr esta elección, a punta de asociaciones dudosas y cuestionadas, ninguna alianza le causó náuseas a Petro. Hizo causa común con Alberto Pico, el hombre que negó a su hijo para no inhabilitarse, y con Juan Gonzalo Ángel, cabeza visible de una empresa cablera multada varias veces por piratería, y hermano de un empresario de aviación célebre en un tiempo por su cercanía con Pablo Escobar y los Ochoa, fundadores del MAS, y en otro momento por su papel en la caída del capo.
La exitosa tripleta Petro-Pico-Ángel, no es flor de un día. Ahora va tras la elección de otro comisionado. Para tan alto encargo han designado a Darío Ángel, y ya empiezan a activar ligas de televidentes al servicio de esos intereses.
Qué pesar Gustavo Petro, tan inteligente y tan pragmático. Qué lástima que piense que el fin justifica los medios. Su historia, la que él escogió, me recuerda cada vez más la de otro hombre brillante salido del M-19. Se llamaba Carlos Alonso Lucio y ahora es asesor de los paramilitares.