OPINIÓN
El pasado en presente
–¡Usted es un castrochavista, enmermelado! –dirá Uribe en las escaleras del escenario–: ¡Afuera o le doy en la cara, no heterosexual!
No creía en milagros hasta esta semana en que fui testigo del primero: el arribo de la Unidad Nacional al uribismo, la súbita unión del Sí y el No, el renacimiento del uribe-santismo. Lo aplaudo: finalmente, el único personaje verdaderamente sabio en este platanal se llama Juan Manuel Santos, el hombre que a comienzos de la semana viajó a París, hombre sabio, hombre serio. Hizo bien. El país está insoportable después de las elecciones. Los resultados son dramáticos: el pobre Humberto de la Calle no alcanzó el umbral ya no digamos de los votos, sino de la puerta de su casa; casi le ganan los promotores del voto en blanco (que, para los amigos extranjeros, no es el propio voto en blanco, sino un movimiento para auspiciarlo: así somos acá). Vargas Lleras se quemó como un vulgar bus de TransMilenio: le falló la maquinaria como a cualquier articulado. Y el presidente profesor no pasó a segunda vuelta, con lo cual, como lo temía en mis consultas al psiquiatra, quedamos en manos de los extremos.
Lo único positivo de esta situación es que la inesperada votación de Fajardo cotizó a los votantes de centro, a quienes los dos candidatos ahora coquetean:
–Cuando hablábamos de cerrar cortes, nos referíamos a cortes de luz: queremos garantizar que haya luz en toda Colombia.
–Yo no pienso convocar una constituyente para evitar un nuevo Frente Nacional: al revés, invito al doctor Fajardo a que nos alternemos el poder. Como en el Frente Nacional.
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Espero que, en estas dos semanas, las entrevistas de Duque se centren todavía más:
–No recuerdo bien quién es ese presidente eterno del que usted habla, pero si yo fuera un simple loro que repite lo que dice su jefe, preferiría amarrarme una piola y tirarme al Magdalena.
Para no hablar de las de Petro:
–Jamás renunciaría a la economía de mercado, al revés: yo fui el fundador del Wall Street Humano: soy el sexto mejor yuppie del mundo. Mire mis Ferragamo.
Dentro de las técnicas de seducción para conquistar al centro, Duque debería comprometerse a no tutear al benemérito De la Calle de manera irónica (y más bien ayudarle a pagar las deudas, o al menos a cruzar la calle, pobre) y a comprender que tanto Uribe como Pastrana no son presidentes eternos, sino presidentes en desuso: en the Suso’s show, para más señas, porque servirían de cómicos.
Petro, por su parte, debería prometer que nunca más hablará de tú y de usted en una misma frase; pedir públicamente a Gustavo Bolívar que no grabe nuevas partes de Sin tetas no hay paraíso y firmar ante notario que, bajo la excusa de revivir el galanismo, no otorgará ministerio alguno a su galán de cabecera, Gregorio Pernía.
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La semana me estaba resultando amarga, digo; pero entonces sucedió el milagro: la Unidad Nacional, en bloque, comenzó el trasteo para adherir a la campaña uribista. Empezaron, obvio, los conservadores; luego los de Cambio Radical. Y, ya sin mayores ascos, César Gaviria, el hombre que tildaba a Uribe de paramilitar y de mentiroso. Regresamos súbitamente al año 2010. Volvió el burro al corral. (Y por burro no me refiero a Simón; ni por corral, a Hernando Corral). En la tarima del candidato que representa el cambio generacional, del hombre que creció en los años ochenta mientras observaba capítulos de Dialogando y que podría recitar de memoria la propaganda de Quipitos, se acomodan, ya no digamos Viviane Morales y Ordóñez, sino Uribe, Gaviria, Pastrana y Vargas Lleras, que a estas alturas ya parece expresidente. Qué sensación más loca. El Moisés Humano hizo el milagro de unirlos (y de desunir, de paso, a los del otro bando). Era el sabor que le faltaba a tu boca. La candidatura parece ahora un guiño a El pasado en presente, el programa de Abelardo Forero y Tito de Zubiría que seguía tras Dialogando. Falta que se suba a ese tren Juan Manuel Santos, aunque vale decir que al menos ya aterrizó en las toldas uribistas su otrora mano derecha, Juan Carlos Pinzón: con esa adhesión, Duque garantiza un millón de votos. Y si no de votos, al menos de tarros de gomina.
Se inicia, pues, el “pacto para reconstruir la patria” con los mismos que ayudaron a destruirla: es el principio de Haynes pero aplicado a la política. Contratar a media población a que abra un hueco y a la otra media a que lo cierre. Salvo que en esta ocasión el hueco es Pastrana.
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Acepta el uribismo a sus nuevos hermanos, cuya legitimidad socavó en los últimos ocho años:
–¡Usted es un castrochavista, enmermelado! –dirá Uribe en las escaleras del escenario–: ¡Afuera o le doy en la cara, no heterosexual!
–No, doctor Uribe, es que vengo a adherir.
–Ah, gracias, hijito, gracias por hacer patria: bienvenido.
Desde ya visualizo la tarima ganadora del 17 de junio: veo a Viviane Morales abrazada con César Gaviria; a Horacio José Serpa al lado de Fernando Londoño: a los líderes del Sí, el No y el Caguán, exultantes bajo una misma lluvia de confetis.
Será como observar una extraña y anacrónica simbiosis televisiva, Dialogando y El pasado en presente en un mismo programa. Ojalá cuente con el patrocinio de Quipitos.