OPINIÓN

El perdón presidencial

Colombia enfrenta muchos años de división y polarización si somos incapaces de entender que lo de Uribe es esencialmente político y no jurídico.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
28 de julio de 2018

De los llamados padres fundadores de los Estados Unidos de América quizá el menos conocido es Alexander Hamilton. Los otros fueron presidentes (George Washington, John Adams, Thomas Jefferson, James Madison) o conocidos por sus talentos especiales como inventores (Benjamin Franklin). Hamilton, quien murió en un duelo con el político Aaron Burr en 1804, fue el autor de la mayoría de los 85 ensayos bautizados los Federalist Papers y que fueron publicados entre 1787 y 1788. Sustentaban las bases de la Constitución.

En el federalist número 74, Hamilton defendió la facultad de perdón e indulto presidencial, que quedó incluida en la Constitución. Arguyó que en algunos casos excepcionales era recomendable otorgar ese poder magnánimo a un individuo y no a un cuerpo colegiado. En el escrito, Hamilton explicó que un “perdón” oportuno en momentos de zozobra podría servir como una herramienta para “restaurar la tranquilidad a la mancomunidad”. Previó que habría asuntos que superarían la competencia tanto de las leyes como de las instituciones, y que requerirían “la prudencia y buen sentido” de un solo hombre para “balancear los móviles” a favor y en contra. De alguien que evaluara el impacto de una decisión para el bienestar de la Nación.

El primer presidente George Washington así lo entendió al conmutar las penas a dos líderes de la Rebelión del Whiskey (se oponían a nuevos impuestos a ese licor) con el fin de lograr una reconciliación social y política.

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La sabiduría de Hamilton y Washington se puso a prueba con el indulto del presidente Gerald Ford a su predecesor Richard Nixon el 8 de septiembre de 1974. Nixon estaba siendo investigado penalmente, mas no había sido acusado de crimen alguno. Ford justificó su decisión bajo el argumento de que juzgar a un expresidente de Estados Unidos arriesgaría la tranquilidad de la nación. Que “tal juicio causaría un prolongado y divisorio debate”.

Ante el Congreso un mes después, Ford dijo que “estaba absolutamente convencido” de que el juzgamiento de Nixon hubiera “desviado la atención” del presidente, del Congreso y del pueblo de los “problemas que requieren solución”. En su libro 31 Days, el historiador Barry Werth describe las discusiones internas en la Casa Blanca sobre las razones que expuso Ford para otorgar el perdón, entre ellas evitar el “espectáculo degradante de un expresidente en el banquillo de los acusados”. 

Colombia enfrenta muchos años de división y polarización si somos incapaces de entender que lo de Uribe es esencialmente político y no jurídico



Era una época conflictiva en la que reinaba el pesimismo en Estados Unidos por el escándalo de Watergate y los diez años de la guerra en Vietnam. Para Ford, el indulto presidencial era el camino más expedito y justo para avanzar hacia la reconciliación. Si bien al principio no fue bien recibido por la mayoría y le costaría a Ford su elección en 1976, con el tiempo ha sido reconocido como un acto responsable de un verdadero estadista. Incluso los periodistas que destaparon el escándalo de Watergate, Bob Woodward y Carl Bernstein, hoy lo califican como un gesto corajudo y una decisión correcta. Reconocen que obró por los intereses superiores de la nación y no los suyos.

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Era más fácil para Ford unirse a las masas, encabezadas por los grandes medios, que exigían llevar a Nixon a la hoguera, no solo por Watergate, sino por todos sus errores del pasado. Durante su exitosa carrera pública, había acumulado una plétora de odios y enemigos. Personas incapaces de reconocer sus logros y que vivían obsesionados con sus falencias. No había punto medio cuando se hablaba de Richard Nixon. Como ocurre en Colombia con Álvaro Uribe. Con la llamada a indagatoria del expresidente colombiano, un sector ya lo condenó y otro lo absolvió: las pruebas son superfluas. Nada les cambiará de opinión.

Ni Colombia es Estados Unidos ni Uribe es Nixon. Mientras que nuestro sistema judicial incentiva la complejidad y la dilación, el estadounidense premia lo pragmático y la agilidad. Nixon tuvo que renunciar al perder la confianza de la mayoría y en particular de su partido. Uribe terminó sus dos periodos con una popularidad sin precedentes en la historia de Colombia. Nixon pasó sus años de jubilación repudiado y buscando recuperar su prestigio. Uribe no solo creó el partido de mayor votación al Congreso, sino que logró que su candidato fuera elegido presidente en 2018. 

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Sin embargo, su situación es similar en un aspecto: una resolución adecuada de los casos judiciales es fundamental para que su nación pueda pasar la página. Gracias a Ford, Estados Unidos pudo avanzar. En Colombia, nunca es fácil. Lo lógico choca con el código, con el inciso, con los deseos insaciables de venganza. 

Colombia enfrenta muchos años de división y polarización si somos incapaces de entender que lo de Uribe es esencialmente político y no jurídico. Solo con una correcta identificación del asunto es posible buscar una solución que evite “un prolongado y divisorio debate”.

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