Opinión
El petrosantismo: una unión maquiavélica que viene desde hace rato
Lo que parecía una coalición improbable entre dos figuras ideológicamente distantes es, en realidad, el producto de una alianza maquiavélica, estratégica y pragmática que tiene raíces profundas y una historia compartida que se remonta a años atrás.
En el complejo escenario político de nuestro país, una alianza macabra ha ganado fuerza: la del petrosantismo, un pacto maquiavélico entre dos figuras funestas que producen urticaria: Gustavo Petro y Juan Manuel Santos. Esta unión que, algunos sostienen, va más allá de una mera coincidencia, estaría diseñada para llevar al país hacia un modelo de izquierda radical, con claros tintes del socialismo del siglo XXI.
Para muchos, lo que parecía una coalición improbable entre dos figuras ideológicamente distantes es, en realidad, el producto de una alianza maquiavélica, estratégica y pragmática que tiene raíces profundas y una historia compartida que se remonta a años atrás.
Juan Manuel Santos ha sido históricamente una figura al estilo Judas, dispuesto a traicionar a quien sea con tal de lograr sus objetivos. Vende el alma al diablo si es necesario. Aunque pertenece a una de las familias más poderosas del país, con vínculos estrechos con las élites económicas y políticas, el pasado sobre la cercanía de esta familia con las guerrillas es de conocimiento público.
Santos se ganó la imagen de un dizque líder dispuesto a dialogar con sectores de la izquierda, particularmente al firmar los Acuerdos de Paz con los narcoterroristas de las Farc, a quienes tienen en la impunidad, posando de adalides de la moral por unas curules en el Congreso que les dio como premio para lograr el Nobel de la Paz. Sin embargo, la idea de que Santos y Petro hayan formado un pacto subterráneo no parece descabellada. Santos, con su pragmatismo y visión de “consolidar la paz”, encontró en Petro un aliado para perpetuar un sistema que le garantizaría poder en un país profundamente dividido.
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El petrosantismo podría ser interpretado como una curiosa simbiosis entre dos camaleones con antecedentes contrastantes: Santos, representante del establecimiento político tradicional, y Petro, un líder de izquierda radical, exguerrillero que llegó al poder cambiando la narrativa y engañando a todo un pueblo, sobre todo a los pobres, a los que hoy nada que los saca de la pobreza, como lo prometió.
Desde que Santos asumió la Presidencia en 2010, y durante los años siguientes, ambos se fueron acercando en varios puntos clave: Santos, por su parte, necesitaba una voz de izquierda que respaldara sus políticas de paz y de negociación con las guerrillas (ambiente en el que Petro se mueve como pez en el agua), mientras que Petro buscaba posicionarse como el líder de la oposición, pero también como alguien capaz de negociar con el poder político tradicional. En eso, Santos desempeñó un papel importante al acercarlo y darle acceso a esa política tradicional para lograr el objetivo.
Para que aten cabos, recordemos que, en 2015, la Procuraduría General de la Nación impuso una sanción contra Gustavo Petro, quien era entonces el alcalde de Bogotá, y fue destituido por este ente bajo acusaciones de mala gestión y abuso de poder, específicamente por el manejo del tema de la recolección de basuras en la ciudad. La sanción fue un golpe fuerte a su carrera política, pues lo inhabilitaba para ejercer cargos públicos durante 15 años.
Sin embargo, fue el gobierno de Juan Manuel Santos el que intervino para salvar a Petro de la sanción. Aunque Petro estaba en conflicto con muchas instituciones del establecimiento, Santos, desde su posición de presidente, decidió no respaldar la decisión de la Procuraduría y, en cambio, ofreció su apoyo para que Petro pudiera mantenerse en el cargo. Revivió ese muerto.
Este acto de apoyo no fue gratuito ni genuino, sino que reflejó un cálculo político estratégico de Santos. Salvando a Petro, Santos lograba apaciguar a una figura de la oposición que podría convertirse en un aliado estratégico en su proceso de paz y en sus maniobras políticas futuras. El apoyo de Santos a Petro fue una jugada que, además de salvar la carrera política de Petro, fortaleció una relación tácita de conveniencia entre ambos.
En este contexto, la relación Santos-Petro no fue sólo un acuerdo de conveniencia, sino una jugada que se cimentó sobre la mutua necesidad de lograr el propósito de llevar a Colombia hacia el socialismo del siglo XXI. El ascenso de Petro a la Presidencia en 2022, por más que parezca un giro hacia la izquierda, no está exento de las mismas estrategias maquiavélicas que Santos utilizó durante su gobierno.
Petro, como Santos, ha tenido que equilibrar su discurso con la necesidad de mantener buenas relaciones con sectores moderados y, en algunos casos, con figuras que históricamente han representado el poder de las élites colombianas. A esa élite a la que tanto critica, entre comillas, pero pertenece a ella. Al igual que Santos, Petro se ve obligado a gobernar en una democracia en que las alianzas son esenciales para mantenerse en el poder.
Otro punto importante de esta macabra alianza que no puede pasar desapercibida es cuando Santos agradeció a Petro por su triunfo en la reelección de 2014. El hecho de que Petro sea presidente hoy es, en gran parte, gracias a Santos, cuyos principales alfiles ahora están en el gobierno de Gustavo Petro o han pasado por él, aunque este trate de desmarcarse:
-Alfonso Prada
-Juan Fernando Cristo
-Roy Barreras
-Luis Gilberto Murillo
-Armando Benedetti
-Mauricio Lizcano.
Tampoco olviden al arquitecto de la fracasada paz de Santos, Humberto de la Calle, quien desde el Congreso ayuda al Gobierno a sacar adelante sus nefastas reformas.
Ñapa: hace una semana, Santos participó y reunió a políticos, magistrados, empresarios y hasta al nuevo procurador general, Gregorio Eljach, en una cena navideña organizada por el “mini-me” del exguerrillero León Valencia, Ariel Ávila, otro alfil y defensor de Petro. ¿Con qué fin se hizo esta reunión? Esta es la confirmación de la alianza del petrosantismo para las elecciones de 2026, con el fin de sostenerse en el poder.