Opinión
El populismo llegó para quedarse… hasta que la gente lo permita
El año entrante se discutirán las reformas que realmente afectan a la gente y en las cuales los daños eventuales se podrían extender a las siguientes décadas.
Benjamin Moffitt, en su interesante guía para entender el populismo (Siglo XXI Editores), plantea cómo “promover una sensación de crisis, ruptura o amenaza” es una característica común y dominante del nuevo populismo -sea de izquierda o de derecha-, que ha irrumpido con inusitada fuerza en la política contemporánea. Esa vocación de quiebre del “establecimiento”, que ha sido una característica dominante de la acción pública del nuevo gobierno, ya arroja luces sobre lo que implicará el próximo año para los colombianos.
Los populismos de derecha tienden a fundarse sobre la protección de una supuesta identidad nacional frente a amenazas inmersas en el inconsciente de grupos reaccionarios y electores indecisos. Por ejemplo, la xenofobia frente a fenómenos como la migración. En contraste, los populismos de izquierda se soportan en la aparente defensa de los sectores más pobres ante las supuestas élites “dominantes y explotadoras que durante años han expoliado a los más pobres de la sociedad”. Inmerso en el tosco discurso de Duterte en las Filipinas, el nacional populismo de Orbán en Hungría, el mesianismo de Chaves o la locuacidad virtual de Trump, subyace la realidad que el populismo ha discurrido desde la América Latina hacia el mundo desarrollado. Ha mudado piel con la determinación de llegar para quedarse como novedosa forma de hacer política.
¿Va a transformar el mundo? No. Pero sería una tremenda ingenuidad pensar que va a ser transitorio. Se ha sentado en el hastío de las poblaciones hacia las formas tradicionales de ejercer el poder. Definitivamente, ha entregado, a través de medios de comunicación y redes sociales, lo que muchos querían escuchar. Así, las audiencias educadas o informadas identifiquen su vacuidad de contenidos, la ausencia de mensajes certeros y empáticos, desde el centro político, ha posibilitado todo el espacio para su progresión. A sabiendas de las eventuales pérdidas sociales que el populismo pueda representar.
Hemos recorrido los colombianos cuatro meses de mensajes de ruptura institucional, cuatro meses de amenazas, directas y veladas. Una prolongada crisis motivada, deseada y alimentada desde el Gobierno nacional. En ese variopinto repertorio, dejaremos de invertir en vías 4 y 5G que siempre se han considerado el mayor atraso de infraestructura del país, porque “benefician a las elites consumistas” y desviaremos esos recursos hacia el utópico tren Buenaventura-Barranquilla y las vías terciarias “las vías de los pobres y los campesinos”.
A nadie en el Gobierno le importan los incontrastables daños ambientales del supuesto tren, ni el hecho que sin vías 4 y 5G los costos para los campesinos para llegar a los mercados urbanos harán polvo cualquier retorno a su tremendo esfuerzo. Nadie parece darse cuenta de que casi todas las verduras, legumbres y huevos que se venden en la plaza de Villeta vienen de Corabastos en Bogotá. Simplemente, porque así funcionan las escalas y circuitos de los mercados.
Este año hemos tenido la amenaza de cerrar nuestra producción de hidrocarburos para poder importar gas y petróleo desde Venezuela, acabar con uno de los mejores sistemas de salud del mundo, documentado en la mayor prueba posible –una pandemia-, porque el aseguramiento es un “sujeto perverso de generación de lucro” afirmación que nadie se preocupa por demostrar.
La última producción de ese repertorio de pequeñas venganzas es gastar el ahorro de los colombianos para su vejez, ahorro privado, para financiar el faraónico tren de las selvas o los nuevos trebejos para jugar a los aviones con nuestro amigo Maduro. ¿A quién le importa que los billones generados en la dura reforma tributaria o los ahorros de los miles de colombianos envejecidos se gasten en ideas “luminosas”, mientras se pierde la búsqueda de equidad con que ganaron las elecciones? Con certeza no a la coalición de gobierno en el Congreso. Durante estos cuatro meses han mostrado qué vulnerables son a la mermelada populista.
En 2023 seguramente seguiremos con las declaraciones, descalificaciones y correcciones a funcionarios más preocupados de su lustre personal que por gobernar. Seguramente muchos serán mandados a callar como ha sucedido este año y terminarán preocupados de los impuestos que dejó de pagar Betty, la fea. Lo que sí estaremos viendo, a repetición, serán las costuras rotas del desgobierno, mientras imaginamos el impávido semblante de los funcionarios con recorrido de gobierno -que también los hay-, en medio de tanta algarabía, tratando de empujar proyectos concretos.
Muffitt al final es optimista, “el populismo no va a salvar la democracia, pero tampoco va a destruirla”. Sin embargo, es importante que transitemos 2023 con los ojos bien abiertos. El año entrante se discutirán las reformas que realmente afectan a la gente y en las cuales los daños eventuales se podrían extender a las siguientes décadas. Entre ellas, las reformas pensional y a la salud. Las dos políticas estructurales más importantes para la sociedad. Allí es donde la opinión pública deberá demostrar su talante, tanto al Gobierno y como al Congreso. Mientras tanto deseémonos el feliz año y tomemos un respiro para el año definitivo que se nos avecina.