OPINIÓN

El populismo también es corrupción

Colombia tiene en la corrupción uno de los principales retos a su democracia. Los escándalos que estallan todos los días ponen en riesgo los derechos de muchos colombianos: la corrupción en la justicia, la corrupción en el PAE (Programa de Alimentación Escolar), la corrupción en los POTS, la corrupción en las obras de infraestructura, la corrupción en el sistema de salud. En fin, la lista es interminable.

Carlos Fernando Galán, Carlos Fernando Galán
21 de septiembre de 2018

Sin embargo, hay una modalidad de corrupción que está haciendo carrera, y aunque casi nunca se menciona en el debate público, representa también una amenaza para la democracia: el populismo.  

Dedicarse a menoscabar la confianza ciudadana en las instituciones con el objetivo de lograr beneficios personales, réditos políticos y aplausos de la galería, también es corrupción. Hacer demagogia con promesas inviables y destinar cuantiosos recursos de todos los colombianos para hacerlas realidad, es corrupción. Darle prelación a la ideología sobre la evidencia a la hora de hacer política “porque eso da votos”, es corrupción. Calificar de corrupto a todo aquel que manifieste su desacuerdo con una posición y dedicarse a destruir su honra, simplemente por cuenta de su desacuerdo, es corrupción. Todo lo que implique poner los intereses personales por encima de la búsqueda de la solución a un problema y del esfuerzo colectivo para resolverlo, es corrupción.

 El contexto político colombiano representa hoy un ambiente fértil para que pulule esa modalidad de corrupción. La crisis de los partidos, generada por su incapacidad para representar los intereses de la sociedad y ser canales de interpretación de las aspiraciones ciudadanas –y claro, por la corrupción- abre la puerta a que muchos vean en los cantos de sirena del populismo un camino para expresar su inconformidad y crean, de manera equivocada, que por esa vía se van a resolver todos los problemas.

 Resulta fundamental apoyar a quienes se atreven a denunciar la corrupción. Hay que defender a los medios y periodistas que no le tienen miedo al poder y, sin importar quien pueda estar involucrado, son capaces de ejercer el control que les corresponde en una democracia. Hay que exigirles a los encargados de investigar y sancionar la corrupción que entreguen resultados. La impunidad es la mejor aliada de la corrupción. Pero ojo: no podemos permitir que la necesidad de enfrentar ese flagelo nos lleve por el camino del populismo y terminemos tratando de resolver unas modalidades de corrupción auspiciando otras, en ocasiones igual o más costosas para el erario y para las instituciones democráticas.

 De un lado y otro de la polarización que vive Colombia nos asustan con el riesgo de que recorramos el camino que ha llevado a Venezuela a la crisis que está viviendo, por cuenta de la desgracia en la que cayeron los partidos y las instituciones corruptas a finales de los 90. Sin embargo, dejarnos seducir por el discurso populista contra toda la institucionalidad, venga de la izquierda o venga de la derecha, puede llevarnos a recorrer precisamente el camino de Venezuela. 

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