Opinión
El precio de la negligencia: la crisis del agua en Bogotá
El racionamiento es un paliativo, las soluciones sostenibles exigen modernización, reutilización y restauración ambiental.
En agosto de 2014, un informe advertía sobre una crisis hídrica inminente en Bogotá. Sin embargo, como ocurre tantas veces en el mundo, este llamado fue ignorado por quienes tenían el poder de actuar. Desde hace más de 10 años, los estudios advertían sobre un desequilibrio entre la oferta y la demanda de agua, agravado por la deforestación y el deterioro de los ecosistemas que regulan el ciclo hídrico. Hoy, frente a una alerta reciente de la Personería de Bogotá sobre una situación crítica que podría estallar en marzo de 2025, no solo enfrentamos estrés hídrico, sino también las consecuencias de una negligencia acumulada durante más de una década. Para entender esta crisis, es vital analizar cómo llegamos hasta aquí. Bogotá, una ciudad privilegiada por los valiosos páramos de Chingaza y Sumapaz, cuenta con fuentes hídricas que podrían, en teoría, abastecer a sus millones de habitantes. Sin embargo, el crecimiento descontrolado, la contaminación y la falta de planificación han erosionado esta ventaja natural.
Lo alarmante no es solo la magnitud del problema, sino también la ausencia de acciones. Mientras los gobiernos se concentraban en prioridades de corto plazo, la infraestructura de acueducto seguía perdiendo grandes volúmenes de agua por fugas, el tratamiento de aguas residuales era insuficiente y los ciudadanos carecíamos de una conciencia plena sobre el consumo responsable. La “estrategia” consistió en postergar decisiones, hasta que el reloj del agua comenzó a agotarse. Hoy, el racionamiento aparece como una solución inmediata, pero también la más limitada. Si bien reducir el consumo es esencial, esta medida solo alivia los síntomas de una enfermedad estructural. Es el momento de pensar en herramientas más audaces aprendiendo de las experiencias de otros países que han enfrentado crisis similares.
Primero, es imprescindible modernizar el sistema de distribución de agua. Ciudades como Singapur han demostrado que reducir las pérdidas por fugas puede recuperar grandes volúmenes de agua. En Bogotá, invertir en tecnologías de detección y reparación de fugas podría ser una medida inmediata y de alto impacto. En paralelo, debemos aprovechar mejor nuestras temporadas de lluvias. La recolección y almacenamiento de agua de lluvia, una práctica exitosa en ciudades como Berlín, podría implementarse tanto a nivel residencial como en edificios públicos. Con un sistema de recolección eficiente, podríamos almacenar agua para los períodos secos y reducir la presión sobre los acueductos.
Otra estrategia fundamental es la reutilización de aguas residuales. En Windhoek, Namibia, las aguas residuales tratadas se han convertido en una fuente confiable de agua potable. Aunque esta idea puede generar rechazo inicial, con la inversión en tecnología avanzada y una campaña de educación pública, Bogotá podría transformar un problema en una solución viable. Además, es urgente proteger y restaurar los ecosistemas que son la base de nuestro suministro de agua. Los páramos no solo proveen agua, también regulan su flujo. Restaurar estas áreas y detener su deterioro sería una inversión a largo plazo en la seguridad hídrica de la ciudad.
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Un recurso adicional que requiere atención es el estudio de las aguas subterráneas. Estas reservas, muchas veces ignoradas, podrían convertirse en un respaldo vital para cubrir la demanda. Un ejemplo exitoso se encuentra en Madrid, España, donde la gestión de acuíferos ha sido fundamental para complementar el suministro hídrico durante períodos de sequía. Gracias a la utilización planificada de acuíferos y proyectos de recarga artificial, la ciudad ha logrado mantener la disponibilidad de agua sin afectar la sostenibilidad a largo plazo. Bogotá debería emprender investigaciones sólidas para identificar, proteger y utilizar estos recursos de forma responsable.
Por último, necesitamos un cambio cultural. La crisis del agua no es solo un problema técnico, también es un problema de consumo. Melbourne, Australia, logró reducir significativamente su consumo de agua durante la “sequía del Milenio” gracias a un programa intensivo de educación y conciencia ciudadana. En Bogotá, fomentar el uso responsable del agua debe ser una prioridad inaplazable.
La crisis hídrica de Bogotá no es un fenómeno natural inevitable, es el resultado de años de inacción y malas decisiones. Sin embargo, también es una oportunidad para corregir el rumbo, aprender de los errores y adoptar medidas sostenibles que aseguren agua para las futuras generaciones. Si actuamos ahora, esta crisis podría convertirse en un catalizador para la transformación.