Opinión
El problema son las ideas y los valores
Vistas muchas de las evaluaciones de fin de año sobre el devenir del gobierno de Petro, no deja de quedar un mal sabor notorio.
Y el mal sabor deriva de la tendencia que busca justificar los desastrosos resultados de quien nos gobierna en sus deficiencias como administrador, en el hecho de ser un líder disociado y disociador o en sus decisiones erradas en la conformación de un gabinete incompetente, oscuro, negligente, cuando no abiertamente venal.
Pareciera que perdura el enamoramiento de los “influyentes” con el ideario socialista que efectivamente ha gobernado nuestro país por muchas décadas, con milimétricas excepciones en la apertura económica, algo de desregulación, poquito de liberación laboral, iniciativas que siempre fueron ahogadas por el crecimiento constante de la presión fiscal para ver crecer infinitamente a un Estado cada vez más costoso e ineficiente, regulador y controlador, metido en todo pero fracasando en todo lo esencial: la seguridad, la justicia, la educación, la informalidad, el desempleo.
Décadas con un Estado atrapado en el mito de lo “social”, arropado en un cómodo consenso social demócrata para el cual basta el postulado a pesar de la constante falta de resultados, a pesar de la devoradora corrupción política que motiva y propulsa y que no le molestan ni el tiempo ni las oportunidades perdidas. Esta visión poblada de postulados buenistas que nadie revalúa, y que ni siquiera se pueden cuestionar, y que no duda en sacrificar en sus fracasos generación tras generación de colombianos. Derretidos en “solidaridad social”, nuestros líderes del socialismo solapado han manejado todo, han corrompido todo, han construido un megaestado que nada atiende y que ya nadie entiende, y que hoy, con sus regulaciones, reglas y procedimientos, tiene ahogado hasta al mismo Petro en sus afanes revolucionarios. Un Estado atrapado en intereses especiales, indiferente a sus inercias negativas, sin propósito de cambio y alimentando a una clase política que lo quiere grande y grasoso para devorárselo una y otra vez para “salvar la credencial”.
El establecimiento socialista colombiano, que además lleva 40 años convencido de que no puede derrotar a las guerrillas o, más bien, no quiere derrotar a las guerrillas, en una sórdida legitimación de todas las violencias bajo la inmoral premisa de que sí hay causas objetivas para la violencia, causas, esas mismas, que gobernando son incapaces de corregir.
A este establecimiento, personas como mi padre, Álvaro Uribe, Germán Vargas y otros, le demostraron, en los albores de la seguridad democrática, que la guerrilla sí podía y debía ser derrotada para tratar de sacar a nuestra nación del marasmo de la violencia y la falta del control del territorio.
Pero más pudo la solidaridad espiritual con los violentos, cuando más cerca hemos estado de aplastar a la guerrilla, que nos ha llevado de vuelta a la entrega semanal de municipios, en un mar de sangre ante la inacción propiciada y acomodada del estamento militar y policial, y la indiferencia de los colombianos urbanos para quienes la lejanía de las violencias es siempre una fuente de suicida tranquilidad.
Y encima de que las malas ideas socialistas no han funcionado por décadas para sacarnos del subdesarrollo, la pobreza y la infamia, al margen de quien sea su intérprete, ni van a funcionar con su más radical y comprometido promotor, tenemos que enfrentar la velada tolerancia con la abierta y rotunda inmoralidad del presente socialista.
Ya desde antes, Petro gozó siempre de un manto de impunidad moral inaceptable. Ni hablar de la condonación moral de su pasado guerrillero. Como alcalde gobernó violando la ley a ciencia y paciencia, sin asumir responsabilidades y sin que se le hicieran efectivos nunca los graves costos que ello le implicó al Distrito. Se le cohonestó, incluso con la indebida y coordinada interferencia de la jurisdicción interamericana, la falta disciplinaria grave.
Después, en la vergüenza de las bolsas llenas de dinero, no solo logró la inexplicable impunidad judicial, sino la condonación social y periodística.
Y ahora, de nuevo en el Gobierno, la falta de valores es la regla en la administración. Desde la ministra contratista del Deporte, la del favorecimiento en Minas, la Sarabia todopoderosa, los contratistas del dengue y la malaria en Salud, el acomodador de licitaciones de la Rusinque, los escándalos en la UNP, los rumores de Defensa, el mozo de Ecopetrol y, claro, el pliego acomodado de Leyva, y muchos más que no me caben, la regla es haga y coja lo que pueda.
No entraré en las evidencias múltiples que los manejadores de crisis han logrado diluir sobre la ilícita financiación de la campaña presidencial, ni el tono moral que la movió, evidenciado en los olvidados petrovideos, ni la cacería de coimas de bandidos del hermano o de la vergüenza del hijo.
Malas ideas y mala moral nos tienen donde estamos. Petro es lo que siempre ha sido y claro que pasará. Lo peor es que las malas ideas y la mala moral no se están combatiendo. No estamos avanzando en un consenso para cambiar las ideas e imponerle a la administración pública, más allá de las siempre ineficaces barreras legales y disciplinarias, una nueva vara moral que nos permita salir de la crisis inevitable y volver a ver con orgullo y respeto a quienes nos gobiernan.