Opinión
El sueño americano
Los dos candidatos tienen visiones diametralmente opuestas de cómo ven al mundo. La victoria en las elecciones será fundamental. Es histórica.
Las elecciones se definen por temas domésticos. La política exterior, aunque presente, es secundaria. Durante décadas, las opciones demócratas o republicanas no difirieron en lo fundamental: una defensa del “American Way”. El énfasis era el estilo, no el fondo. Era una política exterior tradicional, manejada por un establecimiento de Washington. Eso cambió abruptamente en 2016 con la elección de Donald Trump. Él quiso dar un revolcón sin precedentes.
En su concepto, todo lo anterior estaba mal, especialmente lo hecho por el presidente Barack Obama. Se retiró del acuerdo comercial Transpacífico, que buscaba crear un bloque anti-China. Sacó a Estados Unidos del Acuerdo de París y sus compromisos con el cambio climático. Denunció el incumplimiento de Irán de desarme nuclear y reimpuso sanciones comerciales. Anunció el retiro de tropas de Afganistán y de Siria. Ha prometido hacerlo con Alemania, ya que no paga lo necesario. Lo mismo ocurre con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan): Estados Unidos pone demasiado.
Los aliados de antaño son los enemigos de hoy, y los enemigos, amigos. El presidente Trump se entiende bien con el turco Recep Erdogan, el filipino Rodrigo Duterte y el brasileño Jair Bolsonaro. Hay especiales muestras de cariño con los saudíes –nunca creyó que el príncipe tuviera que ver con el asesinato del corresponsal del Washington Post en Estambul en octubre de 2018–.Y movió la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén.
Con Rusia mantiene una actitud abierta y cautelosa. Los expertos creen que con su reelección la volvería más amiga. Y si bien hay tensión con China, no es claro si es coyuntural por las elecciones o permanente. Con Trump nunca se sabe. Es una gran incógnita cómo sería la política exterior si hubiese un segundo mandato. Lo único claro es que seguiría siendo disruptiva. Y cada movimiento diplomático, transable: cuánto ganan los gringos y cuánto pierden.
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Con Joe Biden sería el regreso a la era Obama. Una señal de tranquilidad y moderación. Volvería Estados Unidos al Acuerdo de París, a la Organización Mundial de la Salud, etcétera. Ha dejado abierto el regreso de Irán al acuerdo del desarme nuclear. Las cumbres del G8 serían normales y de amigos. Nada de sorpresas trumpistas.
La política exterior sería predecible con reglas claras. Dijo en Foreign Affairs que “la respuesta a la amenaza es más apertura, no menos: más amistades, más cooperación, más alianzas, más democracia”. La diplomacia sería el pilar de la política exterior. El Departamento de Estado, debilitado por Trump, sería fortalecido en la era Biden: el mundo de las diplomacias. Anunció una cumbre de democracias para renovar el espíritu de las naciones. El evento tendría lugar en 2021 y daría un aire a las democracias.
También pondría fin a las políticas de Trump en inmigración. No más separación de niños de sus padres en la frontera. Habrá una política de refugiados progresista y se cambiaría el número recibido anual a 125.000 personas (Trump lo bajó a 15.000). Los dos candidatos tienen visiones diametralmente opuestas de cómo ven al mundo. La victoria en las elecciones será fundamental. Es histórica.
Cuatro años más de Trump le costaría el prestigio a Estados Unidos. Su política de “America First” le puede servir a su electorado, más no al país. Un Estados Unidos aislacionista no pega en el mundo. No cuadra. Con la política de Biden hay la promesa de normalidad. Un Estados Unidos lógico y racional. En esta era de pandemia, sin duda es una opción razonable. Quizás es lo más entendible; calma dentro del caos. El nuevo sueño americano.