Opinión
El traje nuevo del emperador
Los sectores políticos -por primera vez- están obligados a pensar y debatir tanto el futuro como el presente.
En cierta ocasión se presentaron dos truhanes ante un vanidoso emperador que se hacían pasar por tejedores. Ofrecieron hacerle un vestido de colores hermosísimos, confeccionado con telas que poseían la enorme virtud de hacer invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo. El emperador, obnubilado, pensó que si tuviese esa prenda podría averiguar qué funcionarios del reino serían ineptos para el cargo que ocupaban.
Los embaucadores montaron su telar e hicieron que el reino les proporcionase las telas más finas con hilos de oro –que tomaron para si- y empezaron a simular que elaboraban el vestido. Pero en realidad, la maquina trabajaba sin hilo alguno. Cada funcionario que fue enviado a revisar el trabajo no veía nada en el telar, pero terminaba ensalzando la belleza del “traje”, temiendo ser identificados como funcionarios ineptos. Esto incluyó al propio emperador que, temiendo caer en evidencia, también terminó ponderando la belleza de la prenda, la que finalmente vistió y se exhibió ante su corte. Nadie se arriesgó a decir nada diferente a exponer públicamente la belleza del atuendo. Solamente un niño, a partir de su ingenuidad e ignorancia en la trama, se atrevió a exclamar: ¡Pero si no lleva nada!
Este cuento infantil de Hans Christian Andersen ilustra perfectamente lo que sucedió la semana anterior en Colombia que dejó al país completamente perplejo mientras los áulicos e ideólogos del cambio miraban hacia otro lado. El pecado no solamente estaba en los truhanes, sino que cobijaba también a los predilectos de la corte. Hemos chocado con la pared de un cambio que no solo reproduce sino multiplica nuestros peores fantasmas: No solo vemos la ineptitud para gobernar, sino la más profunda corrupción, ese cáncer que hace décadas corroe nuestra sociedad.
Es evidente que estamos atravesando tiempos difíciles. Es de esperar que apenas estemos empezando a ver el declive en los principios que sustentan la democracia. No es fácil de asimilar una alianza entre la extrema derecha y la extrema izquierda para tumbar al gobierno, como sucedió también la semana pasada, en Francia. Pero nos movemos en tiempos donde lo que importan son los efectos, no las verdades. Al final todos los radicalismos se parecen.
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De las diferentes visiones de cambio pareciese que enfrentamos aquella bajo la cual William James, psicólogo y padre del empirismo radical, postuló: “Para hacer cualquier cambio importante, primero hay que saltar al vacío”. Visión totalmente contrastante a lo que José Mujica ejemplificó en su presidencia de Uruguay y que seguramente motivó esa frase que con total fraternidad espetó a quienes quisieron llevarle un mensaje abyecto, guerrerista y reivindicatorio: “Quieran a Colombia”. Ese fue un pequeño bálsamo en una semana para olvidar.
Albert Einstein decía “No podemos pretender que las cosas cambien si seguimos haciendo lo mismo”. Nuestro país, nuestra sociedad, necesita evolucionar y progresar. Hay demasiados colombianos que aún viven en la pobreza y sin oportunidades. Pero no es restringiéndoles el acceso a la educación, desabasteciendo los servicios de salud o afectando la inversión privada, como vamos a mejorar su destino.
Ya han transcurrido dos largos años de gobierno en Colombia y se espera una anticipada campaña electoral. Sin embargo, los 18 meses restantes pueden ser muy largos para diferentes sectores de nuestra sociedad. Ya se insinúa una campaña llena de egos y ataques personales mientras el gobierno -ante su parálisis- seguirá “moviéndose” de manera errática mirando con el retrovisor y no hacia adelante, como ha hecho desde sus inicios, para cubrir y justificar así su impotencia e inoperancia administrativa.
Tanto en la izquierda como en la derecha se está buscando la mejor forma de consolidar coaliciones que propicien candidatos únicos. La pregunta es: Y mientras tanto, ¿qué sucede con el país? Es evidente que sectores como la salud o las finanzas públicas no resistirán tanto tiempo mientras les llega alguna solución y esto ya puede ser demasiado tarde.
Los sectores políticos -por primera vez- están obligados a pensar y debatir tanto el futuro como el presente. La caja de resonancia de la política electoral debe enfocarse en lo que está haciendo el gobierno hoy y ahora. Viene al dedillo la expresión de C.S. Lewis “No puedes volver atrás y cambiar el principio, pero debes empezar desde donde estás y cambiar el final”. Colombia no da espera o tristemente caeremos en décadas de marasmo, como le sucedió a Argentina desde el momento en que la unanimidad electoral –o el monopolio sobre la razón social-, cercenó su futuro. México ya inició ese camino con un electorado hipotecado con base en subsidios.
La única oportunidad para un futuro es con la evaluación abierta y descarnada -casi como una autopsia- de los resultados del actual gobierno y las propuestas de rescate de nuestro país, para que los colombianos tengamos alguna clase de esperanza.