OPINIÓN

¿La Historia los absolverá?

¿Realmente qué es lo que Cuba elige hoy? ¿Un verdadero relevo generacional o simplemente a una figura que sin ser Castro es de médula castrista? ¿Cambio o continuismo? ¿Mayor apertura económica con el riesgo de generar desigualdades adicionales y más malestar? ¿Una renovación de la dirigencia o la simple confirmación de una transición pactada?

Poly Martínez, Poly Martínez
18 de abril de 2018

Miguel Díaz-Canel va a celebrar en grande. Cumple 58 años y se estrena como presidente del Consejo de Ministros cubano, es decir, como presidente de Cuba. A eso le apuestan los habitantes de la isla, los analistas internacionales, los críticos del régimen y, ante todo, el propio Raúl Castro, quien cierra así una década al frente de ese país, aunque seguirá mandando como cabeza del Partido Comunista Cubano y de las Fuerzas Armadas, en esa cosa híbrida tan propia de la isla, donde hay dos monedas, diversos modelos económicos en simultánea y, por qué no, también pueden convivir múltiples puntos de mando en la compleja y monolítica estructura del poder cubano.

Díaz-Canel es el primer presidente en casi 60 años de Revolución que no lleva el apellido Castro. Además, no desembarcó del Granma en el 56 para empezar la lucha guerrillera, tampoco firmó el Manifiesto de la Sierra Maestra en el 57, ni tiene historias o fotos al lado de Camilo Cienfuegos o Ernesto Guevara. Se salvó de luchar en Angola y era un niñito cuando Silvio y Pablo, junto con la Nueva Trova, empezaron a sonar en Varadero y La Habana. Creció en los opulentos años 80, alimentado por el tubo soviético; pedaleó la crisis de la década de los 90, el famoso Periodo Especial en Tiempos de Paz, ya como líder del PCC en su natal Villa Clara, donde dicen que no aprovechó su posición para obtener privilegios en esos años de tanta escasez en la isla.  Eran tiempos de pelo largo, rockerito, camiseta y pitusa, sin esa seriedad, canas y peso que le han aportado años y años en medio de la nomeklatura.

Se viste de guayabera o de saco y corbata, como lo manda el protocolo local, con lo cual el verde oliva “comandante” también empieza a ser una tonalidad en pasarela a la historia, un cambio que no es menor para un país donde el mando siempre lo ha marcado el paso militar. Aunque Díaz-Canel no sea un histórico, es hijo de la Revolución y sobreviviente de su demoledor engranaje.

Juicioso, mucho más aplicado y ortodoxo de lo que tal vez ha sido el propio Raúl Castro, quien ha logrado avanzar ciertas reformas a pesar de la Historia, de su hermano y del freno que normalmente mete la dirigencia del PCC a cualquier avance que sacuda sus privilegios o que haga manifiesta su incapacidad de establecer una economía que mantenga a flote a la isla sin estar siempre aferrada al flotador de turno, sea gringo, soviético o venezolano.

Pero tampoco es un advenedizo. Díaz-Canel Llega al Palacio de la Revolución tras cinco años como vicepresidente del Consejo de Ministros, curtido ya en juegos de poder del buró del PCC, con experiencia como ministro de Educación, cargos de dirigencia regional y local. Además –y eso no se gana sin esfuerzo- es protegido de Raúl Castro y tiene el aval de Alejandro Castro Espín, el hijo de Raúl, hoy enfocado en fortalecer las relaciones con la Rusia de Putin y quien no puede llegar al cargo pues nunca ha sido elegido Diputado de la Asamblea Nacional.

Aunque sin ser ministro, el coronel Castro Espín es, para efectos prácticos, quien manda en el Ministerio del Interior, que por años y con mano fuerte ocupó su padre. La única figura de la familia Castro que podría quitarle el encargo a Díaz-Canel sería Mariela, una mujer carismática, mediática y que ha liderado otra revolución en la isla como cabeza del Centro Nacional de Educación Sexual, desde el cual se le reconoce que ha trabajado a favor del respeto a los derechos de la población LBGTI+, tan perseguida y violentada por el régimen. Pero nadie le apuesta a que sea elegida, entre otros motivos por la declaración firmada de que esta vez y por los próximos cinco años no será un Castro el que presida el Consejo de Ministros, cosa que en realidad no les resta poder.

El cambio que no cambia

Entonces, ¿por qué tanto alboroto en torno al cambio? Obedece no solo a cosas de imagen, apellido y símbolos (fundamentales en Cuba), sino por la expectativa frente a cómo quedará constituido el Consejo de Estado, con el que tendrá que lidiar Díaz-Canel, y la verdadera capacidad de maniobra que tendrá para manejar la herencia que recibe tras 10 años de raúlismo: un país estancado o retrocediendo, con restringido acceso a crédito, colgado en reformas económicas que lo saquen de la quiebra y frenen el deterioro en el que se encuentran las famosas conquistas de la Revolución, especialmente en temas de salud, educación y producción agrícola.

Hay que reconocer que Raúl Castro ha sido el más revolucionario, al menos dentro de su contexto: en la década de los 90, tras la caída del Muro, fue clave en la apertura económica de la isla. En sus diez años como presidente Cuba se abrió a la empresa privada, que hoy ocupa a más de medio millón de personas y es, junto con el turismo y las remesas, uno de los pilares que mantiene a la isla a pesar de la contracción de la economía (de por sí contrahecha) y de su amarre a la crisis venezolana. A propósito de Venezuela, imposible no incluir en el corte de cuentas los 40 mil millones de dólares que se estima la isla recibió en crudo y en dinero entre los años 2000 y 2017.

El triunfo de esta revolución castrista ha estado en su pragmatismo y en dejar los asuntos del idealismo en la memoria de Fidel. Ha estado también en lograr la supervivencia del régimen adaptándose a las circunstancias, armando un modelo económico tutifruti y manteniendo un aliado de turno que le ha dado oxígeno y recursos para seguir cobrando un triunfo que hace décadas hizo agua.  

Pero los años también pasan cuenta de cobro y a los históricos se les acaba la fuerza en la mano izquierda. Raúl Castro avanzó en temas económicos pero no fue igual en asuntos políticos. La burguesía roja, temerosa de perder el control y los privilegios con la apertura, en especial tras la visita de Obama cuando se hizo evidente lo obsoleto del sistema y el vacío en su discurso, impidió todo avance y hoy teme -como le sucedía a Fidel en su momento- que por el camino de la apertura económica los ciudadanos pidan que su aporte se traduzca en acceso al poder, en una mayor oferta democrática. Hoy hay acceso a internet, se compran y venden propiedades, hay tierra privada para cultivar, los negocios pequeños han evolucionado a empresas con algo de músculo, todo parece más relajado, pero la disidencia en la isla vive otra realidad. El poder sigue cerrado.

¿Realmente qué es lo que Cuba elige hoy? ¿Un verdadero relevo generacional o simplemente a una figura que sin ser Castro es de médula castrista? ¿Cambio o continuismo? ¿Mayor apertura económica con el riesgo de general desigualdades adicionales y más malestar? ¿Una renovación de la dirigencia o la simple confirmación de una transición pactada?  

Hay una famosa canción de Carlos Varela, Guillermo Tell, que, aunque de los 90 sigue siendo un himno de desafío al régimen castrista. La metáfora: le llegó la hora al hijo de tomar el arco y disparar la flecha, “le toca a él probar su valor usando tu ballesta”.  La Historia hará un juicio a estos dos hombres que hoy son protagonistas de un hito que puede llevar hacia adelante al pueblo cubano o terminarlo de sumir en medio de llamados de ¡Patria o muerte! Lo del “venceremos” está por verse.  

@Polymarti

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