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Alberto Donadio  Columna

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Emilio Coco, gran hispanista

Emilio Coco también escribe poesía. La primera la escribió cuando murió su madre. Él tenía 9 años. Un año después murió su padre.

Alberto Donadio
20 de julio de 2024

Tiene 84 años y desde hace medio siglo se dedica a traducir poesía del italiano al español y viceversa. Emilio Coco es un ilustre hispanista italiano que aprendió el castellano en la Universidad “Orientale” de Nápoles y se licenció en lengua y literatura española. Afirma: “Me enamoré de la poesía de Federico García Lorca. Me sabía de memoria su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Vinieron después Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, Guillén, Aleixandre, Cernuda, Salinas y Alberti. Amé la poesía española, no como una opción vocacional meditada y aceptada, fruto de pasiones mesuradas. Me entregué a ella con pasión tormentosa y en mis poemas hay muchas referencias a esa obsesión, a ese insano vivir”.

A los 15 años dictó su primera conferencia en un salón de la Acción Católica en su pueblo. El tema era la corrida. “A los 18 me veía torero en Las Ventas de Madrid y cónsul en Sevilla. Tenía a España en el corazón y en la sangre, sin saber ni una palabra de español”, recuerda. Inicialmente, traducía también a dramaturgos de España. Su fervor por España lo llevó a traducir, al comienzo, solo poetas peninsulares. El primero fue el valenciano Pedro de la Peña, que murió el año pasado. Y tradujo al español a los grandes poetas italianos: Ungaretti, Montale, Saba, Pasolini, Penna y otros. Ya ha perdido la cuenta de cuántos poetas ha traducido.

Emilio Coco traduce principalmente poetas vivos: “Mis preferencias van a la poesía que se está haciendo, a los autores vivos. Si hubiese optado por la literatura clásica, me habría ganado la benevolencia de la crítica y de los académicos, pero he preferido apostar por la poesía candente. Yo he dedicado a los demás la práctica totalidad de mi vida literaria. Y lo he hecho como traductor y como editor”. La poesía de América Latina es uno de sus últimos y felices descubrimientos. “Estaba buscando algo vivo, genuino, fresco y lo encontré en los poetas latinoamericanos, que se han hecho portadores de una palabra poética llena de vitalidad”, señala. Ya ha traducido a poetas de todos los países latinoamericanos. Yeats decía que las querellas que trabamos con otras personas conducen a la retórica y que de las querellas que trabamos con nosotros mismos surge la poesía. Emilio Coco reconoce que la poesía es inútil, pero agrega: “¿Vale la pena escribir poesía? ¿Vale la pena el sacrificio, vale la pena abandonar la apuesta de la acción para entregarle la vida a la inutilidad de la poesía? La respuesta es sí. Sí, para mí vale la pena”.

Es imposible no preguntarle a un mayorista de la poesía como Emilio Coco por su poeta favorito. Es Umberto Saba. De él envía este fragmento: “Amé trilladas palabras que nadie intentaba. Me encantó la rima flor amor, la más antigua y difícil del mundo”. Afirma que “en esos pocos versos me reconozco como poeta”. Emilio Coco también escribe poesía. La primera la escribió cuando murió su madre. Él tenía 9 años. Un año después murió su padre. Se la mostró a su maestra: Eravamo tre piccoli fratelli, ora siamo tre piccoli orfanelli. Éramos tres pequeños hermanos, ahora somos tres pequeños huerfanitos.

En su pueblo, Emilio Coco interrumpe su oficio de traductor para encontrarse con sus amigos o para almorzar un buen plato de spaghetti al pomodoro y una jugosa mozzarella di bufala, con un vaso de buen vino tinto.

Sobre su pueblo de 15.000 habitantes explica: “Nací en San Marco in Lamis, un pequeño pueblo del sur de Italia, situado en el tacón de la bota, en el Parque Nacional del Gargano. Es un lugar tranquilo, donde me queda bastante tiempo para trabajar y salir por la noche con mis amigos a dar un paseo en una larga y ancha alameda que parte en dos el pueblo. En mi pueblo no hay teatros, ni librerías, ni círculos literarios y para comprar un libro o una revista hay que bajar a la ciudad de Foggia, que está a unos 35 kilómetros. Pero, a pesar de todo eso, me gusta vivir en mi pueblo y nunca lo cambiaría por esas ciudades tan caóticas y monstruosas a donde prefieren desplazarse muchos de los poetas e intelectuales que conozco para no perder los contactos con la gente que ‘cuenta’, y poder así intercambiar favores, rascar espaldas y halagar egos. En Calle Cappellini, n.º 33, se encontraba mi casa, en donde transcurrieron los años más bonitos y más tristes de mi infancia. Allí murieron mis padres. Me vistieron totalmente de negro y llevé luto riguroso durante seis años, con jersey y abrigo negro en invierno, y camisa y pantalón corto en verano. Me acuerdo de que me daba vergüenza salir y tenía miedo a jugar en la calle con mis compañeros, porque el color negro se ensuciaba muy fácilmente y mis tías me regañaban”.

Loor a Emilio Coco, gran hispanista.

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