OPINIÓN
En el mismo barco: Colombia
La pandemia ofrece oportunidades para diálogos y cambios fundamentales, para construir instituciones más actuales y dinámicas.
Vivimos la peor pandemia de nuestros tiempos, lo cual ha implicado severas limitaciones a nuestros derechos y libertades de locomoción, trabajo, empresa, recreación y otros, con efectos económicos devastadores. La pandemia potenció el uso de las tecnologías de la información y las comunicaciones, permitió fortalecer el teletrabajo y el comercio electrónico; sin embargo, también puso en evidencia las desigualdades y las ineficiencias estatales, aquejadas por la corrupción.
La situación exigió que el Gobierno tomara medidas excepcionales, ofreciera ayudas y otorgara subsidios, todo lo cual condujo a un mayor endeudamiento. Entonces, vino la propuesta del mayor cobro de impuestos en el peor momento, exacerbó los ánimos, desencadenó las protestas y el inconformismo.
Un año de restricciones, temores e incertidumbres justificarían los desesperos. No obstante, no puedo compartir que se hayan convocado a marchas y protestas en momentos de mayor contagio del covid-19 y desacatando una muy discutible orden judicial que suspendía las protestas. Resulta reprochable, que ante actos de violencia y vandalismo, bloqueo de vías, desabastecimiento y múltiples perjuicios, se insista torpemente en continuar con las protestas.
Ahora bien, si se tratara de una estrategia previamente planificada, el asunto sería macabro y altamente perturbador, que en los tiempos más difíciles de la pandemia, cuando apenas se empieza con la vacunación y se vislumbra la reactivación económica, se ponga en marcha una guerra de bloqueos, sitios y hostigamientos sistemáticos, es sencillamente un acto de agresión criminal.
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La situación tiene diferentes niveles y tratamientos. De un lado, los contagios del virus, la crisis de salubridad pública, el desempleo y la desaceleración de la economía. De otra parte, las manifestaciones públicas, el vandalismo, los intentos de réditos políticos en la coyuntura preelectoral y el juego de intereses geopolítico a nivel global. Los actores son los estados, los partidos, las empresas y la comunidad.
En cuanto a lo primero, la pandemia solo se superará con disciplina y solidaridad social, aceptando restricciones y acelerando la vacunación. De esta forma, se reactivará la economía y se reducirá el desempleo. Si bien la situación fiscal requiere de mayores ingresos para el Estado, es más importante mostrar un crecimiento económico consistente que permita atender el futuro pago de la deuda.
En relación con lo segundo. El derecho a la manifestación, como cualquier otro, tiene límites en los derechos de los demás y en la salubridad pública, por lo tanto, correspondería acatar la orden judicial y suspender las movilizaciones. El vandalismo y la violencia, que no hace parte de las manifestaciones, debe ser reprimido por la fuerza policial, sin excesos ni atropellos. El Estado tiene el monopolio de la fuerza y cuando se agotan las razones se imponen las decisiones. Mal hacen los políticos dividiendo, incitando al odio y tolerando la violencia, señalando al Estado como enemigo y concibiendo los problemas como conflictos. La verdadera paz se realiza mediante la deliberación democrática y las decisiones consensuadas. Totalmente inaceptables las posibles injerencias extranjeras, que pretenden imponer ideologías anacrónicas remozadas en el continente.
Por extraño que parezca, la pandemia ofrece oportunidades para diálogos y cambios fundamentales, para construir instituciones más actuales y dinámicas, en que participemos todos constructivamente.
En fin, si se trata de elegir, prefiero amor a odio, solidaridad a individualismo, organización a caos, libertad a dependencia, futuro a pasado, unión a división, inteligencia a fuerza. Navegamos en el mismo barco: Colombia; debemos remar en la misma dirección: progreso; de lo contrario daremos vueltas en el mismo punto, incendiar la nave nos perjudica a todos.