OPINIÓN

En juego largo hay desquite: los costos de la discriminación para las mujeres

Tal vez podríamos empezar a reconocer el mérito y la excepcionalidad de lo que han hecho y apoyarlas más. Podríamos hacerlas sentir que entendemos su legado y que su trabajo no ha sido en vano.

Isabel Cristina Jaramillo, Isabel Cristina Jaramillo
11 de julio de 2019

Esta mañana -escribo esta columna los jueves- vi el partido de semifinal de Wimbledon en el que Serena Williams derrotó 6-1 6-2 a Barbora Strykova. El resultado no fue sorprendente, dado que era la primera vez que Strykova jugaba una semifinal en Wimbledon y que nunca había ganado un Grand Slam a pesar de su carrera de más de diez años.

Fue interesante para mí que Serena Williams siguiera siendo una figura en el tenis. Cuando me gustaba ver los torneos, hace más de veinte años, las jugadoras eran jóvenes y tenían carreras cortas. A sus 37 años, Serena Williams sigue ganando cómodamente y no ha manifestado ninguna intención de retirarse. Cuando le preguntaron por qué seguía jugando, pregunta rara dado que sigue ganando, dijo muy auténticamente: “Esta es mi profesión y la amo”. Agregó: “He logrado mantenerme en muy buena forma”.

El privilegio de dedicarse a algo que uno ama y en lo que uno es excepcionalmente bueno es raro para hombres y mujeres. La diferencia, sin embargo, es que las mujeres que aman lo que hacen y son buenas en ello generalmente tienen que soportar jefes que las tratan de manera condescendiente y les arrebatan las oportunidades que se merecen, colegas irrespetuosos, ambientes de trabajo excluyentes y agresivos, y familias que les preguntan por qué se esfuerzan tanto si al fin y al cabo son simplemente mujeres.

Cada pequeño evento puede ser tratado como algo poco importante, que uno debería aprender a dejar pasar: es parte de la vida; no se puede ganar el juego si uno no tiene la espina para aguantar. Por ejemplo, pueden decirle a uno que, a sus cuarenta y cinco años, todavía es “muy joven” para un cargo y que luego elijan a un hombre de cuarenta y dos años para el mismo cargo. Pueden decirle a uno que se veía mejor que nunca, estás linda, pero no se entendió nada de lo que presentó, y que eso es un elogio. Su mamá puede cuestionarle que quiera estudiar medicina cuando lo que hacen las mujeres es ser secretarias: al fin y al cabo, cuando las mujeres se casan deben dedicarse a sus maridos. Cuando se discute el problema de la discriminación y el acoso, de hecho, esto es lo que sale a relucir: si es algo tan sencillo, ¿por qué se quejan tanto? Todos tenemos que soportar algo… Lo que se pierde de vista es que estos comentarios, chistes, expresiones inofensivas, se acumulan y lo obligan a uno a preguntarse cotidianamente ¿por qué me aguanto esto? ¿por qué me lo sigo aguantando?

Recuerdo cuando escuchaba a mis amigos quejarse de haber perdido el sueño después de tener hijos. Como siempre he dormido poco y me ha costado trabajo dormir, me parecía que les debía faltar fibra moral para estar señalando constantemente que era terrible despertarse a alimentar a un bebé a medianoche. Además, estas eran personas que habían elegido tener hijos; no les había tocado tenerlos, ni siquiera les había tocado en el sentido de que no supieran a qué se enfrentaban. ¿Cómo podían quejarse? Entonces me tocó a mí. No dormí más de tres horas seguidas por cinco años. Mis hijas gemelas no lograban dormir más de cinco horas, pero lo hacían en dos turnos diferentes. A pesar de que mi esposo se despertaba religiosamente conmigo y me ayudaba, teníamos que despertarnos y atenderlas.

A los dos años de esta rutina mi productividad había alcanzado su nivel más bajo. Mi esposo una noche me dijo, angustiado como nunca lo había vista y nunca lo volví a ver, ¿será que podremos volver a la normalidad de nuestro trabajo?, ¿alguna vez vamos a poder concentrarnos igual? Esta experiencia me enseñó de manera muy vívida el efecto de acumular una molestia leve de manera constante, consistente y continuada. Uno puede soportar, sí. Uno puede soportar muchas cosas. Pero el esfuerzo hace mella y no siempre puede uno recuperarse del mismo modo. Nos tomó unos cuatro años volver a sentir que teníamos control sobre nuestras vidas. Hay que decir que hemos sido afortunados.

Creo que es importante que tengamos en cuenta este efecto del tiempo sobre la capacidad de las mujeres para ejercer cargos de liderazgo. No tiene sentido entregar a las más jóvenes toda la carga del liderazgo, aunque claro que la juventud no debería ser nunca la razón para negarles oportunidades a las personas. Pero si las mujeres que tienen la edad, el entrenamiento y la capacidad para seguir, están muy cansadas, entonces no vamos a poder cambiar la estructura de poder que tenemos ahora. ¿Qué podemos hacer para animar a estas mujeres a seguir a pesar de las dificultades y obstáculos? ¿Cómo podemos darles el mensaje que ahora no van a tener que seguir demostrando que son capaces o aguantar comentarios desagradables? ¿Cómo podemos hacer para que su trabajo sea más agradable?

Tal vez podríamos empezar a reconocer el mérito y la excepcionalidad de lo que han hecho y apoyarlas más. Podríamos hacerlas sentir que entendemos su legado y que su trabajo no ha sido en vano. Aunque creo que estoy lejos de haber llegado a ese momento, he sentido una gran satisfacción cuando algunas mujeres jóvenes me han dicho que reconocen la cantidad de trabajo que he invertido para que todas podamos tener un poco más de lo bueno y menos de lo tortuoso. Ojalá este mensaje replicado en todas vaya calando. Ojalá todas hagamos este esfuerzo por las otras.

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