JORGE HUMBERTO BOTERO

Opinión

En la cuerda floja

Caminar a cien metros del suelo sobre un cable de acero, con una pértiga en las manos y sin malla de protección, es un oficio peligroso.

Jorge Humberto Botero
4 de junio de 2024

Preocupa la situación de muchos funcionarios de Petro, que sin adecuada formación entraron al Gobierno, no para enriquecerse, como tantos otros, sino por genuina convicción en las bondades del proyecto del compañero presidente. Tienen que cumplir sus órdenes, aunque tengan la certidumbre o sospecha de que son contrarias a derecho.

No la tienen fácil. El modelo de la autoridad con el que Petro sueña es el del comandante guerrillero, que implica establecer las reglas, juzgar a quienes las incumplen e imponer las sanciones correspondientes. Todo simple, expedito, eficaz. El lema ‘El Estado soy yo’ le viene como anillo al dedo. De nosotros depende que no pueda implementarlo.

Caben varias maneras de afrontar el riesgo. Leyva, que tiene en su hoja de vida la insólita característica de haber sido canciller de las Farc y de la República, optó, en el asunto de los pasaportes, por seguir las instrucciones de Petro a sabiendas de que su conducta era ilegal. Dijo, con cinismo extremo, que no le importa, porque cuando el Estado aparezca, para que reembolse los daños que cause al patrimonio público, ya estará a tres metros bajo tierra. Ojalá se equivoque.

En las antípodas se halla el ministro de Salud. Para corregir los desastres del modelo adoptado para los maestros (baluartes políticos del régimen), optó por hacer lo que considera correcto, no lo que el presidente dispuso. Arriesga el puesto, no su libertad ni su patrimonio. Hay otra opción muy interesante, abierta para muy pocos: alejarse de las brasas ardientes. Varios protagonistas de los petrovideos la han tomado. Disfrutan sus embajadas en Roma, París, Londres y otras ciudades. Esa es la mejor póliza de seguros existente en el mercado. En año y medio regresarán muertos de la risa.

La situación más compleja es la de militares y policías. Tienen claro que deben obediencia a sus superiores, incluido el presidente, pero saben también que acatar mandatos ilegales no los exime de responsabilidad. Como consecuencia de una maraña imprecisa e inestable de ceses al fuego, no saben qué hacer y, por ende, evitan, hasta dónde sea posible, hacer.

Justamente estaba escribiendo esta taxonomía cuando me llega, por medios indirectos, el mensaje de un funcionario petrista, que prefiere mantenerse en el anonimato, para pedirme que le explique las distintas modalidades de responsabilidad que gravitan sobre los servidores públicos. Supongo que es una persona honorable, comprometida con la causa gubernamental que, no obstante, quiere cuidar su pellejo y el bienestar de su familia.

Son varios los caminos que conducen a la corrupción. Se comienza con la asignación de cargos a personas que comparten la agenda gubernamental. Nada que objetar. Se gobierna con los aliados, no con los adversarios. El paso siguiente es el clientelismo: esas posiciones se usan para “aceitar las maquinarias”, modo de proceder que facilita la debilidad de los partidos y del servicio civil. No se ofrecen ellos para gestionar de mejor manera las políticas de quienes están al mando, sino para retribuir apoyos de campaña y reforzar la fidelidad de algunos políticos indecisos, insatisfechos… o en extremo ambiciosos.

Todo esto suena mal y huele peor, aunque, con resignación o escepticismo, se acepta que el mundo siempre ha sido así. Como tengo compasión por ti, si caes en este juego miraré hacia otro lado.

Falta un giro de tuerca: la agenda legislativa, que el gobernante considera crucial para transformar al país, se estanca. Los votos, propios y afines, son insuficientes, y la orden superior (incluso suprema), es tan perentoria como imprecisa: “Hagan lo que toque“. Espero, ignoto excolega, que no seas tú el señalado para actuar. Esos acuerdos diabólicos, entre los que pagan y los que reciben, son delictivos. Ocultarlos muy difícil. La lectura de algunos capítulos del Código Penal te será de gran provecho.

Recuerda que altos funcionarios de pasados gobiernos no tomaron esta precaución y fueron forzados a vivir, durante dilatados períodos, en ciertos incómodos albergues. ¿Me sigues?

Por supuesto, la manera más burda de corrupción consiste en la entrega de bolsas de dinero en efectivo. Para que la Fiscalía les crea, Olmedo y Sneyder tendrán que aportar las pruebas. Además, por lo que han cantado, parece que se ha montado una trapisonda más sutil: apoyar a algunos congresistas “amigos” (la amistad es un bello sentimiento), dotando de cuantiosos recursos fiscales a instituciones que ellos controlan. Ten mucho cuidado. Puede que te usen para realizar estas operaciones y que, con total inocencia, asumas responsabilidades que pueden ser muy onerosas. Tienes que preguntarte: ¿se justifican esos giros y por esa cuantía? ¿Existen vínculos personales o políticos entre el parlamentario interesado y el gerente de la entidad receptora?

Azarosa también la práctica, apreciado corresponsal oculto, de celebrar contratos sin cumplir el requisito de licitación pública o concurso de méritos, mecanismos estos que justamente la ley establece en procura de eficiencia y transparencia en el uso de los recursos del Estado. Esa alternativa, que es legal en casos específicos, se usa en la actualidad con mucha frecuencia. Por una rara coincidencia, los contratistas suelen ser afines al gobierno. No te metas allí. Puedes verte forzado a dar explicaciones complicadas ante la Procuraduría y la Contraloría.

Otra fuente de riesgo para los servidores del Estado es la responsabilidad por detrimento del patrimonio estatal. En su afán por mostrar resultados, la Contraloría a veces imputa cargos con motivaciones absurdas. Este clima kafkiano es causa de que muchas personas honorables hayan excluido la posibilidad de ser funcionarios del Estado. Sin embargo, esa entidad tiene un cometido claro y necesario: cautelar el uso correcto de los fondos públicos. El favoritismo y la ineptitud, tan frecuentes hoy, suscita muchos peligros. Te recomiendo prudencia.

Así como Rainer María Rilke escribió, en 1903, su célebre Carta a un joven poeta, esta es la mía para ti, joven funcionario. Espero que te sea útil.

Briznas poéticas. Leamos a Rilke para levantar el ánimo: “Cuánto amo a las pobres palabras, / que tan míseras están en lo diario: / a ellas, las invisibles palabras / de mis fiestas les regalo colores. / Sonríen y lentamente se ponen alegres”.

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