Opinión
En la encrucijada
Quisiera creer que el actual gobierno no quiere una nueva Venezuela en Colombia.
Finalmente, el Gobierno empieza a dar señales de aceptar que su objetivo de la refundación del país no será posible. Y pareciera ser un recorrido que transitan los gobiernos de extremas -que se hacen elegir sobre la necesidad de cambios radicales de la sociedad- y terminan ahogados en su incapacidad de gestión y en reformas que no terminan de convencer a la población, incluyendo a buena parte de sus propios electores.
Ese es el camino que recorrió Lula en Brasil y que terminó en una estela de corrupción que ahogó su primer mandato y el que le prosiguió. También sucedió lo mismo con Gabriel Boric, en Chile, con su naufragada y rechazada constituyente. Y, desde el otro espectro del escenario político, el mismo Javier Milei tuvo que modular rápidamente su discurso y sus acciones para no alienar a las poblaciones más pobres de su país.
Una cosa es criticar desde la orilla de la oposición y otra muy diferente es gobernar. Desde la cómoda silla de la crítica, todas las acciones de gobierno tienen derecho y revés. En la estufa caliente del gobierno, las decisiones tienen riesgos y las omisiones acarrean costos. Estos los asume la población y no hay subsidios que compensen el desempleo y la falta de acceso a servicios de salud. Pero todavía una buena parte del gobierno se siente en la oposición después de 673 días de haber asumido el poder y -de manera paradójica- algunos se atreven a argüir que “no los dejan gobernar”.
En las democracias, el ejecutivo es tan sólo uno de los poderes y solo cuando se subvierte el orden mediante una revolución es posible que todo lo que ordene se ejecute o al menos nadie contradiga esas decisiones. Pero las revoluciones se dan muy ocasionalmente y casi nunca en la historia se han generado siguiendo órdenes de los gobiernos. Por el contrario, es el pueblo por sí mismo quien decide poner coto a los gobiernos y empujar a subvertir el orden.
Nunca -como hoy- en Colombia hemos estado tan lejos de una revolución. Estamos mucho más cerca de una crisis de gobernabilidad, que igualmente es caótica pero no necesariamente es lo mismo, y las formas de resolverlo son completamente diferentes. A esa crisis se empujó solito el gobierno en una combinación de mala gestión y radicalización. Hoy la esfera política y la economía muestran un tremendo desgaste: La inconformidad está derivando hacia los propios aliados del gobierno.
El malestar se gestó en algunos de los sindicatos afines al gobierno que le ha correspondido apagarlos con diferentes concesiones. Fecode tuvo que pagar un precio muy alto por su capitulación, que dio origen a la crisis de su sistema de salud, y posteriormente con las concesiones que también tuvo que hacer el gobierno para tramitar la reforma educativa.
Durante años había existido el clamor de la sociedad por mejorar la mala calidad de la educación básica, media y secundaria, ocasionada -en parte muy importante- por la negativa del sindicato de maestros a las evaluaciones que permitieran corregir el destino de millones de niños colombianos. En un arranque de pragmatismo se negoció esa posibilidad y el proyecto transcurrió a la siguiente etapa de aprobación: Un buen resultado para la sociedad.
No obstante, se equivoca el gobierno cuando hace las negociaciones con los agentes y no en el propio Congreso de la República, como ha sucedido en la reforma a la salud. El resultado es peor, porque se han negociado entre los intereses políticos del gobierno y los intereses económicos de los agentes de mercado. Un gobierno que basó su justificación de la reforma de salud en una supuesta intermediación terminó matando el aseguramiento de la población y empujando un modelo, ese si intermediado, donde las EPS cobren por mirar sin asumir ningún riesgo y haciendo más costoso el sistema de salud.
Hoy, al contrario que hace 22 meses, el riesgo en Colombia no es que tengamos un modelo de izquierda centralizado y estatista. El desgobierno ya no lo hizo posible, pero el peligro es la profunda degradación de la sociedad. Como lo expresa Yeomi Park una notoria desertora de Corea del Norte, quien recientemente público su libro “Mientras el tiempo permanezca” (Simon & Schuster, 2024): “No se necesita una guerra o una revolución,, el tipo de descomposición en la confianza, el orden social y los servicios que pueden llevar a la anarquía política,…, puede suceder simplemente por la lenta erosión de las costumbres y las instituciones”.
Quisiera creer que el actual gobierno no quiere una nueva Venezuela en Colombia. El problema es que si no combina en estos momentos un gran pragmatismo político, con un real esfuerzo por gobernar y una efectiva concertación en el Congreso de la República, el escenario de degradación económica y deterioro de las instituciones nos va a llevar a un lugar donde tardaremos muchos años en tratar de recomponer el país, con un muy grande costo para todos pero sobre todo para los menos favorecidos.